Pandemia, guerra rusa contra Ucrania, la ultraderecha tomando el timón de la República de Francia... lo cierto es que no estábamos preparados para un volantazo de la historia de tales dimensiones. Y lo bueno, es que a este duelo Macron-Le Pen llegábamos con el diagnóstico hecho. Superado el escenario Clinton-Trump, sabemos dónde están y cómo se producen las fracturas por donde crece la antipolítica. El mensaje de Macron en su discurso de la victoria llamó a recuperar a la Francia que está dando la espalda a las élites, al presidente y al centro político. A aquellos que votaron por responsabilidad democrática para frenar a Marine Le Pen. Y a aquellas generaciones ―esto no lo dijo― a las que no ha ofrecido un programa a la altura de las necesidades del futuro.

El quinquenio había acabado mucho antes de que lo anunciara Jean-Luc Mélenchon. Terminó la era Brexit, Trump, Steve Banon. Se acabó el trazo grueso de llamar a frenar la ultraderecha como máximo reclamo político. La tendencia ultra es clara: 17,8% en 2002, 33,9% en 2017, 41,8% en 2020. Con la tendencia al alza de la ultraderecha, ¿cuántas veces se puede jugar esta baza y ganar? El lobo ya está aquí. Y como reflejan los datos de Ipsos, Macron se ha impuesto por reunir el voto antifascista, como bien lo calificó en su día la diplomática estadounidense Madeleine Albright. "Una victoria sin triunfo", titulaba Le Monde. De manera que el gobierno que vaya a confeccionar Macron de cara a las legislativas de junio es clave para abrazar a un electorado que nace de la ruptura del eje izquierda-derecha, golpeado por la falta de expectativas y la pobreza. Profesores, sanitarios, trabajadores del gasoil atados al sector primario. 

La ecuación de estos tiempos se dibuja sobre el eje a mayor precariedad y desigualdad, más ultraderecha y menos democracia. Pero cuidado, también a menor calidad democrática, más desafección y también más Le Pen. Así que en lo que nos toca, más útil que felicitar a Macron, sería que cada responsable político asumiera su parte del mensaje de las elecciones francesas. 

Los escudos sociales son imprescindibles. La calidad en las políticas sobre derechos sociales y civiles, también. El Gobierno ha tardado una semana en entender que el espionaje masivo con el programa espía Pegasus exige una investigación y depurar responsabilidades. El viernes a esta hora todavía se preguntaba cómo se había formado tal revuelo. Nos deja la duda sobre si ERC no fuera socio fundamental de la legislatura habrían llegado las investigaciones. Si la intención del Gobierno no es aclarar quién espió y bajó qué condiciones legales, sino diluir el escándalo, no servirá de nada.

La ecuación de estos tiempos se dibuja sobre el eje a mayor precariedad y desigualdad, más ultraderecha y menos democracia. Pero cuidado, también a menor calidad democrática, más desafección y también más Le Pen

Con los resultados franceses llega el ansiado real decreto ley que iba a revolucionar la monarquía. La Jefatura del Estado, con la reputación arrasada por el rey emérito y el debate abierto sobre para qué sirve la monarquía en el siglo XXI, publicará que su patrimonio asciende a 2,5 millones de euros, ahorros de las asignaciones de los presupuestos a Felipe VI y 300.000 euros en obras de arte. No hay propiedades inmobiliarias en España o el extranjero. El patrimonio de la reina Letizia Ortiz seguirá oculto porque está exenta de responsabilidad constitucional, cuando hasta un director general está obligado a publicar su declaración de bienes. Conclusión, la modernización será esto y no habrá ley de la Corona. En la letra pequeña, la Moncloa ha informado a Vox y no al BNG, siguiendo un criterio de Carmen Calvo de informar de la Casa Real a los partidos constitucionales. Real decreto ley para reformar la estructura de la Casa del Rey, la última data de 1988. Y esto es a lo máximo que llegamos en 2022. Ni se toca la impunidad medieval ni se regula un mayor control parlamentario de la Casa Real.

Hay quien no se queda a medias y directamente es cómplice. Alberto Núñez Feijóo ha felicitado a Macron después de dar luz verde al primer gobierno de ultraderecha en España, a diferencia de Francia, donde el Frente Nacional no gobierna ninguna provincia. Alfonso Fernández Mañueco ha ido más allá. Reelegido gracias a un pacto en Castilla y León con Vox, celebró el triunfo de “la moderación y el diálogo” en la Francia que ha frenado a su socio. Lo hizo a la misma hora que la diputada ultra Macarena Olona y el eurodiputado Jorge Buxadé abrazaban a Marine Le Pen.

De vuelta al plano general, hasta ahora, donde más ha defraudado el Gobierno ha sido en la calidad institucional. Con tanta crisis no se ha abordado una ley de TVE similar a la que aprobó el anterior gobierno del PSOE; la llamada ley mordaza, de las primeras que prometió derogar, ahí sigue intacta; o el CIS, pudiendo reformarlo, sigue como siempre.

Vox ha llamado al resultado de Le Pen “la mitad de los europeos”. En nada podría hablar de “la mitad de los españoles”. Si esto va de democracias versus debacle democrática, con un 40% de ultraderecha en Francia, con la tercera fuerza política creciendo en España, no hay un solo balón que el Ejecutivo deba seguir tirando hacia delante. Los electores franceses han demostrado tener responsabilidad, pero también memoria.