Da lo mismo que Pedro Sánchez proclame a los cuatro vientos que el independentismo catalán no recurrió al terrorismo durante el procés. En Catalunya ni los editores de La Vanguardia creen ya en la justicia española. Basta con leer a Enric Juliana o a Antoni Puigverd para verlo. Juliana te lo dice con un cinismo florentino, y Puigverd con aquel intelectualismo relamido de moralina que usan los catalanes con la personalidad ablandada por el estigma. El estado de derecho se ha vuelto una camisa de fuerza para la democracia, dice el articulista de Girona, escondido debajo las faldas de un jurista jubilado francés.

La situación no tiene nada que ver con el pacto que llevó a Jordi Pujol a decirle a Felipe González que guardaba en un cajón los restos del estropicio que había hecho el caso Banca Catalana. Aquí no se ha roto un espejo que se pueda envolver con un pañuelo para que nadie se corte. Aquí se ha roto la misma realidad que el espejo reflejaba, es decir, la España pactada bajo presión de los militares en 1978. Para decirlo con unas palabras que le oí a Juliana en una conversación con José María Lassalle: “Aquí han pasado cosas”. Era el 2014 y Lasalle decía que los catalanes acabaríamos como los judíos de Masada, para indignación de Puigverd y otros socialistas que había entre el público.

Ahora ya da igual si Pujol se hacía el mártir con la deixa, mientras González vendía, a la familia real de Arabia Saudí, los terrenos de la mansión que se quería hacer en Tánger. Da lo mismo que Aznar también haya usado la política para enriquecerse y para poner medio Madrid a favor de su justicia patriótica. Las restricciones de agua son el primer agente socializador del estatus de colonia que Catalunya recuperó con la aplicación del 155 y la intervención de los jueces. Así como todo el mundo sabe que haría años que seríamos independientes si el régimen de Franco no hubiera colocado dos millones de castellanos en el país, todo el mundo sabe que las restricciones de agua tienen más que ver con las políticas extractivas que no con la sequía.

En Catalunya todo el mundo tiene clarísimo lo que pasa; todo el mundo sabe que los partidos no representan al país, y que la demografía y la economía se han convertido en una réplica del franquismo, sin pantanos

Catalunya fue, hasta el estallido de la Guerra Civil, un ejemplo europeo de aprovechamiento de los recursos naturales a favor de la economía. El país no ha sido nunca rico en recursos naturales, ni ha tenido nunca ríos caudalosos. Catalunya hizo la Revolución Industrial con dos riachuelos y tres saltos de agua. Lo puede leer cualquier periodista en los libros de Pierre Villar i Vicenç Vives, estos historiadores que manosean, desde hace muchos años, todos los periódicos que tratan de racistas a los catalanes que intentan defender la libertad de su país sin violencia. Da igual que Sánchez diga ahora que los políticos y los activistas del procés no recurrieron al terrorismo. 

En Catalunya todas las cartas están sobre la mesa y ahora solo es cuestión de ver cuántos años tardan las políticas coloniales en igualar a todo el mundo por debajo. El procés desafió la unidad de España desde la esperanza. El motor que lo puso en marcha fue el deseo de hacer un mundo mejor. En el próximo conflicto no habrá tantas mentiras, pero tampoco habrá tantos buenos sentimientos y tantas ganas de entenderse. Si los catalanes del procés son terroristas o no, es un debate que los españoles deben tener entre ellos para resolver sus problemas. En Catalunya todo el mundo tiene clarísimo lo que pasa; todo el mundo sabe que los partidos no representan al país, y que la demografía y la economía se han convertido en una réplica del franquismo, sin pantanos.

Después hay los intereses personales de cada cual, las necesidades que hacen que unos catalanes callen, y otros naveguen o digan directamente mentidas, o se vayan a trabajar al extranjero. Como pasa en todas las colonias (y solo hay que mirar la historia de Sudamérica) solo podemos esperar que estos intereses se vayan volviendo cada vez más desesperados y más difíciles de sostener. Por más sermones conciliadores que escriba Iván Redondo y por más artículos de matón que publique Salvador Sostres, la línea divisoria cada vez será mis clara. En Catalunya ya solo se puede creer de verdad en la explotación colonial y descarnada del país o bien en la independencia. 

No es casualidad ahora que casi todos los pueblos europeos se defienden de los políticos y de la prensa, e incluso las izquierdas alemanas se van volviendo nacionalistas.