Es una frase redonda que condensa toda una manera de vivir el país. Su espontaneidad hace que sea tan genuina, tan auténtica. Es la célebre confesión de Marta Ferrussola, esposa de Jordi Pujol, cuando vio a Pasqual Maragall pasear por el Pati dels Tarongers, acompañado de los Carod-Rovira, Puigcercós o Vendrell, tomando medidas del Palau. La todavía primera dama tuvo un susto "como si hubieran entrado a robar en casa".

Artur Mas había ganado, en escaños, las elecciones catalanas. Pero lejos del peor resultado de su antecesor. Y aun así su resultado fue meritorio. Sobrevivir a Pujol no era fácil. Por mucho que ahora se haga leña del árbol caído, el legado de Pujol no es menor. También es cierto que los primeros a apuntarse al linchamiento del presidente —que a pesar de todo tiene más luces que sombras en su historial de servicios— fueron algunos de los que habían vivido bajo su sombra y protección.

En aquellos días ya se hablaba del 3 por ciento. Un secreto a gritos, un rumor que circulaba con profusión y que tomó carta de naturaleza el día que Pasqual Maragall lo solemnizó en una sesión de control parlamentario. Mas reaccionó indignado asegurando que Maragall se había cargado la legislatura. Lo cierto es que la legislatura fue liquidada de facto por el acuerdo del pillo de Mas con Zapatero, bien por debajo del listón parlamentario de consenso. E incluía (ay, la letra pequeña) una cláusula de caballeros, librarse de Maragall, el presidente que había desbordado el PSC en la gestación del Estatuto, acosando a Zapatero. El mismo presidente que se había atrevido a pilotar una reforma del Estatuto que Pujol siempre había visto con desdén.

Hoy todo el mundo admite que aquella reforma del Estatuto fue el detonante de todo lo que ha venido después. Incluido, de rebote, el fin de la impunidad por el cobro de jugosas comisiones de obra pública. Precisamente, estos días, hemos sabido que se ha ratificado la condena por el espolio del Palau, a Montull y Millet, dos de los comisionistas que se hicieron de oro y que ejercían de filántropos administrando morteradas. Lo que en México dirían "mordidas". Entre otros, la nueva sentencia judicial acredita, en casación, que se embolsaron una jugosa comisión por la construcción de un Palau en Sant Cugat del Vallès, que se repartieron con CDC. A razón de dos tercios para CDC y uno para la exitosa pareja. A título de inventario: por todas partes la misma constructora que generosamente hacía aportaciones millonarias a la Fundación de CDC. Gratis et amore.

Esta connivencia con la corrupción, y no otra, es lo que provocó el primer cambio de nombre. Y los sucesivos. La necesidad de dejar atrás la sombra de la corrupción. Hay quien todavía insiste en asegurar que todo es un burdo montaje contra los verdaderos patriotas. Una inercia que desgraciadamente no desaparece. En definitiva, que nunca hicieron ninguna fechoría. Y todavía menos robar. Y si lo hicieron, que no, fue por Catalunya.

Precisamente Sant Cugat del Vallès ha sido una de las grandes ciudades que ha cambiado el color político de su alcaldía. Como Tarragona o Lleida. Las dos primeras con el concurso de un frente amplio que pivota sobre la izquierda y que incluye la marca Junts. Un frente amplio, el más parecido a grandes mayorías de país y de consenso, que tiene su embrión en Bruselas, cuando Tremosa, Romeva y Junqueras cerraban filas. La particularidad de Sant Cugat, respecto de Tarragona y Lleida, es que los que han sido desalojados de la alcaldía han sido los convergentes que habían gobernado la finca, desde hacía más de treinta años, a medida.

La alcaldesa es una mujer, de izquierdas e independentista, el que siempre recuerda el poema de Maria Mercè Marçal. Pero en este caso Mireia Ingla ha sido alcaldesa con el concurso de ERC, la CUP y el PSC. Lo que tuvo que oír Mireia Ingla por haber osado coger las riendas de la alcaldía no fue menor. Los mismos que han justificado con todo tipo de bagatelas haber entregado la Diputación de Barcelona al PSOE son los mismos que vivieron como si los ladrones hubieran entrado en casa que una republicana de toda la vida fuera alcaldesa de la ciudad.

Ingla, como tantos otros antes, ha probado como se las gastan los que se tenían por propietarios de la finca. Probablemente por eso, bien harta de todo lo que tuvo que aguantar (de los mismos patriotas que se rasgaban las vestiduras por Sant Cugat mientras silbaban por la Diputación), Mireia no se ha podido privar de reivindicar —tan pronto se ha confirmado judicialmente que en Sant Cugat los comisionistas del tres por ciento hacían el agosto— que a pesar del ruido "tanta gente celebró el cambio de gobierno municipal", con una mujer republicana al frente. Un detalle. Por cierto, que tampoco es menor.