1. Un Onze de Setembre más. No seré yo quien critique al president Pere Aragonès por no haber asistido a la manifestación de la Diada. El año pasado tampoco le critiqué por lo contrario, porque asistiera. La opción del actual president es coherente con la estrategia de su partido, como en otras épocas los presidents Puigdemont y Torra decidieron acudir a la cita por coherencia con lo que estaban propugnando. Lo que es criticable, y hasta cierto punto intolerable, es la campaña de ERC contra la ANC. La guerra sucia de los republicanos es otra demostración de su impotencia. Ostentan la presidencia de la autonomía, pero saben que han perdido el liderazgo del independentismo. En realidad, la culpa es suya, porque son ellos quienes han renunciado a la independencia por lo menos hasta la próxima generación y centran todos sus esfuerzos, como antes hacía el pujolismo, en intentar regenerar España desde la izquierda. Han recuperado la vieja estrategia del catalanismo que desde 1885, con el Memorial de Greuges, ha intentado catalanizar el estado sin conseguirlo en ningún momento de la historia contemporánea. Si Pedro Sánchez se jacta públicamente de haber ayudado a aplicar el artículo 155 que destituyó al gobierno legítimo de Catalunya, ¿por qué los republicanos insisten en considerar la coalición española entre PSOE y Unidas Podemos como la solución al conflicto que lleva arrastrándose siglos? Es puro voluntarismo político, que esconde hoy, como también ocurría en el pasado, sonados fracasos políticos con la representación de un falso poder en las galerías góticas del Palau de la Generalitat.

2. El deseo de unidad. Si en vez de hablar con políticos y periodistas te esfuerzas por escuchar lo que opina la gente normal y corriente, enseguida te das cuenta de que la mayoría se pregunta sobre por qué los políticos no se entienden entre ellos y por qué no van unidos, como debería ser, si comparten el objetivo de lograr la independencia. Si no eres ni de los unos, ni de los otros, ni de los de más allá y no has caído en el sectarismo propio de los partidos, la respuesta no es fácil. En una entrevista reciente, Joaquim Forn, el político más simpático que jamás yo haya conocido, afirmaba que antes del 1-O “solo nos mantuvimos unidos durante once días”, como respuesta a las primeras detenciones el 20 de septiembre de 2017. Los partidos tradicionales nos han ofrecido once días de unidad y una década de desconfianzas, reproches y traiciones. El balance no es muy alentador, en especial porque de esta desunión se ha aprovechado el enemigo. El independentismo no tiene ningún aliado en Madrid. Quien lo crea es que es un ingenuo o bien es un cínico. Para emprender un proceso de liberación nacional hay que saber cuál es la contradicción principal y con quién vas a enfrentarte. Intentar transformar pacíficamente la nación cultural en una República independiente no es pan comido, pero si te equivocas de aliado, seguro que pierdes. La polémica anterior a la celebración del Once de Septiembre de este año es la culminación de una separación partidista que solo se maquilla con un gobierno compartido entre Esquerra y Junts. Un gobierno que no tiene proyecto ni está bien administrado, como se pudo comprobar con la reacción del vicepresidente del Govern ante la avería del pasado viernes en el centro de telecomunicaciones de Adif que paró los trenes de Rodalies de todo el país. Las respuestas de Jordi Puigneró a las preguntas de Jordi Basté mientras la ministra española del ramo estaba al otro lado del teléfono daban vergüenza.

Las estructuras de los partidos siempre han recelado del movimiento popular y han luchado por “controlar” las organizaciones de la sociedad civil

3. La “tercera vía” independentista. El despertar independentista no se organizó en contra de los partidos, pero sí al margen y por encima de las siglas partidistas. Las consultas populares de ámbito municipal no vinculantes sobre la independencia de Catalunya celebradas desde 2009 fueron organizadas por la base independentista. Pasado mañana se cumplirán trece años desde que se organizó la primera en Arenys de Munt con una participación, nada despreciable, del 41%. Es evidente que entre la gente que organizaba esas consultas había militantes de todos los partidos, pero no intervenían en nombre de ninguna sigla en particular. En cambio, las estructuras de los partidos siempre han recelado del movimiento popular y han luchado por “controlar” las organizaciones de la sociedad civil. Este tipo de disputas destruyó la Plataforma pel Dret de Decidir (2005-2012) y la ANC, que puede decirse que fue su continuación en 2012, no siempre ha podido sortear la tentación sectaria de los partidos. Los ataques furibundos de los cuadros de Esquerra contra Dolors Feliu, la actual presidenta de la ANC, son resultado de un runrún que cada día es más evidente y que agita a los que están instalados en la poltrona gubernamental. El rumor es que la ANC tiene voluntad de impulsar una lista electoral cívica para competir con los partidos tradicionales apelando a la reconstrucción de la unidad popular.

4. ¿Es viable una lista cívica? Cuando Jordi Graupera se volvió de los EE.UU. celebró dos multitudinarias conferencias en el Teatro Tívoli. Propuso celebrar unas primarias para organizar una candidatura unitaria en Barcelona para las elecciones municipales de 2019. Entre el 22 y el 25 de julio de 2018, la ANC celebró una consulta interna para ratificar la decisión del secretariado nacional, de 1 de julio, que ya se había pronunciado a favor de la iniciativa. La participación en esa consulta fue del 28,53% y el sí se impuso por un 87,8% (9.924 votos). Así es como nació el movimiento de Primàries que no llegó a cuajar. En Barcelona, Graupera embarrancó y con este fracaso acabó, por lo menos de momento, su carrera política. La ANC debería evaluar muy seriamente si quiere involucrarse otra vez en un experimento que necesita, de entrada, más masa crítica y un liderazgo menos personalista, pero fuerte y reconocido por amplios sectores. El sistema de partidos en Catalunya ha padecido un tsunami, por resumirlo con la descripción que hizo del fenómeno Joan B. Culla en un libro, pero no es tan fácil desbancar a los aparatos de los partidos tradicionales. La prueba son los vaivenes de Junts per Catalunya, un partido lastrado por una élite convergente que se resiste a compartir el espacio con gente diversa. En todo caso, el éxito de la manifestación de ayer, a pesar del boicot republicano, puede enrarecer todavía más la guerra sucia de los sectarios que antes de compartir la lucha independentista prefieren apoyar a Pedro Sánchez abrazados a la antigua ensoñación que cambiar España es posible.