El president Aragonès y ERC en general hacen algunas cosas bien, otros regular y algunas mal. Por ejemplo: resulta bastante incomprensible la manera digamos tan propia que tienen los republicanos de negociar los presupuestos. Una de las discusiones que estos días remueven las aguas de la política catalana y española es la presencia anunciada de Aragonès en la cumbre hispano-francesa del próximo día 19 en Barcelona, sumado al hecho que ERC, junto con otros partidos, entidades y asociaciones, se manifestará aquel mismo día en contra de la misma reunión. "No se puede ir a misa y estar en la procesión", denuncian los amantes de la lógica binaria. "O blanco o negro", repiten otros. "¡Eso es tener el pie en dos zapatos!", se escandalizan aún unos terceros.

Si nos miramos la cuestión desde fuera, enseguida convendremos que es natural que la cumbre se celebre en Catalunya, ya que un asunto trascendental de la agenda es la cañería que tiene que llevar hidrógeno entre Catalunya y Francia por debajo del mar. En la medida en que es un proyecto que afecta a Catalunya no es un disparate que el encuentro tenga lugar aquí y no en Nantes o Mérida.

Pero no quiero rehuir la polémica. Pienso, estoy convencido, que la decisión de los republicanos —que Aragonès esté en la cumbre, en el MNAC, y el partido, con Junqueras al frente, se sume a la 'mani' — es acertada. O, si lo prefieren, la menos mala de las combinaciones posibles.

¿Por qué tiene que estar Aragonès? Fácil: porque es el president de Catalunya. Es decir, porque está en su casa. Si eso nos lo creemos, justamente es él el último que tiene que fallar. Sí, ya sé que Aragonès otras veces ha hecho lo contrario. Da igual. Ahora hace bien en no querer ceder su legítimo espacio, en no querer ausentarse. Si lo que reclama el soberanismo es justamente que quien tiene que decidir sobre Catalunya son los catalanes, no tiene sentido que quien representa a los catalanes dé media vuelta y se esconda. En política, como en la física, el espacio que se libera es inmediatamente ocupado por otro elemento. O como decía Joan Fuster, la política o la haces o te la hacen. Por si todo fuera poca cosa, convendría añadir que no participar en la cumbre —participar tanto como pueda— sería ni más ni menos que actuar absolutamente condicionados por el discurso de Pedro Sánchez y el Gobierno, que van repitiendo que el procés se ha acabado y que el independentismo ya no tiene —con perdón— ni media hostia.

¿Por qué ERC tiene que ir a la manifestación? Fácil: porque —mientras no se demuestre lo contrario— es un partido soberanista e independentista. Por lo tanto, para dejar claro a Sánchez y a todo el mundo —aquí, allí y acullá— que el movimiento independentista no está muerto aunque lo den por acabado. Para plantar cara. Para desmentir el discurso sanchista sobre el desinfle.

En este punto es cuando alguien suele levantar el dedo y denuncia: ¡hacer una cosa y la otra es contradictorio!, y añade: ¡y eso no se puede hacer! Le diría, con todo el respeto, que en la política las cosas no suelen ser sencillas. Menos todavía para aquellas fuerzas, como es el caso del independentismo, que persiguen cambios profundos, radicales.

Las cuestiones políticas no se suelen resolver escogiendo entre manzanas y peras, entre vacas y ovejas. Es un poco más complicado. En consecuencia, a menudo hay que ir a misa y estar en la procesión, no hay que escoger ni blanco ni negro, sino gris (o blanco y negro juntos), y hay que tener —sí— un pie en dos zapatos. Ir a la cumbre e ir a la manifestación es una respuesta compleja, la mejor, a una situación compleja. Es la forma de no caer en cualquiera de las diferentes trampas que hay preparadas. Y es coherente si no perdemos de vista que Aragonès y ERC tienen tres grandes objetivos: gobernar bien (que quiere decir, entre otras cosas, para todos los catalanes), trabajar a favor de la independencia y ganar votos.

Dicho esto, y para acabar, estaría bien que, esta vez, en la manifestación no hubiera ni insultos ni gritos entre independentistas. Estaría bien, igualmente, que el independentismo supiera aprovechar la oportunidad que Sánchez le brinda de mostrar unidad y convicción. En definitiva, intentemos todos juntos esta vez, y como decía aquel, no hacer el ridículo.