1. ¿NOS ENGAÑARON, VERDAD? La semana pasada di una charla en Molins de Rei invitado por la ANC local. Allí encontré más gente de la que me esperaba. Siendo, como soy, consciente del desaliento que se ha apoderado de la base independentista, un acto convocado a las seis y media del anochecer me hacía temer lo peor. La media de edad era alta. Esta sí que es una constante que se repite siempre. Se afirma que el movimiento independentista creció porque los jóvenes lo impulsaron. El peligro actual es que estos jóvenes se hayan ido apartando, no del independentismo, sino de los actores políticos —partidos y sociedad civil— que lideraron la década soberanista. La frustración que detecto en cada acto no es porque en 2017 no se hubiera podido culminar lo que se decidió en las urnas el 1-O, sino porque la gente está harta de los partidos y de sus mentiras. La desunión, el sectarismo, las disputas dentro y fuera de los partidos, la desorientación y, sobre todo, la incompetencia de los políticos provoca que crezca el criticismo. La gran mayoría de personas que se dirigen a mí en este tipo de actos no pierde la ocasión para despotricar de los dirigentes de 2017 que ahora proclaman que el 1-O no fue un referéndum, sino un instrumento para presionar al estado y negociar con él. No es una suposición suya. No es ninguna paranoia de una pandilla de radicales. Tanto Oriol Junqueras como Jordi Sànchez (entonces presidente de la ANC) lo han confesado abiertamente. Las bases de la ANC, representadas por el público que tenía yo delante en Molins de Rei, están más que molestas con Jordi Sànchez, porque el mandato que tenía el actual dirigente de Junts no era ese. El objetivo de la candidatura de Junts pel Sí, integrada por CDC, Esquerra, Demòcrates de Catalunya y Moviment d’Esquerres, era, simple y llanamente, declarar la independencia de Catalunya a la primera oportunidad. Cuando menos esto era lo que decían entonces. Como he constatado en otras charlas, la desafección de las bases del independentismo no partidista crece y crece. El desengaño es tan fuerte que la reacción es decantarse por abstenerse en las próximas elecciones. Es una reacción nihilista con la que sueñan algunos articulistas que antes eran cachorros de los convergentes y con la que coinciden quienes, sin haberlo sido por una cuestión de edad, son del mismo redil e inclinación ideológica. Que unos cuantos políticos engañaran concienzudamente no significa que todos los implicados en la organización del 1-O quisieran engañar también. Hay que castigar solo a quien engaña.

Castigar a los partidos independentistas con la abstención es condenar Catalunya a caer en manos directamente del unionismo

2. APRENDER DE LOS ERRORES. El Consell Assessor per a la Transició Nacional (CATN), que fue un órgano creado por la Generalitat de Catalunya en 2013, según Decreto 113/2013, de 12 de febrero, diseñó un plan que, con algunas variaciones, sirvió de hoja de ruta hasta 2017. Se trataba de conseguir convocar un referéndum de autodeterminación y que el proceso de transición, en caso de victoria del sí a la independencia, se ajustara escrupulosamente de la ley a la ley, siempre por medio de la no violencia. Ya sabemos cómo acabó todo y con qué vehemencia Joan Coscubiela y el grupo de los comuns tildó de golpe de estado la aprobación de las leyes de transitoriedad en el Parlament en septiembre de 2017. El unionismo retumbaba con la arenga del antiguo funcionario sindical porque se oponía a la convocatoria del referéndum. En 2017 fracasó esta vía. El unionismo, con la ayuda de la represión y las dudas de algunos partidos independentistas, logró desarticular la revuelta institucional que se apoyaba sobre la base de la gran movilización popular. La gente no se cree que los dirigentes del independentismo pudieran ser tan ingenuos. Yo les digo que sí, que lo eran mucho, sin que eso los disculpe. Además, puesto que no se tenían confianza y desconfiaban los unos de los otros, repitieron el error de 1936 y las peleas en la retaguardia republicana que les llevaron a perder la guerra por la libertad. Esta animadversión, que se convirtió en una criminal persecución política, provocó que después costara lo que no estaba escrito reorganizar una oposición a la dictadura franquista, que así fue consolidándose. La coyuntura internacional ayudó, pero también la indiferencia de la población, que estaba cansada de unos dirigentes republicanos que no estuvieron a la altura de las circunstancias. Las peleas internas han arruinado el independentismo y ahora es urgente reconstruirlo. La incógnita es cómo hacerlo, dejando a un lado los “errores no forzados” que, como en el tenis, no los ha provocado el adversario. Lo que es seguro es que no se puede repetir lo que ya ha quedado demostrado que no funcionó. Hay que abrir un nuevo ciclo para remontar la desmovilización y para deshacerse de los que postulan la rendición.

3. UN NUEVO CICLO. En la celebración del décimo aniversario de la Declaración de Santa Coloma, con la que Òmnium, entonces liderada por Muriel Casals, apostó por el estado propio, el actual presidente de la entidad, Xavier Antich, apostó por introducir nuevos actores para superar algo incontestable: que el proyecto político independentista no está cohesionado. Si Antich quiere decir que los partidos y las dos entidades independentistas —la suya y la ANC— son responsables del desconcierto actual, para mí la afirmación es cierta. Si está pensando en otra cosa, habrá que ver cuáles son estos nuevos actores, porque si se trata de repetir la campaña de las luchas compartidas, más vale ni intentarlo. Lo mejor es olvidarse de la ficción del 80%, tal como nos ha recordado Montserrat Tura en un reciente artículo. De entrada, además, conviene desmentir algunas aseveraciones que son mentira y, aun así, se repiten deliberadamente. La primera, que es la más importante para obviar las majaderías, es una idea falsa sobre quién era el protagonista del movimiento independentista en 2017. Se afirma que el independentismo nació de la base y que solo se logrará la independencia por la fuerza de la base. Sin la multitud es imposible avanzar, como se vio el 1-O, pero sin unos partidos políticos fuertes y audaces, tampoco. Un país sin partidos se convierte en una dictadura. Ahora bien, los partidos son solo un instrumento que deja de tener sentido si se convierte en una secta rapaz. Si bien la responsabilidad de haber dilapidado la mayoría independentista del 52% en el Parlamento es de Esquerra, ávida de tener en sus manos todo el pequeño poder que da la autonomía, tanto Junts como la CUP no han ayudado para nada a mantenerla. Las luchas internas de unos y el sectarismo narcisista de los otros han cerrado definitivamente la década soberanista. Es difícil desmentirlo. Solo entenderemos el presente si somos capaces de repensarnos sin la ira que hoy impregna las actitudes políticas de una base social decepcionada. Castigar a los partidos independentistas con la abstención es condenar Catalunya a caer en manos directamente del unionismo, de derecha o de izquierda, que en este aspecto tanto da uno como otro. Las elecciones municipales son capitales y el independentismo tiene que ganar tantas alcaldías como le sea posible. En los comicios municipales son más importantes los candidatos que las siglas partidistas. Votar personas es más fácil que votar partidos. La red independentista será, en este sentido, fundamental para separar el grano de la paja. Quizás la solución será que la gente se apodere de los partidos en vez de fundar otros.