Es evidente que los datos del Centro de Estudios de Opinión (CEO), como las de cualquier otra encuesta, solo son especulativos, y resultan más útiles para llenar tertulias ociosas, que para hacer buenas prospectivas políticas. Pero, si bien eso es cierto, también lo es la validez de unos resultados cuando se han convertido en tendencia. Es decir, si unas cifras se repiten obsesivamente, encuesta tras encuesta, hay que tenerlas en cuenta, cuando menos para evitar males superiores.

Con este aviso para navegantes, los últimos CEO marcan tres puntos tozudos de tendencia: la lenta bajada de la voluntad independentista; la solidez de la estrategia de renuncias de ERC, presumiblemente validada; y la pérdida de influencia de JuntsXCat. Con dos supuestos añadidos: la absoluta mayoría de catalanes que quieren un referéndum; y la consolidación de Salvador Illa como alternativa de Govern. Con todo, sería bastante impensable, de momento, conseguir la mayoría absoluta independentista del pasado febrero que, lógicamente, tuvo un gran valor político y simbólico. Si este último dato lo sumamos al primero —la bajada de la voluntad de independencia— y a la presunta validación de la estrategia de marcha atrás de ERC, el mapa para aquellos que deseamos la independencia de Catalunya tendería hacia el pesimismo.

Sin embargo, creo que todos estos parámetros no suman, que hay correcciones relevantes como el 80% que quiere el referéndum, o el hecho indiscutible de que la desaparición de Ciutadans y la crisis del PP, sumado a la irrelevancia de los Comuns, consolida a Illa en su espectro ideológico-nacional. De Vox no hace falta hacer supuestos: es material extraterrestre. Además, la cantidad de errores, riñas y confusión que han acumulado los partidos independentistas, más la covid y la fatiga económica, han incidido directamente en el desconcierto de su votante, incapaz de saber cuáles son los referentes y las estrategias. Si el independentismo está en fase de bajada, pese a la enorme resistencia que ha tenido la ciudadanía en todas las elecciones desde el Primero de Octubre, no es culpa de la represión española —que, al contrario, refuerza el voto—, ni del cambio de criterio personal —creo sinceramente que hoy hay más independentistas que antes—, sino pura y exclusivamente de los partidos independentistas, que han sobresalido en el arte de hacer el primo hasta dejarnos bien mareados. Al fin y al cabo, muchos ciudadanos pueden preguntarse de qué sirve votar por partidos indepes, si no parece que ninguno de ellos esté trabajando en esta dirección. Con todo, es bastante difícil especular con la voluntad actual de independencia, porque esta no es completamente cuantificable si no se hace un referéndum y, en este caso, estoy convencida de que los pata negra de la España unida se llevarían un buen susto. De momento, los datos, en términos de deseos y voluntades, siempre son especulaciones nebulosas.

Si Junts rasga sábanas en cada colada es por méritos propios, y eso a pesar de estar presidido por el líder indiscutible del independentismo, el president Puigdemont, y tener a algunos de los políticos catalanes más notables en sus filas. Junts no puede alejarse del exilio, porque el exilio es la esencia misma del partido y, sin el liderazgo de Puigdemont, pierde la identidad que lo define

Lo que, en cambio, me parece más analizable es la lenta, pero persistente bajada de Junts. ¿Qué le pasa a JuntsXCat? Y hay que preguntárselo porque la respuesta fácil, en el sentido de que los ciudadanos estarían validando la estrategia del cangrejo de Esquerra, me parece un reduccionismo simplista. Si Junts rasga sábanas en cada colada es por méritos propios, y eso a pesar de estar presidido por el líder indiscutible del independentismo, el president Puigdemont, y tener a algunos de los políticos catalanes más notables en sus filas. Aun así, Junts no acaba de cuajar como estructura organizativa, y algunas de las grietas del edificio son fácilmente detectables. La primera es, justamente, una grieta en ella misma: la distancia que se ha creado entre el Junts del exilio y el del interior o, para decirlo con claridad, la percepción que la dirección en Catalunya se ha distanciado considerablemente de las estrategias del mismo Puigdemont, especialmente en temas de enorme importancia política. Junts no puede alejarse del exilio, porque el exilio es la esencia misma del partido y, sin el liderazgo de Puigdemont, pierde la identidad que lo define. Pero es indiscutible que lo ha hecho, que el president no ha estado de acuerdo con algunas decisiones fundamentales —desde el Govern hasta el catalán— y que, poco a poco, sin llegar a ningún choque, se ha ido creando una clara distancia. Y esta difusa sensación de partido más allá del president –o sin el president— le ha reducido el crédito y la solvencia. Si Junts quiere volver a posiciones de pole position, necesita a Puigdemont, de la misma manera que creo que Puigdemont está más blindado si tiene el partido detrás. Esta simbiosis necesaria tendría que ser muy sensible de cara al congreso de junio.

Aparte de esta dualidad entre el interior y el exilio, Junts también ha acumulado algunos errores que han sido muy visibles: por ejemplo, una tendencia a la riña entre los altos cargos del partido, con notables susurros a los periodistas. A estas alturas, muchas redacciones saben qué se llaman unos a otros, y la prueba más clara es la reciente dimisión de Jordi Sànchez, que se aparta justamente para no crear división. Es decir, la división existe. Para decirlo clar y català, demasiadas ganas de mandar, mucha desazón para demostrarlo y poca cultura de grupo, a diferencia de ERC, que parece una congregación de monjes silenciosos. Aparte de los gallos y gallinas del gallinero, Junts no ha conseguido cuajar una estrategia propia, y no ha sido capaz de demostrar que, en términos de independencia, era sustancialmente diferente a ERC, aunque lo es claramente. Pero en política, hay que serlo y hay que parecerlo. Al mismo tiempo, se tiene que añadir a la confusión el estropicio con el PdCat —que seguramente le hizo perder el pulso con ERC—, y la pérdida de algunos valores fundamentales como Artur Mas. En aquella colada, los rasgones fueron importantes, aunque Mas hizo méritos, porque su papel en el momento del PdCat hizo bastante daño. También es un hecho que Junts no acaba de definirse ideológicamente, hasta el punto que algunas veces ha oscilado desde posiciones ordenadas hasta cuperas y, más allá de la independencia, parece imposible conciliar los dos polos. Finalmente, hay que añadir la eterna mala conciencia —que no sufre ERC— de poder hacer alianzas puntuales con los partidos no independentistas, especialmente con el PSC, cosa necesaria en la cotidianidad política.

Probablemente la "juventud" del partido explica algunos de los errores cometidos, y nada es fácil para un colectivo humano que viene de múltiples procedencias, desde el mundo convergente, hasta activistas de todo tipo vinculados con el independentismo. Pero también es evidente que Junts es una opción con vocación ganadora, y que necesita encontrar el rumbo para ponerse de nuevo en la vía del tren. ¿Será el congreso de junio el que cure todos los males, o el espejo donde se reflejen? La respuesta a esta pregunta será clave en el futuro de Junts y, obviamente, en el futuro del independentismo. No olvidemos que en el horizonte próximo se puede plantear el retorno del president legítimo de Catalunya, y Junts no puede parecer un partido desbaratado cuando eso pase.