Como una niebla matinal de invierno que no se acaba de levantar nunca del todo, me ronda para|por la cabeza|cabo|jefe a la niña brutalmente violeta en Igualada. No me la puedo quitar de la cabeza|cabo|jefe. A ella. A su familia. A sus amigos. A sus dieciséis añitos. Y el único miserable e insuficiente consuelo son tener que desear que el traumatismo craneal que sufrió fuera previo a la agresión sexual, por si eso hizo que no se enterara tanto de lo que le hacían en el resto del cuerpo o por si así sufrió menos, suponiendo que eso sea utópicamente posible.

Tenemos temor de salir a la calle. Las amigas y la familia no duermen tranquilas hasta que ya estamos en casa. Tenemos que vigilar las rutas que hacemos de noche por si aquella calle es más oscura de la cuenta. Cambiar de acera si te vienen dos o tres de cara. Hacer ver que hablamos por teléfono si alguien medio se acerca sospechosamente. No entrar completamente en la escalera|escala hasta que no veem que el portal se ha cerrado del todo detrás nuestro. No apagar el móvil por si alguna necesita picar de madrugada y asignárselos un tono de llamada diferente a ellas porque|para que sone igualmente, a pesar de tener el teléfono en silencio. Vigilar el vaso, por si las moscas que te ponen alguna sustancia que te haga perder el conocimiento. O el control. O la vida.

Salimos de un acto cultural. La amiga con quien he ido me pregunta si la puedo acompañar hasta el coche, que ha aparcado un poco lejos y no quiere ir sola y de noche. Vayamos codo por codo, como si eso fuera garantía de nada, que en dos pequeñas al mismo tiempo también mis pueden atacar sin embargo, vaya, dirás que te sientes un poco más segura. En el más mínimo sorollet en tu espalda lo corazón|coro te hace un bote|odre. Porque somos valientes, sí, pero no queremos tener que serlo. Porque|Para que lo primero que piensas no es que te pueden robar. Lo que piensas es que te pueden agredir sexualmente. Ya de vuelta ella me dixa en el piso y, sin parar el motor, no se marcha hasta que ve que estoy dentro del portal. Cerrado. Y así todo. Y así siempre. Sin tener garantizados los nuestros derechos básicos. En riesgo.

¿Existe una impunidad estructural, por qué tenemos que vigilar siempre a las mujeres? ¿Por qué no son los hombres los que aíslan o denuncian a los agresores?

Con el grupo de amigas, cuando|cuándo una de natros viaja sin las otras y sale de noche —ya sea sola, en pareja, a trabajar o con otras amistades— envía su ubicación en el grupo de Whatsapp para que todas las otras sepamos por dónde para. Si salimos juntas, en el separar-mos y volver cada una en casa suya, pedimos —más bien exigimos— aquello de: "cuando llegas envía un mensaje". Y si no lo hace, simplemente porque se le olvida o porque se ha dormido mientras lo escribía, incluso hemos llamado al 112. Que sí, que sí, que falsa alarma pero es que eso es uno no vivir y lo estamos normalizando de manera tal que me fastidia. No señores, eso no es nada parecido a normal. Y natres somos adultas pero si pienso en mes sobrinas ya me horripilo y reconozco que si les pasara algo, no respondería de mí.

Resulta que tenemos que tejer sororidad femenina para protegir-mos entre natros, las mujeres, las jóvenes, las chicas, las chicas. Y ¡ sí, sabemos y podemos hacerlo pero no es suficiente porque|para que ellos mis siguen matando y agrediendo igualmente y, sobre todo, porque entonces pasa que la responsabilidad de cuidar-mos recae en las mujeres —encima!— como si no fuera suficiente al ser la víctima. ¿Por qué no son los hombres, los jóvenes, los chicos, los chicos los que hacen red y aíslan aquel de su especie que tiene comportamientos peligrosos, machistas o sexistas? ¿Por qué la inmensa mayoría, callan o no denuncian lo suficiente o les ríen las gracias o creen que no hay para tanto?

Existe una impunidad estructural porque|para que no: eso no son casos aislados. Que en lo que va de año portéssem casi un millar de agresiones sexuales o violaciones (denunciadas) no es un níscalo suelto perdido en medio de la montaña. Es toda una cosecha de miseria y maltracte. No es excepción: ha ocurrido norma. ¿Las mujeres siempre tenemos que estar vigilando, con lo retrovisor conectado, y los hombres, qué? ¿por qué no ponen ya el freno de mano y paran toda esta violencia? y las instituciones y los gobernantes: ¿cuándo piensan tomar medidas efectivas? Más educación, más seguridad, más prevención, penas más altas para los asesinos y abusadores. No hay excusa.

Sí, no me quito de la cabeza a la niña de Masquefa y, de vez en cuando, cuando|cuándo la niebla se esbaïx un instante, quien|quién me viene a la mente son los paras de los agresores. Deben estar preguntándose qué han hecho mal para que haya salido un hijo con este comportamiento. ¿Cómo te recuperas? ¿Cómo reeducas? ¿Cómo lo superas? ¿Como|Cómo mis rehacemos como sociedad? ¿Cómo erradicamos esta asquerosa pandemia? No somos un objeto sexual pero el patriarcado todavía mis considera y como quien|quién mueve los hilos del mundo es él, lo patriarcado, seguimos siendo cifras de una estadística que hace vergüenza y fàstig.