Pocos días antes de morir, Simón Bolívar decidió dejar en herencia la siguiente proclama:

Colombianos:

Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiáis de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.

¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro.

Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830.

Simón Bolívar

Una lectura reposada de este importante, y casi póstumo, texto de Bolívar permite adentrarse, someramente, en la mente de uno de los, a mi juicio, principales estadistas que hemos conocido y, casi doscientos años después de que así se expresase, creo que muchas de sus concisas ideas dejan muy clara la profundidad de estas, pero, sobre todo, la vigencia que tienen.

Básicamente, estamos ante un estadista que, aunque solo fuese por estas pocas líneas, ya marca una clara diferencia entre lo que es un estadista y lo que son los políticos.

No era de boquilla su desprendimiento y entrega absoluta a la causa de la independencia latinoamericana, nunca pretendió nada para él mismo, pero sí para los pueblos a liberar.

También dejó muy claro cómo los políticos de entonces engañaron al pueblo a costa de intentar hundir su reputación y tratar de debilitarle respecto a su amor y compromiso por la libertad de todos, no solo la propia y, ante todo eso, mostró generosidad perdonándoles por lo que le hicieron no solo a Bolívar sino al pueblo, por el que se desvivía.

En su lecho de muerte insistió, como tantas veces lo había hecho, en que no aspiraba a otra cosa que a la independencia (libertad) de su país y que no perseguía ni gloria ni honores, solo la libertad para su pueblo.

Pero antes de su partida, que, como he dicho, él ya sabía que era inminente, se tomó la molestia de dejarle deberes a su pueblo y el principal de ellos fue el de buscar la unidad, que consideraba como base esencial para la independencia de la Unión y su posterior consolidación.

Como si nada de eso fuese bastante, apunta a que su muerte igual puede terminar siendo útil para avanzar en esa necesaria unidad de acción que permitiese la consolidación de su tan deseada Unión, que, y lo dice claro, pasaba porque cesen los partidos… Dicho más claramente: apuntaba a las estructuras políticas, a los partidos, como responsables últimos de la desunión del movimiento emancipador, que no del pueblo, y, seguramente, no se equivocaba.

De la historia no solo se puede, sino que se debe aprender por las enseñanzas que nos deja para no repetir los errores que en su día se cometieron y, hoy más que nunca, una mirada atrás bien permitiría replantearse cómo queremos que sea el futuro

Bolívar, que murió 7 días después de escribir la proclama que he citado, no falleció solo, pero, en mi opinión, sí abandonado por toda una clase política, para quien una persona con sus convicciones y con nula capacidad de transigir cuando se trataba de la independencia de su pueblo, se había transformado en un estorbo para quienes vieron esa independencia como una forma de acceder a cuotas mayores de poder y de prebendas, en lugar de entender que la independencia no era más que una etapa inicial en la construcción de un nuevo país.

El paso del tiempo, es decir, el ciclo de la historia, ha ido poniendo a cada cual en su sitio y hoy, cuando vamos camino de los dos siglos de su fallecimiento, es evidente que la historia ha sido justa con Bolívar, pero también con casi todos los políticos que en su momento le rodearon y luego abandonaron.

Digo que ha sido justa con Bolívar, porque es evidente que todos somos conscientes de que si hoy hay una América independiente, eso se debe, en gran medida, a Bolívar y a otros próceres de los distintos estados que allí surgieron.

Pero también digo que ha sido justa con quienes le abandonaron porque de la mayoría de ellos hoy no existe ni el más mínimo recuerdo o, de existir, solo como meros políticos que buscaban mejorar o resolver sus respectivas posiciones, pero no construir ningún país.

Siempre me ha gustado la historia, no esa que me enseñaban en el colegio y que pasaba por memorizarme fechas y nombres, sino la de verdad, la que aporta datos, reflexiones y visiones que permiten aprender mucho y, sobre todo, ver qué de lo pasado también es presente o futuro.

En América, nada se habría logrado sin Bolívar, Sucre, San Martín u O'Higgins, entre otros, pero ninguno de ellos tuvo en vida lo que la historia les ha reconocido una vez muertos y, sin embargo, todos los que en vida tuvieron lo que buscaban terminaron perdiendo aquello que trasciende a nuestras propias existencias: el lugar en la historia.

De la historia no solo se puede, sino que se debe aprender por las enseñanzas que nos deja para no repetir los errores que en su día se cometieron y, hoy más que nunca, una mirada atrás bien permitiría replantearse cómo queremos que sea el futuro y cómo cada cual desea ser recordado en los libros de historia, pero, por ahora, me quedo con una frase de la proclama a partir de la cual todo tiene sentido: “Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión”, que es tanto como decir que todos deben trabajar por el bien común y no por situaciones puntuales o intereses personales.

En conclusión, Bolívar era un estadista, por eso los políticos le abandonaron, pero él, que miraba a cien, doscientos o trescientos años adelante, eso no le importó, porque siempre estuvo acompañado de su pueblo, que, en definitiva, es lo único que le importaba, su pueblo y la construcción de su país.