Nunca han investido a un candidato republicano y nunca lo harán. Esta es la conclusión más plausible después de escuchar repetidamente a los portavoces del no surrender, los mismos que braman por la presunción de inocencia a la Diputación de Barcelona (DIBA). Porque de las palabras es fácil deducir que antes forzarán nuevas elecciones que investirán a un republicano. De su actitud se puede concluir que es inviable. Porque esta decisión provocaría estragos en las propias filas.

Si a falta de consenso o estrategia conocida sólo les cohesiona la confrontación con los republicanos, es obvio que investir a una persona de Esquerra Republicana provocaría una controversia interna insostenible para un mundo que sostiene una retórica épica en contraste con una práctica en que todo vale. El 14 de febrero o bien los republicanos ganan holgadamente -y las encuestas apuntan a diferencias modestas- o iremos a nuevas elecciones. A no ser, claro está, que ganara al PSC o Junts. Porque entonces habrá gobierno sí o sí. No sólo porque me temo que los republicanos volverían a hacer un ejercicio de responsabilidad sino porque los socios de la DIBA se protegerán mutuamente, tal como ya están haciendo con una omertà de manual.

Por otra parte, Catalunya no se puede permitir un gobierno que en estos últimos meses se ha distinguido por una oposición interna de una beligerancia inaudita. Sólo hay que ver la gestión de la pandemia. El peso y la responsabilidad han sido asumidos en exclusiva por uno de los socios mientras el otro, sencillamente, sólo pone palos en las ruedas como extensión de una decisión lamentable. Este verano, Torra y Puigdemont pactaron prorrogar la legislatura con un único propósito partidista. Preparar su candidatura, arreglar el partido y solidificar como estrategia la confrontación con los republicanos. Tristemente, ni una sola idea más que no sea aliñar la espera con castillos de fuegos para entretener a la parroquia y seguir alimentando ficción tras ficción. A tal punto hemos llegado que no se puede descartar que Puigdemont vuelva a prometer que vuelve por tercera vez. Para acabar resolviendo que si no vuelve obviamente es por culpa de ERC.

La reacción del no surrender ante la administración de la primera vacuna es bien reveladora del estado de la situación. En lugar de mostrar su satisfacción han salido en tromba a criticar el Gobierno por la gestión de esta. Inaudito. Y eso no cambiará con un futuro gobierno construido sobre los mismos fundamentos. La confrontación de Junts pasa precisamente por aquí: retórica patriótica grandilocuente, filtros de nitidez y una práctica ejemplarizada a la Diputación de Barcelona con un silencio espeso y cómplice ante la corrupción. Que la coalición gobernante en la Diputación de Barcelona sea una balsa de aceite y la coalición gobernante en el Palau de la Generalitat una batalla campal lo dice todo.

Ojalá el próximo año sea mejor que el que dejamos atrás. Pero, políticamente, para el independentismo, no parece que tenga que ser así.