La noticia no es que un negro supersahariano le haya escrito una tesis doctoral al presidente de un gobierno. La noticia tampoco es que la tesis del negro sea de calidad tan ínfima —los que hemos trabajado de negro sabemos cómo funciona la vanidad del engaño— que haya obtenido la calificación de sobresaliente cum laude. Esto pasa todos los días. La auténtica noticia es que, en todo el mundo civilizado, el desprestigio de las instituciones universitarias aumenta a la trepidante velocidad con la que se crean de nuevas en cada rincón y esquina de mundo. De manera que hoy cualquiera puede constatar qué paradoja pedagógica nos debilita como sociedad opulenta: cuantos más recursos se destinan al conocimiento menos formación tienen los ciudadanos. Cuantas más titulaciones decoran los currículos personales de los universitarios, con menos competencias reales se puede contar. La impostura, la falsedad, gobierna impunemente la mayor parte de las universidades del planeta y sólo unas pocas, extraordinarias y excepcionales, son las que, en realidad, nos proporcionan los avances científicos, médicos, técnicos, las mejoras deslumbrantes, valiosas, para el progreso tecnológico de la sociedad humana. Estas universidades de primerísima línea son tan envidiables como inimitables y, es por eso que el señor Pablo Casado, por poner un ejemplo, quiso hacer pasar un curso de cuatro días en Aravaca (Madrid) por un postgrado de la Universidad de Harvard (Massachusetts) . Del mismo modo que, en el pasado, los políticos reclamaban dignidad y respeto social a través de un título nobiliario real o inventado, hoy que la sangre azul ya no impresiona a nadie, los títulos universitarios intentan dar el pego. Ahora se necesita un título académico real o inventado. Ya no basta con saber leer y escribir, ya no es suficiente con ser licenciado, hay que ser como mínimo doctor, archimandrita, sumo sacerdote de Isis, es necesario haber inventado la pólvora, hay que simular que se es un sabio colosal, coronado de laureles como Francesco Petrarca. Los políticos son grandilocuentes por naturaleza y temerarios, no les basta con ser abogados o médicos competentes, seguramente porque nunca han sido esa cosa tan digna: abogados y médicos competentes. Como no hay nada más atrevido que la ignorancia, hoy pretenden que les admiramos, que les adorames, sólo porque afirman que han hecho una aportación científica trascendental para el conjunto la sociedad. Aquí todo el mundo pretende haber descubierto la penicilina cuando las sopas de ajo están inventadas ya.

Lo que está matando la universidad en todo el planeta es la perversidad de la burocracia

No es cierto que en Catalunya o en España —en eso somos idénticos, igual de necios— la estafa universitaria sea más grave de lo que suele ser en otros lugares del planeta. Quizás aquí la superchería se ejecuta de manera más rudimentaria y sea más difícil de tragar, quizás aquí el chiste de la enseñanza superior nos hace reír antes de hacernos llorar. Lo que está matando la universidad en todo el planeta es la perversidad de la burocracia, la fe ciega en la acreditación documental que nos querría hacer olvidar que el papel todo lo aguanta. Como consignó en 1992 André Lefevere en Translation, Rewriting and the Manipulation of Literary Fame el sistema universitario es una perversa máquina de producción de documentación que, normalmente, nunca es leída ni revisada. Los profesores, los alumnos, los investigadores, se ven obligados por la legislación vigente, por la absurda normativa oficial, confundiendo calidad con cantidad, a sepultar los inmensos registros universitarios con todo tipo de publicaciones, con una diarrea infinita de documentación que tape, que esconda, que sepulte, de alguna manera, el vacío cósmico, el vacío de nuestra ignorancia como sociedad. La universidad ya no es un lugar de investigación, de conocimiento ni de saber, es simplemente un negocio como otro. Un negocio de vanidad. Y es necesario que cada vez se expidan más títulos, más diplomas, más certificados. Hay que acreditar cada vez más listos en nuestra sociedad. Para ello, debe girar la rueda. Hay que nombrar más profesores, tengan o no tengan la capacidad para serlo, es necesario que la maquinaria de las titularidades continúe funcionando, hay que asegurar las promociones profesionales. Como si hacer una aportación intelectual útil para el conjunto de la sociedad fuera tan fácil como ponerse simplemente a escribir. Como si escribir fuera tan sencillo como picar en un teclado y como si picar en un teclado fuera tan simple como darle a un clavo.