Ayer lunes, día 17 de octubre, era el Día Internacional de la Pobreza, y el telediario daba unas cifras en Catalunya totalmente impactantes: casi dos millones de personas, el 26%, vive en situación de pobreza y de estas, casi 700.000 sufren pobreza grave. No haría falta añadir nada más, porque estos datos por sí mismos dejan clara la importancia del problema y la situación de emergencia social en la que vivimos; más todavía si tenemos claro que no parece que la situación a corto plazo mejore, al contrario, sólo tenemos indicadores de que empeorará.

Hace mucho tiempo que se trabaja para paliar la pobreza, de varias maneras, con medidas más o menos acertadas y con muchos esfuerzos colectivos e individuales, pero las cifras no mejoran. Podemos pensar que una tras otra pasan catástrofes que hacen que no sea posible combatir la pobreza y pensemos enseguida en la crisis económica, la pandemia de la covid-19, la crisis energética y la guerra, pero no es aquí donde tenemos que poner el foco. De hecho, estos grandes acontecimientos no nos dejan ver —y al mismo tiempo son la excusa perfecta— las causas estructurales de la pobreza.

Es paradigmático que sean las y los políticos que hablen tanto de pobreza y que generen medidas específicas para paliarla, cuando son ellas y ellos mismos los que generan más pobreza en el mundo

Hay pobreza porque hay riqueza —y no sólo lo digo porque la medida del concepto sea relativo—, sino porque si no hubiera gente rica, no habría gente pobre. Esta, que es una verdad muy simple, muy sencilla, cuesta mucho de aceptar, porque toda la propaganda ideológica de nuestro mundo trabaja en contra de esta idea, es decir, trabaja para maquillar este principio básico del funcionamiento de nuestra organización social: la desigualdad es un pilar fundamental del sistema.

Es paradigmático que sean las y los políticos que hablen tanto de pobreza —aunque ayer el tema pasó bastante desapercibido en la agenda institucional— y que generen medidas específicas para paliarla, cuando son ellas y ellos mismos los que generan más pobreza en el mundo. Sí, alguien lo tenía que decir: son las políticas adoptadas y generadas en todos los campos, no en el ámbito social, las que generan sin cesar nuevos y nuevas pobres en Catalunya y en cualquier lugar del mundo. En el caso del estado español, sólo hay que ver la gestión de la pandemia o la de la crisis energética. En el caso de Francia, la población ha salido a la calle para protestar por las condiciones de vida. Aunque los hay que tienen resultados mejores que otros, no hay ningún país sin pobres. Y no es que no sea posible, es que no nos dejan levantar la cabeza.

Los estados del bienestar emergieron, entre otras cosas, para acortar las desigualdades existentes, en aquel momento identificadas como desigualdades de clase, pero lo cierto es que a pesar de un periodo corto de distribución más igualitaria, las desigualdades han crecido incluso en épocas de bonanza y sin necesidad de catástrofes de por medio. Es más, parece que los diferentes desastres o crisis reales o anunciadas son el terreno perfecto para que las desigualdades aumenten y no disminuyan. Ahora bien, la diferencia entre mejorar y empeorar para unos y otros es el resultado directo de las políticas que se hacen. En cada crisis, una parte importante de la población se hace más pobre y unos cuantos, los de siempre más alguno nuevo, se hacen más ricos, incluso cuando hay autoproclamados gobiernos de izquierda. ¿Ya me diréis qué es lo que no está funcionando?