Cuando llegué al bar del Parlamento, hacia las cuatro y media de la tarde, ya vi que la batalla estaba perdida. Los chicos de ERC se paseaban cabizbajos y evitaban mirarme a los ojos.

Hay una manera de pedir perdón que casi es una manera de decir adiós. La he visto otras veces. He topado con ella en la universidad, en algún bar o restaurante, incluso en mi propia cama.

Llega un momento que la gente encuentra su límite y queda desnuda, indefensa delante de aquello que cree que es. No se puede pedir que una cebra actúe como un tigre, o que una gallina vuele como un ave de presa.

Una lagartija no tiene capacidad de morder como un cocodrilo. El hombre tiene un potencial de transformación infinito porque es un ser creativo, pero para superar los obstáculos hace falta que domine sus miedos y conserve la fuerza de espíritu, que es el motor del genio y del talento.

En situaciones de estrés la mayoría de la gente pierde la esperanza y se vuelve más dócil y obediente que un animal. Los cerdos, cuando se les degüella, gritan, se resisten, intentan huir. Las víctimas de ejecuciones en massa desconectan y esperan pacíficamente que llegue su turno.

Saludé a Carles Campuzano y, a diferencia de los chicos de ERC, parecía contento. También me fijé en un chico de Mas. Me hizo gracia verlo andar con aquella autoconfianza que caracteriza los pavos reales, incluso cerca de las fiestas de Navidad, que es cuando tienen más números para ir a la cazuela.

La exconsejera Rigau me vio y gritó. "Enric!" Se había engalanado para la ocasión. Llevaba un vestido cursi pero bonito, de Tory moderna, que la rejuvenecía. "No cometáis el error de vuestra vida —le dije—". Pero no me escuchó. Me abrazó como una adolescente que se encuentra con un amigo en una discoteca.

Vi que la consejera Ponsatí se arrastraba como un alma en pena. La noche antes se había quedado sola defendiendo una declaración de independencia a la americana, solemne y de efectos inmediatos, que sacara a la gente a las calles a celebrarla y protegerla. "Sabéis que no habrá diálogo y, dentro de unos meses, en el mejor de los casos, estaremos igual que ahora pero más debilitados", dijo en la última reunión de gobierno.

Ni siquiera ella se esperaba que la dirección de PDeCAT rebajaría, con la aquiescencia de Junqueras, el texto que el gobierno había acordado con la CUP. A la hora de empezar el pleno del Parlamento supimos que los chicos de Anna Gabriel acababan de ser informados que el presidente Puigdemont no tenía la más mínima intención de declarar la independencia, ni de forma insinuada ni efectiva.

El pleno se aplazó. Cuando has cedido en aquello que es fundamental ya te pueden hacer comer todo lo que haga falta, pensé, recordando los tuits de algunos cupaires del día anterior. Salimos a fumar al patio interior del bar.

—No lo entiendo —me dijo una amiga—, qué ganan, con esta maniobra?

—Volver al peix al cove o morir en el intento.

—Pero por qué? Es muy poco inteligente. ¡Ahora incluso mi abuela votará a la CUP!

—No tiene nada que ver con la inteligencia. Es su naturaleza, no saben hacer nada más. Igual que ERC sólo sabe quejarse de Mas y doblarse a sus estrategias, ellos sólo saben hacer eso. Como la independencia les va grande, prefieren una travesía por el desierto y, si hace falta, que algunos de los suyos sean inhabilitados, multados o detenidos, para seguir haciendo el llorica, como han hecho toda la vida.

Mirándolo bien no es casualidad que muchos de los judíos que consiguieron sobrevivir dentro de los campos de exterminio se suicidaran una vez fueron liberados. Los comportamientos que parecen razonables en virtud de un contexto, cambian el significado cuando las circunstancias se transforman. Por eso hay gente que se aferra al pasado y que no quiere la libertad ni que le den regalada.

Poco a poco, me di cuenta de que el famoso artículo 155 era el mismo discurso de Puigdemont. España no puede ejercer la violencia de manera clara y directa contra Catalunya sin poner en evidencia que es una nación y, de hecho, una nación ocupada y reprimida. Necesita que algunos catalanes le hagan el trabajo sucio, que las aguas del conflicto se enturbien de contradicciones y discursos bizantinos.

Es lo que falló en el referéndum. Si no hubiera sido por la policía, los catalanes habrían descubierto hasta qué punto el Gobierno había improvisado su organización y Junts pel Sí habría entrado en crisis. Pero la policía dejó la estructura autonómica fuera de juego y obligó a los catalanes a escoger entre quedarse en casa o salir a defender el país.

El referéndum, que tenía que ser una movilización folclórica, se convirtió en una revuelta nacional. El éxito fue tan grande que el autonomismo tuvo que pasarse una semana hurgando en la violencia de la policía, pasando imágenes de cabezas ensangrentadas y excitando a todos los fantasmas del franquismo y de la guerra civil para crear un clima que diera pie a Puigdemont a ceder a las presiones.

Cuando entramos en el auditorio a escuchar el discurso recibí un mensaje que decía: "Al final no ha quedado tan mal". No le hice caso, ya sabía que una parte de la clase política se había suicidado pasara lo que pasara. Enseguida el teléfono hirvió. Amigos que hacía años que no me decían nada me escribían locos de rabia, calificando el gobierno de irresponsable, inepto y traidor.

—Entre Barcelona y Madrid están creando las condiciones para que se produzca una tormenta perfecta —me dijo un amigo—.

—Tratan de llevarnos a un conflicto que no sea por la libertad de Catalunya pero que sea por culpa de los catalanes. Igual que en 1936 —comenté. Ahora como mínimo los vemos venir.

Cuando volvía hacia casa, Víctor Puig me escribió: "@KRLS es un genio". "I Catalunya es surrealista", corrí a contestarle, sonriendo.