Quien me conoce, y ya me perdonarán que hoy hable en primera persona, sabe que no pertenezco precisamente a la legión de los optimistas según los cuales la independencia está a punto de caramelo y si no la tenemos ya es porque Convergència, que es un partido que ya no existe pero figura que todavía anda en todas las salsas, no la quiso su día –Mas, el 9-N, etc.– o la diferirá (procesismo) hasta el último minuto; o bien porque ERC, que actualmente gobierna y bien la Generalitat (esa es la novedad) con los antiguos convergentes, cuando llegue la hora de la verdad se encogerá de espaldas, o no querrá perderlo todo ahora que está a punto de conseguir la hegemonía en el soberanismo, etc.

En el grupo no ya de los hiperventilados sino de los inquietos por fumarse el puro de la independencia –ojo que no les pase como aquel cava que tenían los socialistas a punto en todas las neveras del país en el año 80–, hay, finalmente, los que miran a los comuns como problema fundamental: si la independencia no se ha conseguido es porque ahora los de Colau y Domènech, como en su día los del PSC, en tanto que representantes de un electorado mayoritariamente de orígenes y/o cultura española, no la han querido, se han opuesto con uñas y dientes, o, han hecho como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer.

Optimismo cínico. Como si el Estado español y su gobierno y su oposición (hola, Pedro Sánchez) fueran meros espectadores. ¿Están dispuestos a pagar los cínicos los más de 5 millones de euros que quizás tendrán que pagar de sus haciendas Mas, Ortega, Rigau y Homs por la "charlotada" del 9-N i después de haber sido condenados? Pero, en fin, todo esto ahora no cuenta, ya es pasado, reciente o lejano, dicen los de los últimos cien metros, y una vez en marcha, el referéndum, al que atribuyen poderes ciertamente taumatúrgicos, curará todos los males. Aquí hemos tocado con la mística profunda de la cosa. Y ante ello, los esceptoescépticos como servidora, hacemos aquello que recomendó Wittgenstein en el último aforismo del Tractatus: de lo que no se puede hablar, mejor callar.

De acuerdo: hay, en todo este optimismo cínico, un punto de verdad, sin duda. También hay verdad en la famosa posverdad, o en la no tan conocida verdad posfáctica (la versión alemana de la cosa trumpista), que por algo se llaman así aunque no lo queramos admitir. Pero ahora que, con el anuncio de la fecha y la pregunta previsto para la semana que viene entramos en la que parece la fase definitiva no sé si del procés pero sí del proceso hacia el referéndum, habría que afinar bien las herramientas de análisis, y, por descontado, las decisiones, lo cual ya no es trabajo de los optimistas ni de los que no lo somos, sino de los que han sido democráticamente elegidos para llevar a buen término el pacto con los electores.

Catalunya nunca volverá a ser una autonomía en la praxis cotidiana, política, cultural y simbólica de la mayoría de los catalanes o casi

No creo que la independencia esté a tocar pero sí que creo que Catalunya nunca volverá a ser una autonomía en la praxis cotidiana, política, cultural y simbólica de la mayoría de los catalanes o casi. Es en este punto donde sí que no veo marcha atrás, haya o no referéndum. Y es en este punto, en la consolidación de la Catalunya postautonómica (insisto: y no sé si preindependiente) donde sí que creo que el Estado español ya ha perdido la partida. La ha perdido entre los antiguos votantes convergentes, una parte de los cuales y algunos otros ahora están en el PDeCAT, los viejos y los nuevos de ERC y los de los comunes. E incluso los socialistas. Y, yendo más lejos todavía, osaré decir que entre los de Cs y el PP. Albiol y Arrimadas están en plena campaña del referéndum y por partida doble: contra el referéndum y a favor del no.

Albiol y Arrimadas están en plena campaña del referéndum y por partida doble: contra el referéndum y a favor del no

El Estado español perdió la partida el 9-N. Lo demuestra el hecho que ahora el mismo gobierno que el de entonces, el de Rajoy, llame a parar el referéndum, o sea, a evitar que otra vez las urnas estén en su sitio, con todos los medios a su alcance, incluida la fuerza; referéndum al cual se refiere impúdicamente como "golpe de estado" la ministra de Defensa y el ministro de Cultura y portavoz. Y la perdió en las elecciones del 27-S del 2015, y aquí discrepo de la cofradía del no hay nada que hacer en todas las circunstancias, incluso con el referéndum hecho y la independencia proclamada. Con un 48% de los votos, ciertamente el independentismo perdió el plebiscito, pero ganó con creces las elecciones, en las cuales se escoge un parlamento con reglas aceptadas por todo el mundo: 72 diputados sobre 135.

Es esta mayoría de JxSí y la CUP la que ahora permite con toda legitimidad a Puigdemont, Junqueras y Gabriel llevar a cabo el compromiso con los electores. ¿De qué legitimidad hablaríamos si el escenario resultante de las elecciones del 27-S hubiera sido el inverso, es decir, si Cs, PSC y PP hubieran sumado 72 escaños? La mayoría existente, la independentista, no puede dar marcha atrás con su compromiso, tanto con el electorado independentista, como, atención, con todo el electorado que quiere votar, que quiere decidir con plena normalidad. Aspiración sobre la cual pivota no ya la centralidad política del país sino la amplísima mayoría de la sociedad, como tozudamente se empeñan en recoger una y otra vez todas las encuestas.

¿Quién puede dudar, que los electores de Catalunya en Comú o Podem están en ello, es decir, que quieren decidir?

Digan lo que digan Colau, Fachin o Coscubiela, se pongan más a favor, más en contra, un poco de perfil o directamente de culo, en Catalunya, incluidos los votantes de los comunes, las confluencias y el sursum corda, la gente ya ha superado aquella minoría de edad a la que se refirió Kant hace más de dos siglos. El futuro del referéndum no depende, en absoluto, del hecho de que estos dirigentes vayan o no vayan a las cumbres, como la convocada el martes por el Pacto Nacional del Referéndum con el fin de repescarlos, sino de la gente. ¿Y quién puede dudar, que los electores de Catalunya en Comú o Podem están en ello, es decir, que quieren decidir? Como también muchos de Cs, el PSC y el PP, de lo contrario no saldría el 70-80% de las encuestas que quiere votar sobre el futuro político de Catalunya. Parece mentira que llamándose comunes hayan leído tan poco a Hardt y Negri. En el siglo XXI, lo peor que puede hacer la izquierda que presume de auténtica es confundir la multitud con las clases y las vanguardias.

Bien. Por todo eso, y ya me perdonarán los unos y los otros, pienso que el Estado español ya ha perdido el referéndum. Ahora sólo falta que los catalanes -los del sí y los del no- lo ganen.