En medio de la sinfonía desafinada que es el independentismo desde el 2 de octubre del 2017, esta semana el president Torra ha estado a punto de convocar elecciones para el 4 de octubre, y todavía podría estar pensándoselo los próximos días. Adelanto que creo que eso sería un error monumental, y que hay que evitarlo como sea. ¿Por qué?

Quim Torra llegó a la presidencia de rebote y, aunque en algunos momentos se ha autoconvencido de que podría volver a declarar la independencia, se encuentra ahora cansado y solo, y hace tiempo que ya da la legislatura por acabada.

Concretamente, Torra dijo basta el 28 de enero, después de que el vicepresident, Pere Aragonès, y el resto de consellers de Esquerra se quedaron sentados y mirando al cielo mientras su gobierno lo aplaudía por haber disparado contra el president del Parlament, Roger Torrent. Después de 24 horas de dudas, una constante en este gobierno, Torra anunció que convocaría elecciones una vez se aprobaran los presupuestos de la Generalitat.

Pero una cosita denominada Covid-19 desbarató los planes, y ahora nos encontramos en una tierra de nadie, donde cada semana se extienden rumores que aseguran una convocatoria inminente. Al cansancio natural del president por el bloqueo político y los choques constantes entre los dos socios de gobierno, se añade un argumento un poco exótico: Controlar el tempo político, dicho así en italiano, que se ve que suena mejor que decir "tiempo".

El 17 de septiembre, el president Torra declara en el Supremo y el 23 ante el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) por la causa de la pancarta. Viendo la sorprendente rapidez de la justicia española cuando se trata de condenar independentistas, es muy probable que Torra acabe inhabilitado en pocos días. Eso hace que muchos antiguos convergentes (de dentro y de fuera del PDeCAT) apliquen el manual pujolista de toda la vida y presionen a Torra para que convoque antes para poder controlar el tempo, y dicen tempo con la voz muy afectada, como si la falta de argumentos se pudiera suplir con retórica. Y lo suelen remachar con un "sobre todo, que el Estado no nos vuelva a convocar las elecciones" o, todavía peor, "que Aragonès no sea presidente".

La pregunta importante en este punto, es: ¿por qué convocamos elecciones? Podemos convocar por dos razones:

  1. Para gestionar la autonomía y comernos los recortes salvajes del año que viene sin gritar mucho, e ir pasando el rato hasta que los presos políticos de partido acaben saliendo de la prisión, mientras centenares de activistas no afiliados quedan atrapados entre la acusación de la Generalitat y jueces ultraespañolistas.
  2. Para tratar de conseguir el 50% de votos independentistas y construir un gobierno a prueba de bombas, unido y capaz de dar el salto pendiente desde el 2017.

Si el objetivo es el primero, ya se pueden convocar elecciones ahora mismo, y me da absolutamente igual quien las gane. Habrá una abstención brutal porque la mayoría del país no entenderá por qué se convocan en plena pandemia, no haremos el 50% (algunos se piensan que las mayorías llegan por magia o decantación natural) y al final tanto da si el presidente es a quien presente Junts o Pere Aragonès, porque morirá políticamente esta Navidad cuando tenga que empezar a recortar sueldos de sanitarios y profesores.

Si para el autonomismo lo importante es el tempo, para hacer Política, lo importante es el objetivo

Mientras tanto, el Estado contento, porque le habremos ahorrado el drama de tener que aplicar y justificar la inhabilitación del president Torra que, encima, acabará recordado como el peor presidente de la historia del país.

En cambio, si el objetivo es el segundo, es evidente que hay que esperar a la inhabilitación del president. De esta manera, se le da la vuelta al argumento, y es el Estado quien se tiene que justificar. Imaginémonos el siguiente escenario:

  1. El president Torra es inhabilitado por una pancarta, se queda en el Palau de la Generalitat y obliga a que los tribunales españoles den la orden de sacarlo. Él acaba saliendo acompañado por la policía y diciendo "Visca Catalunya Lliure". Pasa a la historia como president represaliado, como Companys, Tarradellas o Puigdemont.
  2. El vicepresident Aragonès asume la presidencia en funciones. Mientras tanto, el Parlament convoca una investidura donde todos los diputados independentistas votan en blanco, y anuncia que no investirá a ningún nuevo president mientras no se anule la condena de Torra.
  3. El Estado se niega a negociar, afirma que está aplicando la ley y que no puede hacer nada más.
  4. Pasan dos meses desde la investidura fallida y se convocan elecciones automáticas (artículo 67.3 del Estatuto de Autonomía). Es Navidad, la negociación de la nueva financiación que ha impulsado Ximo Puig desde el País Valencià es una nueva estafa y Pedro Sánchez y Pablo Iglesias anuncian unos recortes históricos en las autonomías para no tocar los ministerios de Madrid.
  5. En plena efervescencia, los partidos independentistas contribuyen a las elecciones catalanas de diciembre o enero, y consiguen más del 50% de los votos.

Si para el autonomismo lo importante es el tempo, para hacer Política, lo importante es el objetivo. President, si todavía le importa el objetivo, por favor, aguante hasta la inhabilitación, pase a la historia como un héroe y ayúdenos a dar el salto definitivo.