En este país olvidamos tan rápido que pasar del cielo al infierno es cuestión de días. El 17 de agosto, fecha del atentado yihadista en el corazón de Barcelona, había en Catalunya un conseller de Interior que se llamaba Quim Forn y por debajo de él (la jerarquía y la obediencia son la génesis de toda policía) un major de los Mossos que se llamaba Josep Lluís Trapero. El bárbaro atropello de la Rambla fue respondido con eficacia y ejemplaridad por los Mossos. Todo el mundo lo celebró, toda la gente de buena voluntad al menos. Excepto los de siempre. La brillante actuación de los Mossos sorprendió al Ministerio del Interior. Con Zoido al frente, el gobierno de Rajoy dejó en evidencia su incomodidad ante los éxitos policiales de la policía catalana. El ministro demostró una profunda ineptitud a cada comparecencia y observó con una visible indigestión los éxitos policiales que se apuntaban los Mossos.

El gobierno español llegó tarde y cuando reaccionó fue torpe. Así que, desubicado y desbordado, se lanzó a cuestionar el buen trabajo, precisamente porque era un buen trabajo. Para este propósito contó, una vez más, con la complicidad de una prensa afín al gobierno español que vivió el protagonismo y la solvencia de los Mossos y, por lo tanto, del Govern de Catalunya, con estupor.

En un país normal, con mandatarios honrados y responsables, Zoido tendría que haber estado fulminantemente destituido, por lo menos. Para más inri, el cerebro de la operación terrorista estaba en nómina del CNI. El escándalo no puede ser más flagrante. Miseria moral. Zoido y el conjunto el gobierno del PP no tuvieron ningún papel, ni siquiera auxiliar, en la desarticulación de la célula yihadista. En cambio, intentaron manipular la conmoción por el atentado contra el Govern de Catalunya, con la descarada intención de abortar el 1 de octubre. En el atentado —mientras escondían el papel clave de su confidente, el imán de Ripoll— intuyeron un pretexto maquiavélico para cuestionar el Govern.

A partir de aquel día, el Cuerpo de los Mossos d'Esquadra vivió el inicio de un idilio con la sociedad catalana que tuvo un episodio destacado el 20 de septiembre y su clímax entre el 1 y el 3 de octubre. Lo que sucedió el 20 de septiembre no es menor. La Guardia Civil detiene a altos cargos de la conselleria de Junqueras e irrumpe en Economia. La respuesta popular, cívica y pacífica, es la génesis del montaje policial y judicial contra el movimiento independentista y también contra los Mossos. Los Mossos, bajo las órdenes de un determinado Govern, protagonizaron una jornada ejemplar. El gobierno del PP hizo el ridículo. El 1 de octubre los enfureció como nunca. Su deseo era ver a los Mossos repartiendo leña a diestro y siniestro. Y los Mossos, obedeciendo a su Govern, garantizaron la seguridad ciudadana y protegieron los derechos y libertades públicas. En cambio, Guardia Civil y Cuerpo Nacional de Policía se hartaron de pegar a gente que sólo quería votar. Cuando oímos a algunos predicadores de los nuestros restando todo mérito al Govern, es lo nunca visto. El populismo nuestro es devastador. Y mezquino.

Nunca, nunca en un estado democrático, se ha utilizado la violencia policial contra la ciudadanía, contra los derechos de millones de personas que protagonizaron una ejemplar lección de civismo. Este es el verdadero motivo, el principal, por el cual están tan enfurecidos contra el conseller Quim Forn. Porque lo único que esperaban de Forn era que lanzara a la Policía de Catalunya contra los catalanes que querían votar, sin contemplaciones. No se lo perdonan. Aquí nace parte de la operación de castigo y venganza contra el Govern destituido por el 155.

Hoy, los jefes de los Mossos, los que mandan un cuerpo jerarquizado como policía que es, son el triunvirato que forman Sáenz de Santamaría, Zoido y Millo, este último en funciones de capataz de la finca

Ahora, es triste de ver lo que está pasando y como hay personas y organizaciones del movimiento independentista que olvidan tan fácilmente y que cinco meses después caen en las provocaciones y espolean el discurso contra los Mossos. Llevados por la rabia, sucumben a la estrategia que el gobierno del PP había perpetrado el 1 de octubre y que el Govern de Catalunya hizo fracasar. La gran diferencia entre los Mossos del 17 de agosto, del 20 de septiembre y del 1 de octubre con los de este marzo es que sus jefes también han sido decapitados y que su conseller, y el resto del Govern, están en la prisión o en el exilio. Hoy, los jefes de los Mossos, los que mandan un cuerpo jerarquizado como policía que es, son el triunvirato que forman Sáenz de Santamaría, Zoido y Millo, este último en funciones de capataz de la finca. También por eso es tan importante, fundamental, hacer Govern y también aquí queda claro el absurdo de no hacer Govern, absurdo e incomprensible. Somos esclavos del maximalismo. Los Mossos no dejarán de ser policía, sólo faltaría. Pero lo serán a las órdenes de un Govern de personas de inequívoca trayectoria democrática y que no se mueren por ver como se producen enfrentamientos, que no disfrutan viendo cargas de los Mossos contra la ciudadanía. En el Cuerpo de los Mossos d'Esquadra hay de todo, como en nuestra sociedad. Algunos hemos tenido la suerte de compartir largos ratos con agentes que hacían el servicio de escolta, como en el caso del vicepresident Oriol Junqueras. Buenos profesionales, gente cojonuda y tan próximos que hoy los tengo por amigos, amigos que comparten sueños y anhelos. Y les duele en el alma ver las cargas mientras añoran volver a tener un Govern que ame Catalunya y el Cuerpo de Mossos d'Esquadra.