Si Oriol Junqueras hubiera querido conquistar el Ayuntamiento de Barcelona ya hace tiempo que se habría sacado de encima a Ernest Maragall. Hace cuatro años, Barcelona era el epicentro de la lucha partidista por la hegemonía dentro del régimen de Vichy. Ahora es un lugar clave para la política de olvido y pacificación. Igual que Jordi Pujol, Junqueras necesita ceder a Madrid el control simbólico de la capital. Además no puede ganar por 6 a 0 a la vieja Convergència, le conviene que los partidos de CiU se rehagan un poco sin acabar de sacar demasiado el jefe.
Da la impresión, pues, que Ada Colau volverá a gobernar Barcelona porque representa el único espacio que puede defender abiertamente sus intereses sin poner en crisis la España del 155. La situación en Catalunya es tan poco democrática que ni siquiera ERC, que ha encarnado la rendición de la manera más cruda posible, se puede permitir el lujo de ganar demasiado. Un exceso de rendición acabaría de alienar la piedra angular del país y situaría el PSC demasiado cerca de la ultraderecha. Además, Barcelona tiene que dar trabajo a los independentistas de los partidos de CiU para atarlos a la agenda de Madrid.
Colau y Díaz vienen a ser el Santiago Carrillo de la nueva Transición
Xavier Trias no tiene posibilidades de ser alcalde, es un instrumento de distensión que será eliminado una vez haya hecho el trabajo de salvar algunas apariencias y, sobre todo, unos cuántos contratos. Trias va a las elecciones como fue Josep Maria Cullell en los tiempos del maragallismo, como un peón de los equilibrios convergentes y, por lo tanto, autonómicos. España necesita catalanes étnicos que vivan bien de las instituciones y la bandera, y más ahora que la idea de la independencia está tan viva. A la vez, la única manera que tiene de conectar Barcelona con Madrid sin que se note el 155 es aprovechar las afinidades entre Colau y Yolanda Díaz.
Las imposturas de Colau ya no creo que enreden a nadie, pero estoy seguro que ayudan a disimular a mucha gente. Con Colau pasa un poco lo mismo que pasa con Díaz en Madrid. Todo el mundo sabe que es una farsante, pero la mayoría de la gente está demasiado cansada o tiene demasiado miedo para poder defender una alternativa seria a su farsa. Colau y Díaz vienen a ser el Santiago Carrillo de la nueva Transición, la figura que sirve para legitimar el oprobio en nombre de la concordia. Junqueras lo sabe, y Pablo Iglesias y los vascos también lo saben, y se mueven en el sotobosque. En el fondo todo el mundo espera la ocasión de subir el precio de su silencio –porque no venimos de 40 años de dictadura. Otro ejemplo es Jordi Graupera.
La victoria de Maragall, pues, es peligrosa porque dejaría todo el espacio convergente en manos de la abstención independentista, y pondría sobre ERC toda la presión de aguantar la autonomía. La victoria de Trias también es peligrosa porque lidera una alianza de desesperados, y si los convergentes vuelven a probar el poder son capaces de todo para desbancar a ERC, incluso de volver a poner en marcha el proceso con todas sus mentiras. En cuanto a la posibilidad que Collboni sea alcalde, un gobierno del PSC no sería ningún chollo porque un exceso de socialismo encabritaría al PP y Vox al resto de España. Todavía falta mucho para que el PSC pueda mandar en Barcelona como antes, con los guantes de seda de los ladrones que no manchan.
Colau es el último bastión del régimen del 78 y de la democracia que "nos dimos entre todos", y hasta no hace mucho era abiertamente antimonárquica. España está al límite de una crisis existencial de primer orden y Barcelona es la pastillita que necesita por no perder los nervios. Solo hay que ver el optimismo de Prozac que se respira en La Vanguardia o seguir la creciente esquizofrenia literaria de Salvador Sostres: en su web catalana se hace el señor triste y en el ABC escribe como un milhombres.