Antes de ser elegido contra pronóstico futuro presidente de Estados Unidos, Donald Trump ya había cambiado el mundo a través de cuatro ideas que remachó en primavera mientras buscaba la nominación republicana para ocupar el cargo.

Primera idea. Rechazo de la globalización y el libre comercio. China se ha beneficiado del comercio con EE. UU. vendiendo producto barato y, al mismo tiempo, logrando que las multinacionales trabajen en su territorio ofreciendo mano de obra de bajos salarios. El resultado ha sido que China se ha convertido en una gran potencia mientras que la clase trabajadora americana ha visto que sus rentas no han mejorado desde el 2007.

Segunda idea. El nacionalismo. "América primero" sería el lema que puede resumir este principio. Pero, atención, nacionalismo no es lo mismo que populismo. Trump es un firme partidario de la Constitución americana, a la que no equipara con una reliquia a enterrar, sino con un valor a preservar, proteger y defender. "No somos republicanos o demócratas primero, sino que lo que somos primero es estadounidenses y patriotas".

La tercera es la de clash o guerra de civilizaciones, entre Occidente y el islam, que en la práctica podría traducirse en un control estricto sobre la entrada de musulmanes en EE. UU.

El cuarto punto afecta a la élite, en la que está incluida Washington, Wall Street, la Reserva Federal y las universidades. George Nash, autor de la obra The conservative intellectual movement in America since 1945 afirma que "existe la convicción profunda de que la política va a la deriva en EE. UU. desde la Gran Recesión del 2008".

La idea de EE. UU. como un país de inmigrantes en busca de la libertad ha alcanzado sus límites

Muchos americanos de la clase trabajadora se han sentido abandonados mientras el Dow Jones y el Standard&Poor's 500 alcanzaban máximos históricos y la alta tecnología se disparaba. Miembros de la clase media y pensionistas han sentido miedo y con ello resentimiento frente a la inmigración incontrolada. Ha saltado en esta insurrección otro resorte: el deseo de preservar la integridad cultural sobre la que se basa el vivir juntos. La idea de EE. UU. como un país de inmigrantes en busca de la libertad ha alcanzado sus límites. Donald Trump lo resume así: "La gente quiere percibir fronteras". Además, en su opinión, todo esto ha llevado a "tener una economía falsa", que ha alimentado "una gran y espesa burbuja". La prolongada política monetaria expansiva de la Reserva Federal ha contribuido a ello.

La crítica se extiende a los medios de comunicación, encargados de desplegar un cuadro mental político e ideológico que todo el mundo debe aceptar para ser considerado un ciudadano cabal.

Trump es considerado por algunos como un seguidor de Roosevelt, quien en su programa de 1932, durante la época de la Gran Depresión, se mostró partidario del proteccionismo, grandes trabajos de infraestructuras, inmigración reducida, altos impuestos a los ricos y un verdadero sistema de Seguridad Social. En el caso de Trump, desmontar Obamacare va a ser una idea de difícil concreción porque independientemente de resultar muy cara ha beneficiado a millones de personas sin cobertura.

Un terremoto similar se aprecia en Gran Bretaña. El mayerismo también está haciendo bascular a la derecha británica. Theresa May invita a los británicos después del Brexit a apoyar sus nuevas ideas. "Seguidme", les pide.

Para ella, el referéndum ha sido una rebelión popular del país profundo contra las élites metropolitanas. La líder conservadora lo interpreta como un llamamiento a un repliegue del país en sus fronteras contra la inmigración masiva y la mundialización.

Thesa May se ha pronunciado a favor de una flexibilización de la austeridad, por un Estado más intervencionista que defina además una estrategia industrial. La premier ha mostrado dudas sobre la actuación del Banco de Inglaterra y no vacila en poner obstáculos a la City.

Este nuevo paradigma está abriendo fisuras a ambos lados del Atlántico. El Brexit divide y el Alto Tribunal de Justicia ha dicho que debe ser aprobado por el Parlamento. Estas batallas por identificar las raíces de la democracia no se veían desde la época de Cromwell, allá en la Gran Bretaña del siglo XVII. 

La división racial ha acabado con un país abierto al mundo

En Estados Unidos, la nueva plaga de la división racial es el síntoma de profundas fracturas sociológicas y económicas, que han acabado con un país joven, optimista y abierto al mundo. La clase media, que aglutinaba el país, ha pasado del 63% al 51% entre el 2008 y el 2015. 

Reconstruir los puentes del futuro puede resultar un trabajo muy arduo. Las revoluciones, aunque sean sin sangre, siempre han sido así. Y son los países anglosajones, con una tradición democrática muy asentada, los que las lideran. Es toda una señal de por dónde puede ir en adelante el mundo.