Las personas que tenemos cierta edad recordaremos cómo antes la maestra era intocable. Cómo se le tenía un respeto cuando hablaba. Si te reñían en clase porque habías sido un poco travieso y después hablaban con tu padre, recibías dos pequeñas broncas: la del maestro y la del padre. Hoy en día, si un maestro informa a los padres de alguna situación comprometida sobre el hijo, habitualmente, quien recibe la bronca verbal es el maestro que ha osado levantar el dedo.
Con los años, el sistema educativo en Catalunya ha ido de mal en peor y se ha llegado a una situación insostenible para los docentes: autoridad debilitada, aulas masificadas, burocracia inútil (ya lo decía la revuelta campesina), recorte de plantilla (más alumnos, menos personal), inclusión irreal o ratios inasumibles son algunos ejemplos de ello. Si no queremos que un médico nos opere después de 20 horas de guardia sin dormir (la sanidad tampoco está para tirar cohetes), no deberíamos querer que una maestra enseñe a nuestros hijos y sobrinos estresada, condicionada y sin ánimos.
Porque sí: la calidad de la enseñanza no es solo cosa de quienes ejercen la profesión —que son quienes lo viven y padecen desde la trinchera—, también afecta de lleno a las futuras generaciones. No podemos fiar la sana ascendencia de los maestros entre sus alumnos a una cuestión esporádica o individual. El agotamiento del actual modelo repercute no solo en maestros y profesores que ya no dan abasto, sino que resuena fuertemente en la vida y la formación de quienes nos vienen detrás. Los niños y niñas que ahora suben serán los maestros del futuro y, si el nivel no mejora, el ciclo involutivo continuará en caída libre.
Tenemos una gran plantilla de grandes profesionales y los dejamos sin herramientas y exhaustos
Muchos centros tienen una parte no menor de su plantilla de baja por ansiedad o trabajando a medio gas por las exigencias habituales y suplementarias del día a día. Y es que la escuela, actualmente, está haciendo de colegio, de hogar, de centro de acogida, de centro de idiomas, de psicólogo y de mediadora. Es tanta la energía que los maestros pierden en hacer otras arduas funciones, que no les queda para enseñar su materia. La carga mental y emocional va mucho más allá del temario y no se debe caer en la demagogia de la crítica al funcionariado. Tener una nómina asegurada no lo es todo y os lo dice una autónoma.
Este fin de semana, el sector se manifestó en Barcelona para reclamar avances y soluciones. Convendremos en que el lema era quizás un poco largo ("¡Ya basta! Mejoras laborales ya. Más salarios, más recursos, menos ratios y menos burocracia"), pero es que arrastran tantos agravios que ya no les caben en una pancarta. Tenemos una plantilla de grandes profesionales y los dejamos sin herramientas y exhaustos. Con la vocación mermada se hace difícil trabajar y la salud de unos y otros se resiente. ¿Cómo puede ser que esta sociedad esté dispuesta a pagar 20 millones de euros de sueldo al año a Lamine Yamal (porque no queremos que nos lo quiten otros clubes) mientras permite el desmantelamiento de servicios públicos esenciales?
Los docentes simplemente reclaman poder ejercer el oficio con dignidad, como médicos, agricultores o trabajadores del mundo de la cultura. Dando por sentado que, además, son profesiones que aportan un bien común a su entorno y nos construyen como seres humanos. Pete Seeger, en 1955, componía "Where have all the flowers gone?", una canción en la que se preguntaba, irónicamente y con tristeza, qué había sido de los chicos (enviados a la guerra), de las chicas (que los esperaban) o de las flores (que ahora cubrían ataúdes). Quizás, hoy, 70 años después, habría que preguntarse qué ha sido de aquellas maestras que eran respetadas, que eran cuidadas para que cuidaran de las generaciones que nos han de sobrevivir?