Sobre el papel, teóricamente, con el tiralíneas en la mano, el proyecto para convertir a Sandro Rosell en el próximo alcalde de Barcelona puede tener su sentido. Al fin y al cabo, Rosell (58 años) es un personaje muy conocido —no sé si decir popular, aunque seguramente también— en Barcelona y en el conjunto del país. Ha sido presidente de un Barça exitoso y, además, víctima de un montaje corrupto que supuso su encarcelamiento de mayo de 2017 a febrero de 2019, lo que, naturalmente, despierta empatía y solidaridad.

Asimismo, la percepción de muchos sectores ciudadanos es que Barcelona atraviesa un momento de decadencia, que se ha perdido fuerza y también ilusión. Muy pocos se atreven a decir que los años de Ada Colau han sido fenomenales y una suerte para Barcelona. Vista esta percepción, son muchos los que piensan que hace falta una candidatura que pueda plantar cara a Colau, ganar y cambiar las cosas. Lo intentó el grupo de gente que financió a precio de oro la 'operación Valls', la cual, finalmente, sirvió para lo contrario de lo que en principio se pretendía: en vez de echar a Colau de la alcaldía, Valls —un tipo de una vileza inoxidable— la hizo alcaldesa.

Sobre el papel, decíamos, hay un espacio que podría ocupar un tercer personaje —Rosell— más allá de la misma Colau y de Ernest Maragall, que parecen los dos únicos candidatos con posibilidades. Collboni está determinado a competir, pero parece no tener bastante peso y, además, se le hará cuesta arriba librarse del papel de socio de Colau.

Cuando alguien dice que él de política no entiende o no quiere saber nada, me pongo a temblar. Y a sospechar. Muchos de los peores dictadores han dicho y repetido que ellos no eran ni de unos ni de los otros, sino de todo el mundo. Y que hace falta que ellos ostenten el poder porque encarnan el pueblo y hacen lo mejor para el pueblo

Sin embargo, la, digamos, 'operación Rosell' tiene, a mi entender, un problema de fundamentos, grave e irresoluble: el mismo Sandro Rosell. Me lo han confirmado tanto la entrevista que publicó El Periódico con el expresidente del Barça como la que emitió Catalunya Radio a principios de semana. Estas declaraciones no le han hecho ningún bien. En las entrevistas, desgrana una serie de ocurrencias entre pueriles y de barra de bar, o bien que resultan directamente inquietantes, además de absurdas.

La idea que más repite Rosell —hijo de uno de los fundadores de Convergència Democràtica— es que él y su grupo no son políticos, sino una cosa totalmente diferente: son "gestores". Son unos gestores dispuestos a "dejar de ganar dinero" durante unos años —Rosell dispone de un notable patrimonio familiar— para tomar las riendas del Ayuntamiento. De políticos, dice, no habrá "ni uno". Serán una colección de gestores, explica, cada uno especializado en algún tema: salud, comercio, seguridad, limpieza, etcétera. Estas personas, apunta, dejarán su ideología política en "la puerta del Ayuntamiento". "Ni de derechas ni de izquierdas: de Barcelona", le dijo a Laura Rosel a modo de lema. Con respecto a los puntos de vista sobre la independencia o la españolidad de Catalunya, Rosell asegura que también quedarán aparcados.

Visto todo lo que hemos podido leer y sentir, Rosell tiene una pésima opinión de aquello que es público y, en cambio, muy buena del sector privado. Así, el Estado es un "monstruo enorme" que "nos trata como esclavos". Es por eso, supongo, que quiere gestores y detesta a los políticos. Igualmente, tiene una visión como mínimo curiosa de lo que es un representante de los ciudadanos. Para él, comunicar, dirigirse a la gente, no tiene nada que ver con gestionar. Más bien lo ve como cosas no solamente diferentes, sino incluso opuestas: "Mi trabajo toda la vida ha sido gestionar. Y si te gusta gestionar no estás para comunicar, estás para gestionar. Tienes que decidir: o hacer cosas o explicarlas. Probablemente se tienen que mezclar las dos cosas, pero eso lo he aprendido con los años", declaraba a El Periódico.

A Sandro Rosell —si sirviera para alguna cosa, si realmente escuchara— haría falta que alguien le explique que la política no es una actividad tóxica, maléfica y corrupta por naturaleza, como él parece entender. Sino una actividad noble, que nace de una voluntad de servicio y de mejorar las condiciones de vida de la comunidad. Aquí se le podrían recomendar una retahíla de autores, desde Platón a nuestros días, pasando por Max Weber, quien, al principio de El político y el científico, señala que para hacer política hay que entender la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política como es, por ejemplo, un ayuntamiento.

Es imposible no hacer política y también lo es dejar la ideología en la puerta del Ayuntamiento. Nadie puede separarse de su ideología, porque los valores, los principios y las emociones de distinta clase son la razón por la cual actuamos como actuamos. Forman parte de nosotros

Cuando alguien dice que él de política no entiende o no quiere saber nada, me pongo a temblar. Y a sospechar. Muchos de los peores dictadores han dicho y repetido que ellos no eran ni de unos ni de los otros, sino de todo el mundo. Y que hace falta que ellos ostenten el poder porque encarnan al pueblo y hacen lo mejor para el pueblo. (Rosell: "Ni de derechas ni de izquierdas: de Barcelona"). "Haga usted como yo, y no se meta en política", parece que le dijo Franco a alguien con todo el cinismo del mundo. Pues eso.

Sea como sea, Rosell se contradice cuando comenta que no pactaría con alguien de extrema izquierda como —apunta— Ada Colau. ¿No habíamos quedado en que ni la política ni la ideología nos tienen que influir? ¿No éramos gestores completamente neutros e inmaculados?

Más allá de la connotación negativa sobre la política que le enturbia la mirada (y la de sus amigos), Rosell tendría que entender que es imposible no hacer política y también lo es dejar la ideología en la puerta del Ayuntamiento. Nadie puede separarse de su ideología, porque los valores, los principios y las emociones de distinta clase son la razón por la cual actuamos como actuamos. Forman parte de nosotros. 'Somos' nuestros valores, nuestros principios y nuestras emociones. Todo eso es parte, conforma, nuestra identidad. Por lo tanto, no existe la no ideología, como tampoco existe la no política o el apoliticismo, menos todavía si uno es alcalde o alcaldesa de Barcelona.

Para ir acabando, haría falta, por su bien, que Rosell entendiera que los inútiles, los imbéciles, los impresentables y las malas personas están muy bien repartidas. Es por esta razón que no solamente se encuentran entre los políticos, sino entre todas las actividades o profesiones. También entre los gestores. Y entre los gestores en posiciones de mucho de poder. Yo mismo he podido conocer a un puñado, y eso que soy un poco más joven que Rosell y no me he dedicado el mundo de los negocios.

En cuanto a la diferencia —supuesta— entre gestionar y comunicar, vale a decir que justamente una de las capacidades más importantes de un gestor (no hace falta decir de un líder) es comunicar. Comunicar quiere decir también tener psicología, entender al otro o a los otros. Comunicar hacia afuera, pero también hacia adentro, hacia la gente que te rodea, que forma parte de tu equipo u organización. De hecho, no he conocido a ningún buen político ni ningún buen directivo de empresa que no fuera un buen comunicador. Es más: estoy convencido de que ninguna de las dos primeras cosas son posibles sin la última.