En la política municipal y en la Iglesia faltan vocaciones. Este fin de semana lo he podido ver en los reportajes que han sido publicados por varios medios. Las elecciones municipales se celebrarán a finales de este mes y parece que casi todos los partidos políticos tienen dificultades para confeccionar las listas en los 947 municipios de Catalunya. No sé exactamente por qué la Iglesia no tiene vocaciones, pero supongo que la laicización de la sociedad, que no combina nada bien con una Iglesia católica rígida, machista y envejecida, debe influir en ello. La política es un poco así. La mayoría de los dirigentes de este país, sean de derechas o de izquierdas, se declaran católicos. Lo dicen con más o menos insistencia. No voy a mencionar nombres porque no es necesario y no me corresponde a mí desvelar las creencias de los demás. En todo caso, les digo que servidor, cuando ha estado cerca de la política, ha notado el peso de la religión en la manera de actuar de muchos políticos.

En la vida espiritual, la fe puede ser una virtud, pero en política normalmente lleva al autoritarismo, a la falta de un diálogo franco y al engaño permanente. A pesar de la proliferación de católicos al frente de los partidos, la democracia cristiana en Catalunya no ha cuajado jamás. Ha sido siempre una minoría. En las elecciones del 15-J de 1977, la UDC de Anton Cañellas y Miquel Coll i Alentorn se presentó sola, en coalición con el Centre Català de los Güell de Sentmenat, Molins, Ferrer Salat y compañía, en una candidatura bautizada Unió del Centre i la Democràcia Cristiana de Catalunya (UC-DCC) A pesar de los pronósticos favorables, el fracaso fue total. Solo consiguieron dos escaños. El futuro estaba decidido y finalmente Cañellas se integró en la UCD de Suárez y los que se quedaron con las siglas, Coll i Alentorn, llegaron a un acuerdo con CDC para crear CiU, que nunca fue un partido democristiano. En Catalunya no hay partidos que sean confesionales. No lo es ni siquiera la extrema derecha, en las dos versiones: la española y la catalana.

La metáfora de la fe y el fracaso de la democracia cristiana me sirve para afirmar que la política catalana está dominada por el temor de Dios, encarnado en el líder del partido, a quien todo el mundo teme, porque maneja los hilos a su antojo. En los primeros años de la autonomía, los líderes eran fuertes y los candidatos a alcalde, por pequeño que fuera el pueblo, se decidían en la sede del partido en Barcelona. En algunos casos, el “líder supremo” decidía directamente quién era el candidato. Como si fuera Mao Zedong. Ahora que los liderazgos son menos poderosos, porque no tienen el reconocimiento transversal que tenían antes ni están impregnados de la divinización autoritaria, ya no está tan claro que el secretario general de un partido pueda actuar como le venga en gana. Por otra parte, el descrédito de la política es tan profundo que incluso se nota en esta falta de vocaciones que todos destacan. Eso es tan cierto que seis de cada diez diputados en el Parlament se presentan a las elecciones municipales de 2023, tal como indicaba Pedro Ruiz en un reportaje publicado en este diario el pasado sábado. Los diputados catalanes pretenden duplicar el cargo como si estuviéramos en Francia, el país más centralista de Europa, con la excusa de que así pueden dar mejor servicio a los ciudadanos. ERC es el partido que encabeza el ranquin de diputados que se presentan a las elecciones municipales (23 de 33), seguido del PSC (20 de 33), Junts (19 de 32), Vox (9 de 10), la CUP (6 de 9), Ciudadanos (5 de 6) y los comuns (4 de 8).

Se ha perdido la confianza, y por eso faltan vocaciones, pero la solución no es echar la culpa a los que están aburridos o asqueados con los políticos. Los responsables son los que no se van ni con lejía

No solo los diputados en el Parlament se presentan en masa a las elecciones municipales. De los cuarenta y ocho diputados catalanes en el Congreso, veintitrés son candidatos —seis de ellos se presentan como cabeza de lista de sus respectivas candidaturas—. En el Senado, doce de los veinticuatro senadores catalanes son candidatos. Estos datos muestran dos cosas. La primera, y más grave, es que los partidos están dominados por una casta que vive de la política, incluso entre los partidarios del 15-M, el movimiento “anticasta” por excelencia. La segunda, que creo evidente, es que los partidos no consiguen convencer a la gente para que participe en política. Xavier Trias se jacta de haber confeccionado una lista con exconsellers, como si eso fuera una garantía de buen gobierno. Los políticos reciclados que pasan de la política autonómica a la municipal porque han perdido su silla no son garantía de nada. Salvo el exconseller funcionario, la mayoría de estos políticos no sabrían dónde ir a trabajar.

No soy demagogo. En este país no hay candidaturas municipales realmente independientes y ciudadanas. Por cuestiones prácticas y de representación supramunicipal, se acomodan bajo el manto protector de un partido o de otro. Lo mismo sucede con los comités de empresa. No existe una representación sindical independiente. El control absoluto de los partidos provoca que, a veces, y según el tamaño del pueblo, las siglas condicionen una candidatura. En el ámbito local los partidos compiten ferozmente, sobre todo cuando sus posiciones políticas son cercanas. La rivalidad entre Junts y Esquerra los ha llevado a captar candidatos entre sí. Lo explicó Xavi Tedó en otro reportaje sobre los alcaldes de Campelles, Golmés, Montblanc y de tres pueblos de la Cerdaña (Prats i Sansor, Fontanals y Llívia) que ahora se presentan con el partido contrario. Los motivos pueden ser locales o no. Es evidente que el emblemático alcalde de Montblanc, Josep Andreu, ha dejado Esquerra y se ha incorporado a Junts como resultado del procés. Supongo que también debe ser el caso de Janina Juli, convergente de toda la vida, como Carles Campuzano, que ha cambiado de bando. Los dos se presentan, para no ser elegidos, en las listas de ERC: en Pineda de Mar y en Barcelona, respectivamente. Se trata de personas jóvenes que desprenden un gran hedor a moho. La falta de candidatos en las elecciones municipales se debe a la mala imagen que los políticos profesionales han creado entre la gente que confió en ellos durante una década.

Los políticos han hecho que la política pierda prestigio, como los grandes errores de cálculo de Calatrava han hecho que la arquitectura y los ingenieros pierdan prestigio. La falta de institucionalidad, fomentada por los mismos políticos, conlleva que “dedicarse” a la política, aunque sea con la voluntad de servicio que demuestran muchos candidatos, no sea muy apetitoso. Los políticos han suscitado un ambiente social, a menudo envenenado de corrupción, que aleja de la política a las mejores personas y más preparadas. Los políticos tradicionales piensan que el fenómeno se debe a la expansión del populismo y de la extrema derecha, como defendían en el tercer reportaje de este fin de semana. Es una excusa ridícula. Totalmente falsa. La política fomenta la mentira y en una sociedad como la actual, en la que todos pueden opinar a través de las redes sociales, es difícil engañar a quien no quiere ser engañado. Los políticos son los primeros que alimentan la miseria humana, lanzan insultos y promueven la traición. Se ha perdido la confianza, y por eso faltan vocaciones, pero la solución no es echar la culpa a los que están aburridos o asqueados con los políticos. Los responsables son los que no se van ni con lejía.