Hoy es 12 de octubre y los españoles celebran su fiesta nacional, conocida como Hispanidad, porque es el día en el que Cristóbal Colón pisó tierra firme en América. En este caso, el hábito hace al monje de forma diáfana, y lo que se celebra es la supremacía de la hispanidad por encima de todas las demás culturas y pueblos que fueron ocupados (“descubiertos”, dicen) a partir del año 1492. Esta fecha conmemora, lo quieran o no, uno de los genocidios más masivos de la historia de la humanidad. Ya sea debido a las enfermedades importadas, a la violencia de los conquistadores, a las condiciones extremas del trabajo en las encomiendas o al hambre y la miseria, la población autóctona se desplomó hasta llegar casi a su desaparición. Pondré un par de cifras, pero hay muchas más a disposición de todos: en 1518 México tenía unos 25 millones de habitantes (y aunque fueran muchos menos) y en 1623 quedaban unos 700.000 en total. En el Caribe, en 1492 vivían aproximadamente un millón de indígenas taínos; en 1508 quedaban 60.000 y en 1531 ya solo había 600. Hoy ya no queda ninguno. Y así desde Río Grande hasta la Tierra del Fuego. Por esta razón, al otro lado del Atlántico, esta fecha se está dejando de celebrar, sobre todo en EE.UU., o se está redefiniendo, como ocurre cada vez más en los países de América del Sur. Por ejemplo, en Colombia en 2021 el “Día de la Raza” fue reconvertido en el “Día de la Diversidad Étnica y Cultural de la Nación Colombiana” y en México en 2020 el también “Día de la Raza” fue redefinido como “Día de la Nación Plurinacional”. En todas partes hacen cambios y evolucionan, salvo en España, donde precisamente, en teoría, vivimos en un Estado plurinacional.
La Hispanidad fue declarada fiesta nacional en España en 1892 con un Real Decreto que dejaba claro que lo sería "perpetuamente", festividad que fue ratificada por ley en 1987, cuando gobernaba el PSOE de Felipe González. En un país normal, democrático y avanzado, la fiesta nacional nunca sería la Hispanidad. Las instituciones democráticas surgidas después del franquismo, a raíz de la cada vez más cuestionada Transición, tendrían que haber elegido otra fecha, más adecuada a los tiempos modernos y alineada con lo que se buscaba, que era el establecimiento de una monarquía parlamentaria parcialmente descentralizada. Una buena fecha, por ejemplo, habría sido el 6 de diciembre, día en el que se aprobó la Constitución Española en referendo. Podría gustar más o menos, pero esa fecha tenía un sentido político, una intencionalidad histórica y constituía un mensaje en sí misma. Pero no; España volvió a elegir la Hispanidad, que también contiene un inequívoco mensaje político y nacionalista excluyente.
La pretendida normalización no debe ser el vehículo de la españolización más descarada
En este contexto, el president Salvador Illa se encuentra en Madrid para celebrar la Hispanidad. El último president catalán que participó en ella fue José Montilla, en 2010, pero no estuvo los dos años precedentes. Los sucesivos lendakaris tampoco asisten, e incluso el propio Alberto Núñez Feijóo, cuando era presidente de Galicia, solía excusar también su presencia. Nadie que gobierne un territorio con lengua y cultura propia puede sentirse cómodo en un desfile militar que representa al nacionalismo español más casposo. Y no se puede sentir cómodo porque lo que se reivindica, en fondo y forma, es incompatible con ser catalán, vasco o gallego. La normalización institucional que pretende el president Illa, legítima, no debería comportar su presencia en Madrid en un día como este. La pretendida normalización no debe ser el vehículo de la españolización más descarada. Por eso, es un error político su presencia allí y cabe esperar que en los años que vendrán reconsidere esta decisión.
Por si fuera poco, el president de la Generalitat de Catalunya tampoco debería ir a Madrid por otra razón, que puede parecer anecdótica, pero tiene una profunda carga simbólica. A Pedro Sánchez le conviene que esté Salvador Illa para sentirse acompañado en un acto en el que siempre es silbado e insultado por buena parte del público, formado en gran parte por familiares de militares (lo cual también es muy significativo). Con una mayoría de presidentes autonómicos en manos del PP, el presidente español solo encontrará cobijo y solidaridad en sus ministros y en unos pocos presidentes autonómicos, con los que socializará la lluvia de insultos. Por lo tanto, la presencia del president de Catalunya será instrumental para el presidente español y situará a la máxima institución catalana en una batalla entre españoles, de derechas y de izquierdas, en el marco de su guerracivilismo perpetuo. Yo no quiero que mi president sea instrumentalizado por unos ni otros; yo no quiero que mi president sea silbado en Madrid en un acto que podría ahorrarse, donde será silbado doblemente no solo por ser el president de Catalunya, sino por ser un miembro del PSC-PSOE. Cataluña y sus instituciones deben preservarse de las luchas fratricidas castellanas, por encima de todo.