El último informe Pisa no nos ha tratado bien, la escuela catalana, tan autocomplaciente, política y socialmente hablando, va en caída libre hacia el infierno de la incompetencia, sin que las excusas de siempre sirvan para nada: ni los recursos económicos abocados, ni la extracción social (hay un instituto repitiendo esa excusa desde hace décadas a cambio de cuantiosas subvenciones) ni siquiera la inmigración en sí misma han hecho tanto daño como ese mantra inmisericorde de la felicidad perseguida, de la complacencia tecnológica y el tratamiento igual a desiguales talentos y a desiguales esfuerzos. A esos tres grandes errores, errores de bulto inaceptables, se añaden dos realidades que nos golpean directamente en el rostro: ni a las escuelas de maestros llega lo mejor y más preparado, ni la mayor parte de quienes tienen hijos están preparados para ello. Un resumen en pocas palabras: fracaso estrepitoso del conjunto, en el que a cada cual compete una parte.

Sin lugar a duda, la mayor y peor de las responsabilidades es de los dirigentes políticos. Son ellos, mayoritariamente alineados en la idea de una escuela amable y progresista, quienes han destrozado el ascensor social, porque es ya una constatación científica que el primer perjudicado por una escuela que no suspende es quien no tiene otro recurso que su talento. Y como el talento no entiende de clases sociales, y si entendiera iría a parar a quienes tienen que aguzar su genética para espabilarse, no graduar los niveles de éxito, no incentivar el esfuerzo, hace más capaz de ocupar empleos de mayor nivel al rico enchufado que al pobre no contrastado. El rico lo tiene todo hecho ya antes de recibir su título, y al pobre le han cortado las alas, porque no hay competición.

Esa responsabilidad política se traslada al ámbito universitario por contaminación y connivencia. ¿Cómo es posible que a las facultades que ostentan la mayor de las responsabilidades, la de formar formadores, se permita que acaben yendo a parar los vocacionales de la cosa, con o sin capacidades para la enorme tarea que les va a ser encomendada? Si no fuera por el corporativismo, las notas de corte más altas no estarían en las ingenierías o en la medicina, tareas que en grandes parcelas serán suplidas por IA. Estarían ahí donde la construcción del criterio en el factor humano quizás sane nuestra estulticia estructural, nuestra vulnerabilidad al engaño y nuestra miopía a la distinción entre el bien y el mal, entre el interés público y el bien común, entre la historieta con música y la verdad.

El primer perjudicado por una escuela que no suspende es quien no tiene otro recurso que su talento

Pero una no menor responsabilidad es la nuestra, la de quienes en la familia y en las aulas universitarias, poco a poco, quizás por cansancio, o por un mal entendido sentimiento de culpa, hemos ido relajando el nivel de exigencia que, pensando de forma retrospectiva, fue, en cambio, el nuestro. Y no cabe escudarse en la pandemia, ni en las enfermedades mentales, pues en cada generación ha habido hambrunas o guerras, o guerras y hambruna y desesperación, y no por eso la comprensión lectora y la expresión escrita sufrieron retroceso tan enorme. Al torcimiento del sendero contribuye sin duda el hecho de haber convencido a cada persona de que no hacer bachillerato e ir a la universidad era un fracaso, de modo que en una extraña cadena de mal entendida generosidad, desde la cuna le decimos a la criatura que progresa adecuadamente y que lea cuando buenamente quiera, de manera que cuando más adelante se descubre que no lee por una dislexia, ya es tarde para que todo fluya.

La guinda del pastel es la prisa con la que ya vienen de fábrica las nuevas generaciones (la generación cristal, he dicho ya varias veces) por efecto general de las nuevas tecnologías, un efecto que, por eso, no se solventa quitando las pantallas de forma anecdótica. En la UIC, ahora mismo la Facultad de Derecho ha iniciado con los alumnos de primero de derecho un experimento de vuelta al lápiz y al papel, y aunque está teniendo resultados esperanzadores, es como vaciar el océano con un dedal. La prisa continua grabada a fuego en su espíritu, y con la prisa, la inconsistencia y el trazo grueso, rasgos que acaban retroalimentando al docente en la espiral que desciende.

Sé, de todas maneras, cómo lo van a solucionar. Cambiarán las pruebas Pisa, preguntarán por otras competencias y del mismo modo que Platón predijo que la escritura acabaría con la memoria, ciertas nuevas y bien valoradas habilidades acabarán con las de la lectoescritura, pues leerá y escribirá mejor Chat GPT o Gemini, o como se llame el siguiente motor de inteligencia artificial. Debemos, pues, preguntarnos, qué nos quedará por hacer. Y la respuesta nos devuelve a la escuela y a la familia, dos instituciones que deberán repensar su responsabilidad y ponerse manos a la obra, más allá de talleres de veganismo y educación sexual (un fracaso, como demuestran los niveles de violencia adolescente) y más allá de compartir la última serie frente al televisor o el próximo viaje a esquiar. Si no lo hacemos, ¿cómo distinguiremos el antes y el después de la transición, un régimen autoritario de uno liberal, nuestra condición animal de esa sublime humana?