La mayoría de nosotros pasamos las Navidades en casa, entre el confort que genera el calor de la chimenea, el silencio quebradizo por el crepitar de la madera y las miradas profundas retrospectivas que atraviesan los cristales empañados y reflejan el paisaje de frío cromático.

Otros, por segundo año, continúan encerrados en las gélidas celdas de la prisión entre anchos barrotes de hierro, mientras esperan la guillotina mecánica de los jueces naïfs y maleantes que ya han puesto fecha al macabro juicio en el feudo de la inquisición española. Y otros más, en tierras lejanas para repeler el esperpento judicial español en manos de togas carcomidas de torpes jueces a sueldo de políticos mafiosos.

El 21-D esperábamos que fuera otro 3-O, yo el primero. Nos dejamos llevar por la seguridad de que paralizaríamos el país. Por la vehemencia de que lo bloquearíamos todo de manera infranqueable. Ingenuamente, días antes, corrían los puntos de corte de las carreteras de todo el país por decenas de grupos de Whatsapp. Ante el hipotético colapso del país, el "vuelve en casa por Navidad" se adelantó y el 21-D acabó transformándose en el desierto de los Monegros en la capital catalana.

El post-21-D ha estado lleno de reproches y de centenares de miles de caracteres en Twitter señalando a culpables, con decenas de sogas preparadas para ahorcar a los responsables.

Los responsables de la situación actual no son los independentistas. No son los soberanistas. No son la ANC, Òmnium, los CDR o los partidos políticos. No son los Mossos d'Esquadra. No son los directores de diarios golosos sedientos de patria y café para todos.

Los responsables de todo eso son los que el día 21-D vinieron a mearse a la cara de los catalanes con la pretensión de cambiar el nombre del el aeropuerto y de apropiarse de manera ilegítima de la figura del president Tarradellas. A reírse de la dignidad del president Companys y a practicar su hobby preferido: enfrentar a los Mossos d'Esquadra con el pueblo catalán, haciendo mayor el desgarro que iniciaron el 1-O con la criminalización de la policía catalana. Este es su rédito electoral.

Maquillaje, cinismo y marketing político con la poca vergüenza y la indecencia del anuncio de la "reparación" y la banalización de la sentencia de muerte del president Companys, que continuará vigente en el Estado para seguir avalando la "Una, grande y libre".

El Estado quiere utilizar a los independentistas como bobos que alimenten la maquinaria propagandista del Estado para elevar a criminal lo anecdótico. Teatralizar la falsa violencia que se vive en Catalunya y embaucar con el estado de sitio permanente que atrinchera a la población entre las zanjas excavadas en cada esquina.

El 21-D el Estado se presentó en Catalunya con pantuflas y con un discurso irresponsable y cosmético, sin ninguna propuesta política para solucionar un problema político y que ha dejado en manos de la justicia hambrienta de venganza para que le haga el trabajo sucio. Ellos son los responsables de dibujar a ojos de la ciudadanía española el clima prebélico en Catalunya con el discurso encorsetado de la derecha más reaccionaria.

La pluralidad y la diversidad ideológica del movimiento independentista republicano, que es el éxito de este movimiento transversal, pacífico y firme, a la vez ha hecho aflorar la complejidad para tejer una estrategia común entre todos los actores. Ahora es el momento de superar todos estos obstáculos y pavimentar el carril central por donde pueda circular la grandeza del movimiento. Un camino de banda ancha donde quepa la estrategia de todo el mundo: Govern, Parlament, instituciones, entidades y sociedad civil.

Tenemos un mínimo común denominador que se llama libertad y república. Cada uno tiene que hacer su papel. Los presos y exiliados nos demuestran cada día su dignidad y fortaleza y que nunca renunciarán a su anhelo. A nosotros nos toca estar a la altura.

Por mucho que recemos en la misa del gallo, de Navidad o de San Esteban, por obra divina no llegará la república. Apartemos los rencores, organicemos la sociedad civil y alineémosla para construir la vanguardia para denunciar ante el mundo lo que se iniciará el próximo 22 de enero. Frente común contra la represión.

Un consejo. Convendría dejar los pasamontañas para cuando vamos a la nieve o a recoger aceitunas, sí, lo han leído bien, para recoger aceitunas: la dureza y el esfuerzo por pedir prestado el fruto del olivo y convertirlo en el rayo de oro. Transformemos las acusaciones y la dureza de la situación en el chorro de esperanza, firmeza y, sobre todo, responsabilidad, que nos necesita a todos.

Cambiemos los esprays de las mochilas por libros de derecho, mostremos al mundo tal barbaridad y denunciemos el fascismo de Estado. Y, si eso no funciona, persistamos, persistamos y expliquemos a la gente, a los amigos, conocidos o vecinos lo que está haciendo el Estado español. Que se den cuenta de la decadencia democrática y la involución de los derechos y las libertades. Que se han pulido las pensiones para pagar chalets de corruptos de derechas e izquierdas y que la única solución es la república. La unilateralidad la tenemos y solo hay que ejercerla una vez.

Y, mientras tanto, recomiendo a los tuiteros con pantuflas y con el único objetivo de tener la batería cargada para poder vomitar bilis que aprendan de la dignidad de los que comerán galets edulcorados entre los muros de las prisiones. Y que entre el bocado del cuarto y quinto canalón, antes del empacho de proteínas exquisitas, miren por la ventana y piensen en los que descansan el lomo sobre las camas sórdidas de las celdas o desde el aislamiento del exilio.

También a los que el 21-D se diferenciaron poco de los de la "banda del cutter". Los supuestos independentistas que cambiaron la partida de paintball con los amigos para divertirse arrojando todo tipo de objetos a los Mossos y, de rebote, haciendo el flaco favor de dar carnaza a la parodia periodística nacional. Valientes disfrazados de negro y con la cara tapada que llevaban en la mochila el bocadillo que les había preparado su progenitor y 20€ por si perdían el último bus para volver a casa.

Todos estos, los violentos de Twitter y los revolucionarios 2.0 de la cara tapada, tenéis que escoger. O estáis al lado de los que luchan por la libertad desde la firmeza, responsabilidad y no violencia, o estáis con la derecha fascista que manipula y que quiere destruirnos como pueblo, con el cheque en blanco y el aval del monarca que miente y verbaliza un problema de convivencia en Catalunya.

Y, como dice la canción de Doctor Prats, andemos lejos.