Lo que la noche electoral del 26 de mayo en la Estació del Nord ―sede de ERC― parecía una obviedad, y más después de escuchar a la derrotada Ada Colau felicitar a Ernest Maragall como ganador, al día siguiente todo quedaba en papel mojado. La alcaldesa en funciones hacía valer aquello que dicen que los comunes son ambiguos por naturaleza: puntualizaba, rectificaba y calificaba las palabras de Maragall ―al celebrar la victoria― de ser demasiado independentistas, demasiado en clave de país y poco centradas en Barcelona; abrazo al PSC de Jaume Collboni y alfombra roja al ciudadano Manuel Valls.

Antes de entrar a fondo en analizar la amnesia política con que parece que ha sido abducida Ada Colau, déjenme remarcar el cambio de hegemonía que nos han dejado los resultados del 26-M en Catalunya: ERC ha sido la fuerza más votada y quien ha obtenido más concejales en el país ―crece en todas las comarcas y en el área metropolitana―, en detrimento del espacio postconvergente, que pasa a ser la tercera fuerza ―pierde 130.000 votos― justo por detrás del PSC. Los socialistas remontan por el efecto Pedro Sánchez y se aprovechan de la gran bajada de las confluencias de Pablo Iglesias, quien sólo queda por delante de Cs y PP. Y con una CUP muy disminuida ―la formación más afectada por el efecto de las Primàries Catalunya―, a los que el Estado parece que, involuntariamente, le ha hurtado 56.000 votos. Unos resultados que dejan fuera del consistorio al candidato de Barcelona és Capital, Jordi Graupera, quien tenía que ser el alcalde de Barcelona según Twitter, y que, paradójicamente, no lo ha votado ni uno de cada cinco de sus seguidores en esta plataforma social.

¿Pero volviendo a la cuestión primordial, hasta dónde será capaz de llegar Ada Colau? Estos últimos días, Colau se ha esforzado en dejar claro que no habrá pactos ocultos, que tampoco pactará con la derecha ―refiriéndose al espacio postconvergente y Ciudadanos― y que apuesta por un pacto con PSC y ERC. Colau sabe, perfectamente, que eso es imposible y por eso lo verbaliza.

La alcaldesa Colau parece que tiene poca memoria o que es víctima de una amnesia circunstancial temporal y transitoria. Ya no recuerda cómo las bases de su partido avalaron la expulsión del PSC de Collboni del Ayuntamiento de Barcelona por la decisión del PSC-PSOE de dar apoyo al artículo 155. Tampoco parece recordar el motivo por el cual el PSC aceptó los votos del PP en la ciudad de Badalona, con el objetivo de echar a una alcaldesa independentista. La jugada maestra entre PSC/PP le quitó la vara a Dolors Sabater, una acción del PSC que la misma Colau tildó como "suicidio político y una gran decepción".

Paradójicamente e incomprensiblemente para el resto de mortales, ahora, Ada Colau está entusiasmada con Miquel Iceta y el "haremos lo que sea para impedir un alcalde independentista en la ciudad de Barcelona". Cuatro años han sido suficientes para que aquella activista de la PAH, que renunció al vehículo oficial ―bueno, sólo las primeras dos semanas de mandato―, se haya aburguesado. Colau ha olvidado completamente el que justo pasaba ahora hace cuatro años: ERC pronunció un "no" rotundo a la propuesta de convergentes y socialistas para impedir que Ada Colau llegara a la alcaldía de Barcelona. Y no sólo eso, sino que los republicanos votaron a favor de su investidura.

Barcelona tiene que ser el reflejo del país, una ciudad republicana y defensora de los derechos y las libertades

Ernest Maragall ya ha movido ficha, ahora es a Ada Colau y al espacio de los comunes a quienes les toca decidir: si aceptan los resultados y, por lo tanto, a Maragall de alcalde con sus propuestas políticas para hacer gobernable el Ayuntamiento de Barcelona ―un hecho avalado por el exdirigente de los comunes Xavier Domènech― o hacer lo que ella no consiguió en las urnas, firmar el "pacto con el diablo" con la derecha española más reaccionaria, los herederos políticos de los que entraron por la Diagonal aquel enero de 1939 y abatieron con las armas y el exilio la alcaldía del último alcalde republicano de la ciudad Barcelona, Hilari Salvadó.

El aval de Colau al "pacto de las élites" en el Ayuntamiento de Barcelona es pan para hoy y hambre para mañana. Ernest Maragall es el único que puede iniciar una nueva etapa gloriosa para la ciudad y poner fin a cuatro años de un proyecto político lleno de expectativas, interrogantes y decepciones, y que deja a los comunes en una situación similar a la de la antigua Iniciativa per| Catalunya Verds (ICV).

Barcelona tiene que ser el reflejo del país, una ciudad republicana y defensora de los derechos y las libertades. Maragall puede gobernar, tiene que gobernar, sea con apoyo puntual o con un pacto con los comunes, hecho que casi doblaría en concejales el actual gobierno obtenido por Colau hasta ahora. Ada Colau tiene que escoger: el "pacto de las élites de PSC y Ciudadanos" y que comportaría el suicidio político de los comunes en Catalunya ―un hecho que los dejaría muy tocados de cara a unas eventuales elecciones en el Parlament― o devolver el gesto que hizo ERC con ella hace cuatro años, haciendo que Ada Colau fuera la primera alcaldesa de la historia en la ciudad condal.

Y mientras tanto, la ciudad espera con urgencia unas políticas que den soluciones a los problemas diarios de una ciudad puntera en Europa y en constante evolución y crecimiento. Políticas municipales que aporten soluciones a la problemática de la vivienda, a la seguridad y a la convivencia. Soluciones que aporten el equilibrio entre la convivencia de los 1,5 millones de habitantes y los 30 millones de turistas que recibe la ciudad anualmente. El equilibrio del incremento de un 600% de los pisos turísticos con la pérdida de los 15.000 habitantes que ha sufrido el barrio de Ciutat Vella. El tranvía por la Diagonal y una solución para la municipalización del agua.

El 15 de junio, el desenlace.