Hace treinta años, mientras el mundo entero veía en directo cómo caían bombas sobre una ciudad sitiada, pasó algo tan aberrante que tardó tres décadas en ser nombrado. No fue un secreto muy bien guardado. En Sarajevo todo el mundo lo susurrabaLos periodistas lo sabíanLos servicios de inteligencia europeos lo sabían. Pero nadie dijo nada. Hasta ahora.

Lo que esta semana está investigando la Fiscalía de Milán es tan simple de explicar como repugnante de escuchar: entre 1992 y 1996, algunos europeos adinerados viajaban a Sarajevo para disparar contra civiles. No eran soldados. No eran mercenarios reclutados. Eran ciudadanos de países europeos que pagaban dinero (muchísimo dinero, entre 80.000 y 100.000 euros actuales) para ir a matar gente. A niños. Luego, volvían a casa. ¿Suena como la trama de una película de terror? Lo es. Pero no es ficción.

¿Cómo se organiza algo así?

El escritor y periodista italiano Ezio Gavazzeni ha pasado meses investigando esto. Ha reunido 17 páginas de documentación con testimonios de agentes de inteligencia, soldados y supervivientes. Y lo que describe es un mecanismo bien engrasado de horror organizado. Los italianos salían desde Trieste en vuelos comerciales de la aerolínea serbia Aviogenex. Llegaban a Belgrado. Desde allí los trasladaban a las colinas que rodeaban Sarajevo, donde el ejército serbobosnio controlaba las posiciones. Allí se apostaban junto a soldados locales, con armas de caza (“más apropiadas para jabalíes en la Selva Negra que para el combate urbano”, como dijo un testigo), para disparar a civiles. Algunos de esos civiles eran niños.

Matar a un niño salía más caro; matar a un anciano era casi gratis

Lo más grotesco: existía una tarifa. No lo digo yo. Lo dice Edin Subasic, exgeneral de brigada de la inteligencia militar bosnia, que lo documentó en la época. Cuanto más “difícil” el objetivo, más caro costaba. Matar a un niño salía más caro. Matar a un anciano era casi gratis. Esto no es una interpretación, repito. Es lo que dice la documentación.

El SISMI sabía, el SISMI no hizo nada

Aquí es donde el escándalo se convierte en complicidad institucional. En 1994, la inteligencia militar italiana (el SISMI) recibió información de sus colegas bosnios: había cinco italianos disparando a civiles en las colinas de Sarajevo.

La respuesta llegó “dos o tres meses después”, según los testimonios, con un mensaje muy claro: “Le pusimos fin a esto y no habrá más safaris”. Y efectivamente, los viajes cesaron en la primera mitad de 1994. Pero aquí viene lo más increíble: no se detuvo a nadie. No se abrió expediente judicial. No se procesaron a ciudadanos italianos por crímenes de guerra. Se apagó administrativamente como quien cierra una puerta y finge que no hubo nada dentro. Los archivos del SISMI sobre esto siguen clasificados hasta el día de hoy. Treinta años después. En una Europa democrática que se jacta de sus valores de transparencia y Estado de derecho.

El testigo que vio a los cazadores

John Jordan fue bombero voluntario estadounidense en Sarajevo. En 2007, declaró ante el Tribunal Penal Internacional durante el juicio contra Slobodan Milošević que había visto a hombres que “no parecían del lugar” por su vestimenta, sus armas, la forma en que eran guiados por soldados locales. Jordan fue el primero en hablar públicamente de “francotiradores turistas”. Jordan nunca dijo que los viera disparar directamente. Vio lo sospechoso. Lo circunstancial. Lo inquietante. Pero no la prueba material. Y eso es lo que hace que este caso sea, treinta años después, tan extraordinariamente difícil de probar.

El documental que reabrió una herida

En 2022, el director esloveno Miran Zupanic estrenó Sarajevo Safari. Un documental que presentaba testimonios de supervivientes y de un agente secreto que afirmaba haber visto siete asesinatos de estos “cazadores”. Esto provocó que Benjamina Karic, entonces alcaldesa de Sarajevo, presentara una denuncia formal ante la Fiscalía de Bosnia-Herzegovina en noviembre de 2022. ¿La respuesta? Un anuncio: “Un fiscal especial se hará cargo” y después, tres años de silencio absoluto. Pero cuando Gavazzeni presentó su denuncia en enero de 2025 ante la Fiscalía de Milán, la respuesta fue diferente. En noviembre de este año, Italia acaba de abrir investigación formal.

La pregunta parece obvia: ¿por qué Italia actúa rápido y Bosnia, el país donde sucedió todo, no hace nada?

El marco legal existe: la buena noticia es que jurídicamente no hay excusasLos crímenes de guerra no prescriben. Punto. Esto está en la Convención sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra de 1968, está en el Estatuto de Roma, está en todo lo que Europa se supone que respeta. Italia tiene la obligación legal de investigarjuzgar o extraditar a los responsables, vivan donde vivan. La Fiscalía de Milán lo ha calificado correctamente: “homicidio múltiple con agravantes de motivos abyectos y crueldad”, algo que en Italia tampoco prescribe.

El marco legal existe. Lo que no existe es voluntad política de hacer que funcione.

Las pruebas, el problema real: Gavazzeni asegura haber identificado a algunos de los presuntos participantes que aún están vivos. Personas de Milán, Turín, Trieste, de entre 65 y 82 años. Pero el propio abogado del caso reconoce el problema central: la denuncia “no plantea nombres de ciudadanos concretos, sino documentos que presuntamente prueban la organización de viajes y testimonios de militares e inteligencia”. En otras palabras: sabemos lo que pasó. Tenemos conversaciones que lo sugieren. Tenemos inteligencia que lo confirma. Pero treinta años después, las pruebas materiales, los comprobantes de pago, los registros de vuelos con nombres, las fotografías identificables, son extraordinariamente difíciles de obtener.

El caso que SÍ está documentado

Existe una excepción: Eduard Limonov. El escritor ruso apareció en un video disparando desde posiciones serbias contra Sarajevo en verano de 1992, junto al líder serbio Radovan Karadžić. En el video, mientras Karadzic bromea con un cachorro, alguien enseña a Limonov a disparar una ametralladora hacia la ciudad. Limonov declara: “Los rusos deberíamos tomar ejemplo de ustedes”. Karadzic responde: “Llegarán 400 voluntarios a los que ya hemos pagado el billete”. Limonov concluye: “Ah, nuestra yihad ortodoxa”. Este video fue prueba en el juicio contra Karadzic, condenado inicialmente a 40 años en 2016, elevado a cadena perpetua en 2019. Pero Limonov nunca fue procesado. Murió el 17 de marzo de 2020 a los 77 años, sin responder ante la justicia. Su impunidad es un símbolo de lo que ha pasado durante treinta años: la normalización de un crimen grabado en video.

¿Qué pasa ahora?

Radovan Karadžić fue condenado por genocidio, crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra, incluida una “campaña organizada de francotiradores” contra civiles en Sarajevo entre 1992 y 1995. El tribunal estableció que 1.601 niños fueron asesinados durante el asedio. “No hubo ni un solo intento de procesar a ningún soldado del Ejército Serbobosnio por abrir fuego contra civiles en Sarajevo”, estableció la sentencia. Todo con total impunidad. Todo en una atmósfera donde era posible que ciudadanos europeos llegaran, pagaran, dispararan y se fueran sin que nadie dijera nada. Gavazzeni espera que “al menos dos o tres personas sean procesadas”. Es una expectativa modesta. Realista, pero modesta.

Lo que esto dice sobre nosotros

Este caso no es solo sobre crímenes de guerra cometidos hace treinta años. Es sobre cómo Europa prefirió mirar hacia otro lado. Cómo los servicios de inteligencia “apagaron administrativamente” el problema sin investigación penal. Cómo la Fiscalía bosnia guardó silencio durante tres años desde la denuncia de Karic. Cómo los archivos siguen clasificados. Es sobre la complicidad de la indiferencia. La impunidad de la impotencia política. La segunda muerte de las víctimas, que es el silencio.

La investigación italiana llega tarde. Probablemente, demasiado tarde para que la justicia sea completa. Pero llega. Y eso, al menos, rompe treinta años de silencio cómplice. Porque hay cosas que no prescriben. Y una de ellas es la vergüenza de no haberlas nombrado cuando pasaban.