La aprobación, con el sí crítico (Carod-Rovira™) de la CUP, a unos nuevos presupuestos que gestionan, como de costumbre, una parte tremendamente irrisoria de los impuestos generados por el esfuerzo y el curro de los catalanes, ha sido el típico vodevil propio del autonomismo, aquel marco político pujolista en el que muchos nos criamos y que consiste básicamente en marear la perdiz consensuando y tal vez aprobando leyes con tal del disimular la miseria de fondo que pervierte a un sistema intervenido desde el poder central. Subsumiendo la celebración de un referéndum a las cuentas de la Generalitat, Convergència y Esquerra han conseguido desviar la atención durante unos meses (ayudados también durante un tiempo por un Rajoy en funciones) y así evitar hablar de la convocatoria de la votación y afrontar una campaña por el sí por la cual sólo unos cuantos seres freaks de la tribu nos hemos atrevido a mover el culo.

Resulta curioso como el día anterior de aquello que para muchos será el allanamiento político del camino hacia el referéndum, el independentismo exigiese en bloque la dimisión del único político juntista que, de momento, ha hablado abiertamente de los planes del Govern para implantar la independencia de forma efectiva. Santi Vidal ha podido pecar de bocazas y ser tan temerario como se quiera, pero las habladurías del antiguo juez forman parte de todo aquello que Puigdemont y Junqueras nos tendrían que explicar muy pronto si es que el referéndum del próximo otoño no es un farol o el enésimo truco para presionar al estado. La estrategia de silenciar la ruta para no dar pistas al enemigo (la famosa astucia de la que Artur Mas tanto presumía) ya no colará por mucho más tiempo: primero, porque los españoles no son totalmente imbéciles y la intuyen y, en segundo lugar, porque los catalanes merecemos políticos y no saltimbanquis.

Santi Vidal ha podido pecar de bocazas y ser tan temerario como se quiera, pero las habladurías forman parte de todo lo que Puigdemont y Junqueras nos tendrían que explicar muy pronto 

Con la aprobación de los presupuestos a Junts pel Sí se le han acabado las excusas que se había autoimpuesto para no reafirmar el referéndum vinculante. De hecho, a pesar del sí de la CUP no estamos en un cambio de rasante excesivamente diferente al de la semana pasada, porque ahora todo el mundo sabe que los principales escollos para votar no vienen de ningún marco legal autonómico, sino de la voluntad real de nuestros líderes. Experimentos fallidos como los de la cumbre del pasado 23-D para intentar seducir a la hiper-alcaldesa de Barcelona, que acabaron con una manada de exsociatas reclamando un referéndum pactado por enésima vez, deberían hacer reflexionar a nuestros setenta y dos diputados, que sólo tendrán credibilidad real si dejan ya de jugar partidos de solteros contra casados y empiezan a tratar a los ciudadanos como seres adultos y responsables para explicarles su hoja de ruta y el riesgo que asumen.

Estamos donde estábamos, pero se acaban las excusas. Si tanto molestan los charlatanes como Vidal, que hablen los líderes de verdad. Esperaremos.