Esta semana, el Congreso de Diputados ha tumbado una proposición de ley para reformar algunos artículos de la ley de arrendamientos urbanos (LAU). La propuesta de reforma era el enésimo intento de resolver, desde mi punto de vista, el principal problema de la sociedad catalana y muy concretamente de la sociedad barcelonesa: el acceso a la vivienda. El problema es que, hasta ahora, todas las leyes que se han hecho no solo no han resuelto el problema, sino que lo han agravado. Y lo han agravado porque algunos partidos basan su acción política en consignas y en dogmas, sin atender nunca al análisis de los datos disponibles ni a la comparación científica con otros países. No es mi intención hacer un repaso de los datos (otros lo han hecho, y mucho mejor de lo que yo lo haría ahora), pero voy a dar uno: desde la entrada en vigor de la ley de vivienda que pretendía fijar el precio del alquiler, en 2023, la oferta de pisos de alquiler en el Estado se ha reducido en más de un 30%, mientras que en la ciudad de Barcelona esta reducción roza el 40%. Puedo dar muchos más datos, pero este es demoledor. El acceso a una vivienda de alquiler es mucho más difícil ahora que antes de hacerse la ley para facilitarla. Enhorabuena a sus promotores. Por cierto, antes de aprobar la ley ya se había avisado reiteradamente que sería un fracaso; sus impulsores no pueden decir que no estaban advertidos.

La nueva propuesta de reforma, que pretendía sobre todo afrontar el problema de los alquileres de temporada (que se han convertido en un problema gravísimo), incluía aspectos éticamente reprobables, como convertir a efectos prácticos las habitaciones en viviendas. ¿Qué mensaje estamos dando a las futuras generaciones? Alquilar una habitación es y debe ser una situación temporal, sobre todo para jóvenes estudiantes y personas en situaciones difíciles, pero en ningún caso debe ser una solución permanente. Las familias deben vivir en pisos y casas, no en habitaciones ni cubículos. Esta propuesta era un parche y no una solución. De hecho, la solución a la crisis habitacional ya la he explicado otras veces y no es el objeto de este artículo, pero pasa entre otras medidas por construir mucha vivienda protegida, eliminar medidas absurdas, como la reserva del 30% a las nuevas construcciones, dar garantías reales a los inquilinos, combatir la ocupación con firmeza y eliminar el impuesto de transmisiones patrimoniales en la compra de la vivienda habitual.

Desde la entrada en vigor de la ley de vivienda que pretendía fijar el precio del alquiler, en 2023, la oferta de pisos de alquiler en el Estado se ha reducido en más de un 30%, mientras que en la ciudad de Barcelona esta reducción roza el 40%

En el ámbito estrictamente político, a Junts le ha caído una lluvia de críticas por haber votado negativamente. Se ha hecho mucha demagogia e incluso se ha vinculado su voto a la expansión del anticatalanismo. Hay que decir, y sorprende que deba repetirse, que Junts es un partido que puede votar lo que quiera con toda libertad, como cualquier otro partido. Es evidente que Junts también quiere resolver la crisis habitacional, pero seguramente sus recetas son otras y esto es legítimo. He aquí lo que algunos no quieren entender y por eso les interesa más contar teorías conspirativas. No entiendo, tampoco, que algunos se exclamen por el hecho de que un partido nacionalista catalán quiera proteger las competencias del Govern de Catalunya. Lo sorprendente sería lo contrario; que un partido nacionalista catalán votara alegremente el vaciado de competencias o una invasión del autogobierno.

Mi consejo a los promotores de la propuesta es que, la próxima vez, se preparen mejor las cosas y lleven los deberes hechos al Congreso, con los apoyos bien atados y bien negociados, y no creyendo que el voto de los partidos debe ser obligatoriamente favorable porque ellos están en posesión de la verdad absoluta. Porque la política de verdad se hace en los despachos y en los pasillos. La manifestación convocada ante la sede de Junts fue un acto de acoso político lamentable. Es esta una práctica importada por la izquierda que orbita en torno a los Comuns desde Argentina, el país que representa como ningún otro la quiebra de una sociedad entera por culpa de sus errores propios y reiterados, sin concurrencia de ningún factor externo. Este acoso envenena la sociedad y es una forma de violencia, y lo es cuando se asedia una sede del PP o cuando se asedia la casa de Pablo Iglesias. También era un error político, porque más pronto que tarde Junts y el Sindicat de Llogateres tendrán que sentarse a negociar, y hablar con las personas a las que acosas no es la mejor estrategia de partida. A no ser, por supuesto, que haya un objetivo partidista por encima de la necesaria reforma del mercado de alquiler. No olvidemos que Ada Colau, antes de ser líder de los Comuns, fue portavoz de la Plataforma de Afectados de la Hipoteca (PAH). ¿Casualidades? Todos conocemos la respuesta y buena prueba de ello es que los convocantes de la manifestación no hicieron ninguna ante la sede del PP, que también votó en contra.

Sin embargo, en todo este asunto, Junts también ha cometido un error. El error fue cambiar el sentido del voto desde la abstención anunciada inicialmente para pasar al voto contrario que finalmente se emitió. El objetivo de Junts era impedir su tramitación, ya que consideraba que la propuesta era un error, y su abstención era suficiente cuando el PNV había anunciado que no apoyaría la propuesta. Por eso, cuando finalmente el partido vasco cambió de opinión y votó afirmativamente, los juntaires se apresuraron a cambiar el sentido de su voto, pero no el criterio político. Si Junts tenía la intención legítima de tumbar la propuesta y argumentos válidos para justificarlo, debería haber anunciado su voto contrario desde el primer momento y sin complejos. Este error, más político que comunicativo, ha hecho cuajar la idea de que Junts cambió de posición, cuando en realidad cambió el sentido del voto, pero mantuvo intacto el criterio. Y ya se sabe; en política, como en cualquier otro ámbito de la vida, no importa la realidad, sino sus percepciones.