Pertenezco a la generación de la final de Sevilla. 7 de mayo de 1986. El año siguiente de la tragedia de Heysel y de la vergüenza ―a pesar de los errores de organización― de los hooligans del Liverpool, que apartó seis años a los ingleses de las competiciones europeas, para alegría gentrificadora de Maggie Thatcher. Sea como sea, el martes hizo 33 años de Sevilla. Aquella derrota contra el Steaua de Bucarest en la que los jugadores, los directivos y los aficionados iban solo a recoger la Copa de Europa. La que debía ser la primera y no lo fue. Aquello fue un golpe muy duro para un equipo que con Terry Venables había ganado la Liga la temporada anterior (antes, como debe ser, sólo jugaban la Copa de Europa quienes ganaban la Liga), superando el adiós de Maradona. Pero la bancarrota deportiva y de paz social (con Schuster marchándose del estadio antes de la prórroga) fue de una magnitud tal que el Barça se tuvo casi de refundar. Venables aún siguió (como parece que pasará con Valverde), pero después de la interinidad de Luis Aragonés y del motín del Hesperia, llegó un tal Johan Cruyff, que cambiaría la historia y la mentalidad del club para establecer el ADN del fútbol control que, en 1992, acabaría con el victimismo. Seis años después de Sevilla, no lo olvidemos. Aquel ciclo terminó, en realidad, con la final de Atenas, otra de esas derrotas más dolorosas que, paradójicamente, contribuyen a la épica de un club que es más que eso.

El 7 de mayo de 1986 comenzó una época. El 7 de mayo del 2019 empieza otra

Salvando las distancias, porque el club ya no tiene esas urgencias históricas, la junta más nuñista de las que ha habido después de Núñez, se encuentra ahora en una situación parecida a la de hace 33 años. Anfield es el Sánchez Pizjuán de una nueva generación que hasta ahora había crecido pensando que el Barça gana siempre. Sobre todo los que ya estuvieron a tiempo de vivir la era Guardiola. Porque el martes por la noche el Barça no quedó eliminado de la Champions. El martes por la noche dio la sensación de que este equipo ya no da más de sí. Que el Barça ha alargado la era Guardiola (o la era Laporta que comenzó con Rijkaard) gracias a Messi, pero que el pequeñito ha tapado todas las carencias. Empezando por una junta directiva que ha tirado el dinero de Neymar y ha convertido el Camp Nou en una atracción turística que ha desnaturalizado la grada, siguiendo por un banquillo que en cada colada ha ido perdiendo una sábana de la idea original y terminando (last but not least) por una traición al ADN. Por mucho que el establishment nuñista, que está ahí y es muy potente (también en los medios de comunicación), lo intente disimular por algo parecido al odio, aún, a Pep Guardiola. Un Pep al que se ha seguido despreciando a pesar de sus éxitos en Munich y ahora en Manchester, donde está a punto de ganar la Liga al Liverpool que ha arrasado al Barça justo cuando ha traicionado el modelo con el que tanto nos hemos llenado la boca.

El fútbol no es una ciencia y ojalá me equivoque. Pero da la sensación de que a pesar de la suerte de ser coetáneos de Messi, la cosecha de Ligas de Campeones teniendo al mejor jugador del mundo durante más de una década se habrá quedado corta. El martes a las 11 de la noche dio la sensación de que Messi ya no liderará el equipo que gane la próxima Champions. Puede que esté, pero ya no podrá ser el líder. Porque el martes dio la sensación de que el Barça ya no levantará la orejona hasta que el líder del nuevo ciclo se diga Ricky Puig. Con Frenkie de Jong. Y los que vengan, deberán hacerlo bajo la condición de recuperar un modelo que haga que en Can Barça no nos aburramos soberanamente la mayoría de partidos. El 7 de mayo de 1986 comenzó una época. El 7 de mayo del 2019 empieza otra. Y en un momento de esa otra época habrá un terrasense en el banquillo, de nombre Xavi Hernández, que es quien más ha mamado el fútbol total que el Barça nunca debería haber abandonado. Pero hace falta, también, una junta directiva que abandone el color gris y mire a la Masia, que hace años que tiene abandonada y que por eso tiene que ir a Brasil a comprar un Arthur que antes fabricábamos en serie. Que Arturo Vidal sea el mejor jugador del Barça en una semifinal de Champions es una traición a la memoria de Cruyff, que no podrá ver en Madrid una final Ajax-Barça. ¿Por qué escribo de fútbol? Porque el Barça siempre, siempre, siempre, ha sido un reflejo del país y a la inversa. Y porque ya sé que el fútbol no es una cuestión de vida o muerte. Es mucho más importante que eso (Bill Shankly, entrenador del Liverpool desde 1959 hasta 1974).