El “whatever it takes” de Mario Draghi como presidente del Banco Central Europeo para salvar el euro en 2012 ha reventado en la frontera de Melilla con el “whatever it takes” marroquí para frenar al millar de migrantes del Chad y de Sudán, y, de paso, mandar una señal de fuerza ante la OTAN. La imagen más brutal, el mensaje más preocupante en el intento de entrada más mortal, llega justo después del acuerdo entre España y Marruecos tras la cesión del Sáhara. 

De la llegada del Aquarius en junio de 2018 a la desesperación del capitán del Open Arms buscando atraque con 150 migrantes a bordo pasaron 14 meses. Del Open Arms a la masacre en Melilla han pasado tres años y un mismo gobierno. La corresponsal del Süddeutsche Zeitung, Karin Janker, lo ha calificado de “nuevo abismo europeo”. Y señala como “la extrema derecha alemana AfD inició la voladura de los valores europeos cuando defendió proteger las fronteras de la UE frente a los inmigrantes ‘con armas’, si era necesario”. Justo lo que acaba de ocurrir en Melilla. Es cierto que las imágenes de los cadáveres apilados y ensangrentados no se conocieron hasta después del Consejo de Ministros extraordinario y la rueda de prensa de Pedro Sánchez. Pero fue un error que “un líder de izquierdas”, como destaca la periodista alemana, utilizara la “retórica de la guerra”. Ese “bien resuelto” de Sánchez aludiendo a la actuación policial cuando la cifra alcanzaba los 18 muertos.

El error de Sánchez —o los ministros correspondientes— pasa por no haberse anticipado a una masacre. Pero también por reconocer el trabajo de la policía española en la defensa de las fronteras, dejarlo en un problema de seguridad y ensalzar una “actuación coordinada”, dando a entender un hecho más preocupante: si la acción fue coordinada, la policía fue partícipe.

La masacre en Melilla es una losa para España y los países de la Alianza. Una estrategia cuestionable si se quiere ganar a China y Rusia

Ha faltado también algún tipo de pésame, un mínimo intento por humanizar y personalizar a las víctimas de la brutalidad policial. Sus familias tienen el derecho de saber qué ha pasado con sus hijos, con sus hermanos. Los valores progresistas exigen dar categoría de personas a quienes pierden la vida en cualquier frontera. Son los valores ultras los que deshumanizan la inmigración. Además de que una política migratoria dura no beneficia a los gobiernos progresistas, sino a los conservadores.

Por primera vez, la Alianza incluirá la defensa de la soberanía e integridad territorial de Ceuta y Melilla. Sin embargo, más allá de la intención, las imágenes de los jóvenes africanos apaleados son tan noticia como la apertura de la semana de la OTAN en plena guerra de Rusia contra Ucrania. No hay medio anglosajón que disocie el arranque de la cumbre de los cerca de 40 fallecidos, según las organizaciones de derechos marroquíes. ¿Era este el pacto de Mohamed VI y Sánchez? ¿Así ha externalizado España la seguridad de la frontera sur? Como apunta la activista Helena Malena: “¿Sirve con subcontratar para que se mate a personas en nombre del control migratorio?”. 

Pedro Sánchez ha dado un giro en políticas sociales con el último real decreto anticrisis. 9.000 millones que irán a familias y rebajas fiscales. El giro en derechos sociales tiene que ir seguido de otro más en la defensa de los derechos humanos. Y de paso, ser más empático en un mundo donde están retrocediendo los derechos fundamentales de las mujeres, los colectivos LGTBI+ o los migrantes. Además de obligar a Marruecos a cumplir con unos mínimos estándares en el control de los flujos migratorios. Más cuando las cifras de las rutas hacia España son cada vez más duras. En 2019, 893 muertos; 2.170 fallecidos en 2020 y 4.404 en 2021, más del doble cada año, según recoge la revista 5W.

El PP tampoco está para exigir dimisiones. En la tragedia del Tarajal, el Ministerio del Interior mintió sobre la actuación policial. Sólo salió a la luz cuando se vio forzado a mostrar las imágenes de los pelotazos de goma en el agua contra los jóvenes que no sabían nadar. El resultado fueron 15 muertos y ningún alto cargo sancionado. 

La de Melilla ha sido la mayor masacre que se recuerda. Y no es baladí que coincida con la cumbre de la OTAN. Mientras aterrizan los jefes de estado, los miembros de las 40 delegaciones, Marruecos cava las fosas para enterrar a los fallecidos sin identificar, sin autopsia, sin investigación. Y ocultan cuántos muertos trasladaron a la morgue de Nador donde apilaron los cadáveres. 

La masacre en Melilla es una losa para España y los países de la Alianza. Una estrategia cuestionable si se quiere ganar a China y Rusia. Los líderes progresistas en Madrid deben ir más allá de prometer tropas, armamentos y endurecer los controles fronterizos. La cumbre de la OTAN no puede disociarse de un reparto justo de los costes de la guerra, de los movimientos migratorios de familias y jóvenes perseguidos por las bombas o el hambre.

Teniendo en cuenta que esto va para largo, si el documento del nuevo concepto estratégico pasa por una visión que aguante la próxima década, también debe incluir a qué precio en términos de calidad democrática y bajo qué valores.