Toda la disputa soberanista del presente, que como cualquier lucha por las migajas del país es menester de ratones, se resume en el ansia de Esquerra y Junts para recuperar el espacio de Convergència. En el marco del autonomismo, la única pugna política radica en recuperar la hegemonía de aquello que denominamos catalanismo, un invento doctrinario que mezclaba la cosa orsiana de los pijos socialistas y la filosofía kumbayá del pujolismo. Cuando Junqueras intercambió los indultos por la mesa de diálogo, se anticipó muy bien a los mandarines convergentes en la prisión con la sola intención de liderar el nuevo pactismo catalán con el Estado. La crisis de Junts no proviene de una contraposición de estrategia con los republicanos a la hora de alcanzar la independencia; es el futuro lógico de un partido que imposta retórica unilateral, pero que es incapaz de vivir sin los sueldos y las prebendas que todavía puede regalar a la Generalitat.

El problema de Junqueras, como el de Junts, es que la política catalana lleva diez años declarando el autonomismo como un sistema castrador e ineficiente (adecuadamente, a mi inmodesto entender), y que toda la retórica liberadora del 1-O se ha enquistado en la memoria del electorado indepe con mucha más fuerza de lo que pensaban aquellos políticos y activistas del esquerrovergencia que se afanaban para que la policía española encontrara las urnas del referéndum y España lo impidiera. Cuando te pasas años tildando al autonomismo de sistema fallido y, aunque sea contra tu voluntad, demuestras que Catalunya puede votar la independencia a pesar de la intervención violenta de la policía, te es mucho más difícil volver al pasado para restaurar los mismos miedos y prejuicios con que Maragall y Pujol habían podido gobernar el país. Cuando se prueba la libertad, se hace difícil volver a comer acelgas.

Convergència no puede resucitarse porque la Catalunya del autonomismo ya ha muerto y morirá más a día que pase

Tiene gracia que un historiador como Junqueras haga tantos esfuerzos para dinamitar la memoria colectiva de los catalanes con el 1-O. Aragonès lo ha intentado torpemente con un acuerdo de claridad del cual ya no se acuerdan ni sus ideólogos. Gracias al hecho de que no ha pasado tantos años en el Govern, Esquerra cree tener más tiempo para distraer el personal con inventos de bombero y los republicanos tienen toda la razón del mundo cuando recuerdan a los militantes más encendidos de Junts el hecho de que la antigua Convergència disfrutó de la Generalitat con el president Torra y su desobediencia solo consistió en colgar una pancartita. Todo eso es cierto, pero el tiempo pasa muy rápido y el movimiento que experimentan las bases de Junts contagiará tarde o temprano a las de Esquerra cuando los militantes que no se hayan podido colocar en el Govern ni en TV3 vean que la mesa de diálogo no avanza ni con ruedas.

Junqueras y Aragonès salivan a gusto viendo cómo las facciones de Junts se pelean, inconscientes de que el clima de depredación tarde o temprano llegará a sus filas, como de hecho ya sucedió durante el tripartito con una parte de la militancia republicana, muy involucrada en las consultas populares que serían el germen del referéndum. Insisto en escribir que la memoria no se borra, y la línea de continuidad democrática que hay entre la consulta de Arenys, la de Barcelona y el 1-O no se sellará ni en la Plaza de Sant Jaume ni en Madrid. Resucitar a Convergència es imposible, y no solo porque a los chavales de Esquerra todavía les cueste tener conexiones con el empresariado catalán y no sepan escoger restaurantes adecuados al Kilómetro Cero, sino porque las bases electorales del partido, como pasa en Junts, ya no podrán contentarse con los cuatro duros del clientelismo autonomista.

La disputa de Junts, lejos de ser ideológica o táctica, solo es la consecuencia lógica de una agrupación de políticos que han perdido toda credibilidad y solo pueden refugiarse en el discurso incendiario o en la oficina de colocación del Govern. Cuando no te sustenta una idea de fondo poderosa, acabas haciendo como Xavier Trias o Jaume Alonso Cuevillas, que representan el remain y el govexit respectivamente, por el simple hecho de afanarse por ser candidatos a Barcelona. Esquerra puede reír tanto como quiera con esta lucha de enanos, pero insisto en que le llegará la hora de experimentarla. Convergència no puede resucitarse porque la Catalunya del autonomismo ya ha muerto y morirá más a día que pase, y cuando las bases de Esquerra se levanten de la siesta empezarán a comerse a los suyos y ni el glamur municipalista de Maragall ni la sonrisa perpetua de Marta Vilalta se salvarán de la quema. Tiempo al tiempo.