La decisión de Santiago Abascal de ceder los votos de Vox al PP gratis es una forma sutil de reconocer que, después de medio siglo, la Constitución se ha hecho pequeña incluso para los españoles. Cada vez queda más claro, por si alguien no lo sabía todavía, que Vox sirve para asustar a los votantes de las naciones sometidas por Madrid, pero no sirve para gobernar el Estado. Igual que Ciudadanos, el partido de Abascal es un instrumento de las élites españolas para intentar contener las aspiraciones de Catalunya intoxicando la democracia con los fantasmas del pasado.

Vox también está hecho con los desechos de la dictadura que quedaron fuera del pacto de la Transición. La diferencia es que Ciudadanos era un invento para explotar la ingeniería perpetrada por el franquismo, a través de la inmigración que se estableció en Catalunya. En cambio, Vox sale de las entrañas del imperialismo castellano y arrastra más de tres siglos de historia y la nostalgia de unas regiones en declive demográfico. Después de Vox ya no hay más comedias democráticas para intentar legitimar la interpretación feudal de la Constitución que han hecho los jueces y los políticos.

Abascal cede los votos al PP porque quiere hacer piña con Ayuso y porque sabe que Feijóo no tiene modo de ser presidente. Pero también porque quiere dejar claro que no hará lo mismo que Albert Rivera, que cometió el error de creer que su partido tenía vida propia. Abascal envía el mensaje que estaría dispuesto a participar en un frente de derechas, si el PP no encuentra la manera de gobernar dejando de lado Catalunya. Con un porcentaje más modesto de los votos que han sacado PP y Vox sumados, Rajoy y Aznar llegaron a la Moncloa con mayorías absolutas.

Cada vez que el Estado ha intentado excluir a Catalunya del juego político, el rey lo ha pagado; Catalunya ya ha enviado a los Borbones dos veces al exilio

Abascal, pues, se aviene a hacer de muleta del PP para intentar evitar inútilmente que las cosas se compliquen. Juan José López Burniol, que es catalán, aunque le pese, pedía el otro día en La Vanguardia que Feijóo diera los votos a Pedro Sánchez. Sin ETA, es decir, sin el terrorismo, España intenta convertir el independentismo en un aglutinador, pero no acaba de salirse con la suya. La unidad española puede servir para liquidar las pretensiones de Xavier Trias de ser alcalde, pero no sirve para investir un gobierno español fuerte de manera democrática.

Desde que la derecha aznarista ligó corto a la monarquía para desgastar a Jordi Pujol que España tiene el mismo problema. Si Madrid asalta Catalunya con comedias cosmopolitas y democratizadoras, el independentismo se fortalece a través de las urnas. Si tira de la represión política, entonces lo que crece es el sentimiento republicano, y la monarquía pierde prestigio y se tambalea. Los partidos del Estado quizás podrían llegar a tener suficiente fuerza electoral para prohibir los partidos independentistas, pero nunca la tendrán para prohibir también el republicanismo español.

Un gobierno del PSOE mantenido por el PP dejaría una autopista a las ideas de Podemos, mientras que si Vox llega a ocupar un ministerio del Estado, el PSOE quedará partido como ahora lo está el PP y perderá el peso que tiene en Catalunya. La situación es complicada, y si el nacionalismo catalán aguanta quizás no podrá hacer la independencia, pero podrá forzar a la monarquía a hacer un poco de memoria. Si exceptuamos el siglo XVIII, cada vez que el Estado ha intentado excluir a Catalunya del juego político, el rey lo ha pagado. Catalunya ya ha enviado a los Borbones dos veces al exilio. Tal como están las cosas una tercera quizás sería la definitiva

Por eso controlar el espacio electoral de CiU, y resolver el problema personal de Puigdemont, se irá volviendo cada vez más importante para los fans de la rojigualda. La suerte de la monarquía y la suerte del nacionalismo catalán están más ligadas de lo que todo el mundo querría admitir. Es una idea aparentemente grotesca, que cada vez se verá más clara y que seguro que Pujol compartiría.