Tiene razón el profesor Agustí Colomines cuando dice que, respecto a Catalunya, da igual el españolismo de derechas como el de izquierdas. Él lo llama unionismo pero yo no, porque lo que buscan los partidarios de España no es la unión sino la sumisión de los catalanes a los españoles. Lo explico porque cuanto más claros más amigos. Es una sumisión que vemos todos los días y que ha acabado rompiendo el vínculo de los representantes independentistas con sus representantes. En nuestro país está ocurriendo más o menos lo mismo que ocurre en Reino Unido. Al final, después de mucha paciencia, los votantes conservadores británicos ya no quieren saber nada de los actuales dirigentes de su partido, a los que acabaron perdiéndoles el respeto. Los han descubierto en cueros, tal y como son: una colección de criaturas mimadas que no se representan ni a sí mismas, una clase endogámica de vividores y de impostores, de falsos patriotas, de traidores al mandato democrático que recibieron en las urnas.

Para muchos votantes que se sienten engañados no habrá mayor satisfacción que la venganza de los electores en las próximas elecciones. La venganza es una palabra emotiva, muy bella y en el mundo real hace funcionar una buena colección de cosas importantes, como la famosa novela de Alexandre Dumas, El conde de Montecristo, o la política exterior de Ucrania. Si por venganza las instituciones de Catalunya, los ayuntamientos, los consejos comarcales, las diputaciones y la Generalitat, terminan en manos de los partidos españolistas se producirá una liberación, un descanso, una gran alegría colectiva. Porque sabremos por fin dónde estamos pisando. Y porque ya no nos daremos vergüenza a nosotros mismos. Al pueblo, o se le respeta o que se atengan a las consecuencias.

Catalunya se hunde día a día económicamente y se españoliza cada vez más gracias a unos partidos retóricamente patrióticos pero sobornados

Hemos llegado al final del trayecto y la experiencia nos demuestra que da igual que gobierne el españolismo o el autonomismo. Da igual que gobierne Pere Aragonès con el 155 o sin el 155, las diferencias son microscópicas. Ya dijo Quim Torra, en cierta ocasión, que la autonomía es un obstáculo para la independencia. Será una viva alegría cuando los políticos no sean unos simples intermediarios y manden a cara descubierta a los que nos mandan de verdad. Entonces el voto independentista dejará, al fin, de ser un voto cautivo, un chantaje colectivo. Los votos cautivos siempre son para los caciques y tienen una dudosa legitimidad democrática. Déjenme recordar que, en una democracia, los electores deben poder votar libremente a cualquier opción legal y, por tanto, tan democrático es que gane Vox las elecciones, como la CUP, o como el Partido Animalista. Y, en cambio, lo que no es nada democrático es que ganen siempre los mismos disfrazados con distintos nombres. Catalunya se hunde día a día económicamente y se españoliza cada vez más gracias a unos partidos retóricamente patrióticos pero sobornados. Toda la gente que vive económicamente de la teta autonomista quiere convencernos del voto obligatorio, imprescindible, a unos partidos supuestamente independentistas de que, al fin y al cabo, son más autonomistas y más españoles que Ximo Puig o que Juan Manuel Moreno Bonilla. Los funcionarios son así.

Sin intermediarios será más difícil que nos tomen el pelo, sin exindependentistas que trabajen amorosamente por España como Oriol Junqueras o Jordi Sànchez, veremos quién nos gobierna realmente. El intermediario levanta la bandera de la independencia pero, de alguna u otra forma, vive de los presupuestos del estado español. Sin intermediarios será más fácil romper con España porque somos personas pasionales y emotivas. Y como personas pasionales y emotivas estará más claro, e imposible de tragarse que se esté españolizando nuestra escuela si el conseller de Educació es Alberto Tarradas haciendo la misma política que Josep González i Cambray. Fíjese en algo que acabamos de aprender. Cuando Junts dejó el gobierno de la Generalitat hubo quien se resistió con una valentía que no imaginábamos que tuvieran. Cuando les tocas el bolsillo ves quiénes son, en realidad. Para ese partido fue la ruina económica.

Y ahora imagínense que hacemos lo mismo con Esquerra, Junts y la CUP y que son borrados de nuestras instituciones por escandaloso incumplimiento de su contrato con el pueblo. Ninguna lista independentista y alternativa sin dinero podrá superar jamás de los jamases a los partidos instalados en el sistema. Todo está organizado para que sea imposible. Y tampoco ningún partido independentista ya instalado aceptará nunca a nuevos militantes que hagan peligrar el dominio de Oriol Junqueras y Pere Aragonès, de Laura Borràs y Jordi Turull. Los partidos, todos los partidos, son instituciones dictatoriales y antidemocráticas. Y tienen reservado el derecho de admisión. Debemos volver a la alegría que nos da el poder del pueblo. Aquello tan sabido que quien paga, manda, debemos volver a imponerlo ya. Hoy en día la única, enorme, vergonzosa, sangrienta, diferencia entre los políticos españolistas y los independentistas es que los políticos españolistas son auténticos patriotas y no engañan al pueblo que les da de comer.