Barcelona ha pedido modificar el Código Penal para evitar que salvajes como los que violaron, vejaron y robaron a una chica de 18 años no puedan salir tan airosos. Es como cuando unos fascistas asesinaron al joven valencianista Guillem Agulló: cuatro días y a la calle. La iniciativa barcelonesa tiene un aire populista, al abrigo de la indignación popular, sencillamente porque el Código Penal ya prevé un fuerte castigo para chusma de este tipo. El problema no radica en el Código Penal, alcaldesa Colau, el problema de verdad es la interpretación que hacen los jueces. El drama es que tenemos una judicatura profundamente reaccionaria, como otros estamentos del Estado, que adelantan por la derecha al PP. Una sociedad que ampara, tolera o disculpa que se asalte a una chica de 18 años, premeditadamente, es una sociedad podrida y cuando los artífices de esta burrada son unos jueces y entre los protagonistas hay servidores públicos es que el sistema en sí mismo es corrupto y repugnante.

La España franquista no fue depurada, sigue siendo el esqueleto estructural del Estado, está presente hasta las entrañas. Durante unos años parecía estar en hibernación; sus activos eran como células durmientes, camuflados, esperando su oportunidad. Con el tiempo, fueron perdiendo el temor a tener que responder por todos los crímenes que cometieron durante el franquismo, hasta que se envalentonaron. La lucha contra ETA fue como agua bendita, les permitió endurecer el Código Penal y poco a poco asentar el discurso que el fin justificaba los medios. Torturas, asesinatos selectivos, represión, forzamiento de la legalidad hasta donde conviniera, cierre de diarios... No fue de un día para otro. Fueron creando una conciencia colectiva que toleraba cualquier abuso en nombre de la lucha contra el terrorismo. Y legislando también cada vez con más severidad, con legislaciones especiales que han contaminado las ordinarias, como la ley de partidos o la ley antiterrorista. Hoy pagamos haber tolerado la arbitrariedad, el abuso de poder, porque ahora el Estado ha girado toda aquella maquinaria excepcional contra Catalunya, por muy pacífico y democrático que sea el movimiento republicano.

No es ningún hecho extraordinario, el combate contra el yihadismo también ha creado las condiciones para incrementar el control social y el recorte de derechos y libertades al conjunto de las democracias occidentales. La gran diferencia es que en España, contrariamente al resto de democracias liberales, no había tradición democrática y la dictadura salió indemne de todo. Nadie nunca ha respondido por nada, ni siquiera se ha arrepentido de nada. Ni a los muertos nos han dejado enterrar en paz. El franquismo mató mucho y hasta el final. Matar ha salido gratis para los servidores de la dictadura y sus herederos sociológicos llevan esta impunidad en la sangre, se sienten seguros.

España es un Estado donde hay unos cuerpos de seguridad que han empalmado, con solución de continuidad, el terror franquista con la democracia, sin pudor. España tiene una monarquía viciada de origen. Y si el rey Juan Carlos ha ido haciendo de más y de menos, lastrado por su entronización directa de Franco, el rey Felipe es la viva encarnación de esta España retrógrada que se disputan Ciudadanos y el PP, donde el PSOE es una comparsa y Podemos unos apestados, tal cual lo viven los cuatro diarios de la capital española que han marcado tradicionalmente el ritmo y el latido de la opinión pública de allí, irradiando toda la periferia. Los nuevos medios que han intentado hacerse un agujero, fuera de la experiencia de Público, adelantan por la derecha al más reaccionario de los tradicionales diarios capitalinos. La democracia española no ha consolidado medios progresistas, sino medios cada vez más reaccionarios. Tanto es así, tan bestia es la situación, que hay ayatolás radiofónicos que son capaces de hacer llamamientos a poner bombas en cervecerías alemanas. Y no pasa nada, ningún juez ha hecho caso a esto. En cambio, gran parte de los jueces, en España, cierra los ojos a las palizas en nombre de España y arremeten con furia contra toda disidencia.

Si los mandos policiales fueran dignos, la primera cosa que habrían hecho es pedir públicamente perdón cuando un agente del cuerpo ha protagonizado un hecho tan repugnante como es una violación

A quién tiene que extrañar, pues, que si un grupo de bestias, liderados por un guardia civil, viola a una chica en grupo, esta aberración de cobardes tenga dispensa. Es de suponer que a una persona que cobra para proteger la ciudadanía y el orden público, si atenta contra su razón de ser, lo tengamos que considerar un agravante. Pues no. Justo al contrario, en España acaba siendo un eximente. El agente no estaba de servicio, nos dicen en el caso de la violación de la Manada. No, claro está, sólo faltaría que la hubiera violado con el uniforme y gritando: "La guardia civil, al frente y con fusil", grito que popularizó la militancia de Fuerza Nueva y hoy la extrema derecha y el españolismo rampante que campa con licencia para agredir a alguien que lleva un lazo amarillo, color prohibido de facto porque expresar solidaridad por unas personas encarceladas sin juicio es una provocación, según palabras de un ministro. Pero, en cambio, en Altsasu, han enviado a un grupo de chicos a la prisión por una pelea nocturna con unos guardias civiles, fuera de servicio, circunstancia que aquí se ha convertido en un agravante, porque un agente de la benemérita lo es las 24 horas del día. Eran abertzales y es esta condición la que penalizan. O protegen a los suyos o penalizan a los que consideran subversivos, como el vergonzoso proceso emprendido contra los maestros de Sant Andreu de la Barca.

En los vídeos de la chica violada en Pamplona, los jueces han visto sexo consentido. En el Guardia Civil que se paseaba amenazador y sin ningún síntoma de haber sido lesionado, tal como indican las imágenes hechas públicas, los jueces quieren ver una paliza salvaje con graves lesiones. La verdad es que cuando estos jueces huelen el culo de un ardoroso defensor del orden y de la ley, huelen agua de rosas. Cuando es un joven vasco o una chica joven que ha topado con un guardia civil, huelen mierda. Si los mandos policiales fueran dignos, la primera cosa que habrían hecho es pedir públicamente perdón cuando un agente del cuerpo ha protagonizado un hecho tan repugnante como una violación. Inimaginable ningún acto sincero de contrición.

España involuciona. Cada vez más. Se la disputan falangistas y posfranquistas. ¿Quién nos tenía que decir que tendríamos que esperar menos golpes del PP que de su alternativa? El Estado premia el garrotazo al servicio del "a por ellos" real. Hace cuatro días, en una iniciativa bien singular, policías y guardia civiles vinieron a Barcelona a manifestarse para reclamar un aumento de sueldo. Porque es aquí donde hicieron los méritos, apalear a ciudadanos catalanes. Gracias a su triste protagonismo el 1 de Octubre se lo han concedido. Es indecente, de una sociedad que va a tientas.

No obstante, esta regresión de los derechos y libertades, por execrable que sea, es también una oportunidad para el movimiento republicano y un terreno de juego en el que jugar con más comodidad y tejiendo complicidades transversales. En la medida en que el independentismo capitalice la defensa de los derechos y libertades de todos, será más fuerte y menos vulnerable. Tanto en Catalunya, como en España, como en Europa, las alianzas sólo nos llegarán por aquí. Y al mismo tiempo por la capacidad de proyectar un país justo, de personas honradas, de un Estado al servicio de los ciudadanos, que tenga como prioridad el bienestar y la protección de los derechos fundamentales del conjunto de los ciudadanos.

Esta es la estrategia que nos tiene que permitir salir del callejón sin salida, no pavonearnos de una fuerza que no tenemos y reivindicar una República que no podíamos sostener ni simbólicamente. La República no llegará con consignas encendidas, ni con poesía del mayo del 68. La tendremos por una combinación de audacia, resiliencia y mayorías democráticas, de sinergias entre la ciudadanía y sus instituciones (tal como fue al 1-O). También, necesariamente, en la medida en que seamos capaces de hacernos fuertes ante el autoritarismo del Estado, por nuestra capacidad de seducir a una mayoría suficientemente sólida, y, también, si estamos más preparados para afrontar un nuevo embate, democrático, con el Estado. Y también, claro, porque el Estado español no cambiará, ni lo sabrían hacer ni quieren hacerlo.