Me resulta imposible de entender la ceguera de algunos prominentes independentistas que no parecen capaces de comprender el alcance de que está pasando. Y no me refiero al hito histórico de utilizar el catalán a todas las instituciones de la UE y, no hay que decir, en el Parlamento español, aunque le otorgo la relevancia que merece. Con el añadido, por cierto, que se ha conseguido con un simple acuerdo en la Mesa del Congreso. Es decir, allí donde había partidos que pactaban presidencias de comisión o sitios en la mesa –es decir, "la paguita"–, Puigdemont ha pactado conceptos políticos. Y lo ha hecho desvinculado de pactos de investidura o presupuestos, que no han recorrido todavía ningún camino y que exigirán negociaciones de mucha profundidad política. Pero si una cosa ha quedado demostrada es que, hasta ahora, los negociadores catalanes han sido una auténtica filfa, seducidos a la primera palmadita socialista. Hacía falta mostrar los dientes, recordar que el PSOE no es confiable y exigir aquello que el presidente dice "hechos comprobables", es decir, documentos oficiales. En Waterloo hoy no se fía, y el lema tendría que ser este para todo el independentismo, al cual le han tomado el pelo muchas veces.

Pero más allá de la indiscutible importancia de haber conseguido el uso del catalán en Europa, y también de haber conseguido la comisión de investigación del atentado del 17-A, lo más relevante es que la negociación se ha planteado en términos de estado versus nación, y no de partido a partido. Es decir, ha ganado la estrategia resistente del exilio y, desde esta perspectiva, Puigdemont ha tratado los partidos españoles como una interlocución del Estado, y ha hecho peticiones vinculadas a los derechos nacionales. Lo ha negociado con el PSOE, pero también podía haber sido el PP, si se hubiera puesto en el camino de negociar. Y lo ha hecho sin ningún crédito a los partidos españoles que secularmente nos estafan. El cambio, pues, de comportamiento estratégico es sustancial y, con los resultados en la mano –hacía seis años que prometían el catalán en Europa y no habían hecho ni un paso–, está claro que es exitoso.

El Estado siente como una derrota que Puigdemont, el enemigo público número uno, consiga imponer el catalán, a pesar de haberlo impedido siempre

¿Quiere decir eso que se ha hecho un paso hacia la República Catalana? Evidentemente que no. ¿Ha retrocedido un paso? En absoluto. La única cosa que se ha hecho es aprovechar de manera inteligente un momento clave para conseguir un derecho fundamental. Desde esta perspectiva, la reacción de algún sector del independentismo, como por ejemplo la ANC, asegurando que el pacto es un error que blanquea el régimen y aleja la independencia me parece, con toda la estima, una solemne tontería. Primera, porque solo se trataba de aprovechar el agujero del acuerdo de una mesa parlamentaria, sin que eso comprometa en nada el independentismo. Segunda, porque es evidente que el Estado siente como una derrota que Puigdemont, el enemigo público número uno, consiga imponer el catalán, a pesar de haberlo impedido siempre. Y tercera, porque si los siguientes pasos se dan de manera sólida e inteligente, la importancia de lo que puede pasar para el independentismo será enorme. Y, dado que Puigdemont ha dejado claro que cualquier negociación para la investidura parte de cero y que solo negociará sobre los derechos de Catalunya, hay que entender que todo está por pasar y todo es posible.

Y lo primero que puede pasar, tal como expliqué hace semanas, tiene una dimensión nacional de una enorme envergadura: la amnistía para las cerca de cuatro mil personas que sufren la represión judicial. Si no me falla la intuición, esta será la condición del presidente Puigdemont previa a negociar nada. De hecho, se considerará un gesto imprescindible de buena voluntad por parte del PSOE si quiere negociar su presidencia porque, antes de hablar con el independentismo, tiene que demostrar que para en seco la represión y amnistía todos los represaliados. Puigdemont lo ha dicho por activa y pasiva: no quiere una solución personal como el indulto, que siempre será insolidaria, sino colectiva. Y, a partir de aquí, solo a partir de aquí, una vez la vía judicial habrá dado paso a la vía política, se podrán sentar a negociar las otras grandes cuestiones nacionales, autodeterminación incluida.

Si eso es así, y la estrategia resistente del exilio consigue marcar las reglas en el Estado, no puedo imaginar el salto cualitativo que significará para todo el independentismo. No olvidemos que hace seis años que sufrimos una represión feroz que nos ha dejado heridos, fragmentados y bastante perdidos, y que parecía que este periodo en el palacio de invierno podía durar mucho tiempo. Y, sin embargo, dotados de una resistencia sorprendente, cuando peor estábamos, resulta que podemos llegar a conseguir una victoria extraordinaria encima de la estrategia punitiva del Estado. Es el final de las negociaciones de ferieta y el final, también, del posibilismo autonomista actual. Si lo hacen bien, como lo han hecho ahora mismo, y mantienen la determinación hasta el final, podemos estar en el inicio de un periodo radicalmente esperanzador. Be calm, pues, que por primera vez tenemos buenas noticias.