Esta semana los diarios nos han entretenido con el malestar que los jóvenes vicesecretarios del PP han generado con sus críticas a Rita Barberá. Rajoy lo tiene difícil porque tanto si se mueve como si no se mueve está condenado a perder votos. No es culpa suya, ni mucho menos es culpa de la corrupción. Es el contexto, que ha cambiado. La hegemonía occidental de los tiempos dorados de Aznar se ha esfumado y eso ha descolocado a las élites de Madrid y ha empobrecido el imaginario del PP. 

Rajoy deja que los jóvenes gladiadores marquen perfil porque el debate hace circular la sangre, incluso en los organismos putrefactos. Pero los dirigentes jóvenes del PP corren el peligro de caer en la misma trampa que algunos intelectuales proconvergentes que han firmado el último manifiesto sobre la lengua catalana. Al igual que se podría decir de los firmantes del grupo Koiné, da lo mismo hasta qué punto tienen razón. El problema de fondo del PP no está donde ellos señalan, aunque para sentirse más seguros en medio de la tormenta no se lo quieran creer. 

Rajoy, que es un gato viejo, debe saber que el discurso de la corrupción sirve para atacar el poder, pero no para construirlo o conservarlo. Cuando no tienes fuerza para afrontar un problema, los diarios te ayudan a ganar tiempo denunciando otro conflicto. Pero como más recurres a la prensa más cuidado debes tener de no caer en su juego. La prensa vive del debate y la polémica, mientras que el poder vive de realidades consolidadas y movimientos históricos. Eso también lo saben las élites de Barcelona, que hace tiempo que intentan dispersar la mayoría favorable al referéndum alimentando la moralina visceral sobre Pujol, sobre la lengua o sobre Europa.

Cuando Rajoy dice que él no es Artur Mas no se refiere sólo al hecho de que no piensa dar un paso al lado. También quiere decir que él manda de verdad en el partido y que no piensa contribuir a desmantelar la oligarquía que hasta ahora ha articulado España para adaptarse al discurso buenista y sentimental que venden los diarios. Si los chicos del PP se creen de verdad que el problema de su partido es la corrupción, mejor que se vayan a Ciudadanos. Igualmente se autoengañan los firmantes del manifiesto sobre la lengua catalana. Si tan preocupados están por el catalán, que sean valientes y exijan al Parlamento que convoque un referéndum de autodeterminación.

Ciudadanos es un partido pensado para suavizar las tensiones propias de una transición

El problema que tiene el PP no es la corrupción, es que su idea de España está retrocediendo en las naciones no castellanas del Estado. Ciudadanos es un partido pensado para suavizar inestabilidad típica de los momentos de transición y puede vender el humo que quiera. Arrimadas puede hablar como si fuera un Pascual Maragall con faldas y, al mismo tiempo, ridiculizar el referéndum porque Ciudadanos no es un partido de gobierno, sino una muleta del poder. Ciudadanos sirve para ganar tiempo mientras la oligarquía se reinventa o intenta salvar los muebles antes de pactar una salida. Pero el PP es el partido que hasta ahora ha vertebrado la idea oficial de España, incluso cuando gobernaba el PSOE –por eso el Estatut no salió–. 

Es verdad que cada uno juega su rol, pero asumir los discursos de la oposición que los diarios publican para vender papel es una muestra de debilidad que al final nadie agradece –tampoco el electorado–, como se está viendo con Convergència. Los jóvenes del PP se están quedando atrapados entre el fantasma de la corrupción y el problema –más político y real– de la unidad de España. Quizás deberían pensar si quieren acabar representando una ideología pura y numantina o quieren liderar, en el futuro, el partido de referencia de la derecha española, porque ambas cosas no las van a poder hacer –igual que CiU no podía liderar el independentismo y conservar el poder autonómico–. 

Si se miran las interpretaciones que los periódicos hacen de las encuestas, es fácil comprender que la piedra de toque del momento no es la corrupción, sino las tensiones entre Barcelona y Madrid y todo lo que representan. Sólo así se entiende el miedo que da Podemos y el papel de matón de la unidad de España que juega Ciudadanos. La realidad es que el modelo territorial español está agotado y que si Pablo Iglesias pacta con Izquierda Unida puede dar una sorpresa, en caso que vuelva a haber elecciones. Los diarios dicen que Podemos baja por el mismo motivo que decían que Convergencia se hundía cuando todavía podía evitar el destino del PSC atacando seriamente la independencia.

Mientras no se acabe con el tabú del referéndum, la izquierda crecerà y el PP se desangrará a favor de Ciutadanos. Da igual cuántas caras jóvenes Rajoy tire a los leones para limpiar la cara del partido y denunciar la corrupción.