Se ve que el proceso del acuerdo de claridad se pondrá en marcha con un cuestionario sobre los mecanismos democráticos que pueden resolver el conflicto. Conocer el procedimiento que seguirá la propuesta de Pere Aragonès me ha rejuvenecido y ahora tengo, concretamente, quince años, los que tenía hace diez. Cuando yo hacía primero de bachillerato, Jordi Turull, Marta Rovira y Joan Herrera fueron a Madrid a pedir la competencia para celebrar un referéndum según el artículo 150.2 de la Constitución. Ahora, este cuestionario lo tendrá que responder un consejo académico independiente —Carles Viver i Pi-Sunyer, Consell Assessor per a la Transició Nacional, flashes de Vietnam...— compuesto por expertos en varios campos, como queriendo decir politólogos y juristas, coordinados por Marc Sanjaume, un profesor de la UPF con una trayectoria académica brillante, igual que lo era la de los miembros del CATN. Es importante no dejarnos impresionar mucho por según qué a la hora de ahorrarnos disgustos, eso es, cuando presenten el regurgitado del Llibre blanc de la Transició Nacional de Catalunya. En segundo de bachillerato lo llevaba en un pendrive en el estuche para hacerme la interesante, como si fueran las instrucciones para salir de Guantánamo.

Es el fantasma del reformismo tras la máscara independentista de quien se cree que basta con mostrar al Estado que vamos de buena fe, las ganas de salvarlos pasando por encima de las ganas de liberarnos

Catalunya vive ciclos políticos de diez años. La única diferencia es que antes marcaban el paso los convergentes —en el párrafo anterior se ve la huella de Artur Mas— y ahora lo marcan los republicanos, que solo tienen fuerza para disimular el dobladillo de los pantalones del president Aragonès. "Queremos que la propuesta que surja de Catalunya pueda definir las reglas del juego. En este momento no hay reglas y, si las hay, son el Código Penal". En mi adolescencia, en tiempo del procés, la clase política se ponía medallas de exquisitez democrática reflejándose en el caso escocés y apelando a España a ser un poco más como el Reino Unido. Es el fantasma del reformismo tras la máscara independentista de quien se cree que basta con mostrar al Estado que vamos de buena fe. Son las ganas de salvarlos pasando por encima de las ganas de liberarnos. "Cargarnos de razones", decía Marta Pascal imitando la cancioncilla del president Mas. Como si tener razón valiera más que el poder de redactar la ley.

Ahora solo hay apatía y la sensación de que el Govern se fabrica un espacio de negociación imaginario con un Estado que nos controla de reojo para poder vender alguna victoria política

"¿Qué independentista puede ir en contra de un referéndum en Catalunya? Porque el acuerdo de claridad es eso" —y, así, ir tirando. Me recuerda a Artur Mas defendiendo las dos preguntas en la consulta del 9-N o la lista unitaria en las elecciones plebiscitarias. El salto de fe que hicimos entonces los que nos pensábamos que, de verdad, todas y cada una de las jugadas maestras nos acercaban a la independencia, solo podía explicarse por la capacidad que la propuesta tenía de ilusionar. Ahora solo hay apatía y la sensación de que el Govern de Catalunya se fabrica un espacio de negociación imaginario con un Estado que nos controla de reojo para poder vender alguna victoria política. Como las victorias son inexistentes, la victoria es la propuesta. No es explicar que has conseguido algo del Estado, es explicar que tienes una sugerencia para hacerles. Nadie trabaja tanto para la apariencia democrática de España como el Govern de la Generalitat de Catalunya.

Este es el legado del Govern que hoy dice estar al lado de la gente pero que solo es una mala copia de los gobiernos que la dejaron debajo las patas de los caballos

Hace pocos días salieron los últimos datos del CEO con la noticia de que los jóvenes son cada vez más derecha. En RAC1 habló de ello la profesora e investigadora Carol Galais, recordando que los jóvenes que tienen hoy entre 18 y 25 años eran adolescentes en 2017. Galais lo describe como un momento de altibajos políticos, el instante en que todo cayó por su propio peso. La frustración genera desconexión y el presentimiento de que alguien quiere reconstruir el vínculo entre política y país siguiendo los mismos pasos de quien generó la frustración, alimenta una nueva serie de desengaños. Que la juventud se derechice es una cosa. Que haya cuajado la idea de que cualquier entusiasmo que entregamos a la clase política se nos pagará con un retorno humillante, es otra. Es abrir las puertas al populismo como esqueleto de la politización, como única manera de relacionarse con la política nacional sin salir mal parado. Este es el legado del Govern que hoy dice estar al lado de la gente pero que solo es una mala copia de los gobiernos que la dejaron debajo las patas de los caballos.