El caso Eduard Pujol va mucho más allá de su protagonista y del infierno que sufrió, aunque por si solo eso ya fue muy grave. En realidad es la crónica de una miseria colectiva que nos retrata a todos, a los partidos —especialmente al suyo—, a los medios y a la ciudadanía. Cuando Eduard Pujol recibió la acusación pública de acoso sexual por parte de dos mujeres, que no presentaron ninguna prueba, ninguna denuncia, ni podían sostener la acusación en nada, nadie dudó. Sencillamente, se decidió, de manera automática, que la palabra de una mujer contra un hombre prevalecía por encima de cualquier indicio. En el reino de la corrección política, el axioma resultaba incuestionable: las mujeres siempre tenemos razón cuando señalamos a un hombre.

Si, además, el hombre señalado con la letra escarlata del acoso era un político prominente, portavoz de su partido y con una fuerte presencia pública, todavía hacía falta más celeridad, más castigo, más oprobio, en una carrera desatada para demostrar más dureza que nadie. Eso mismo es lo que hicieron algunas diputadas de Junts, con Elsa Artadi y Aurora Madaula al frente: se erigieron en martillo de herejes inmediato e implacable, no pusieron en duda la acusación contra su compañero de filas —al que, al margen de esto, conocían bien— y lo condenaron a la hoguera. Ni siquiera escucharon lo que él podía explicar: que eran relaciones consentidas, que era él quien había acabado con aquellas relaciones y que, incluso, en uno de los casos tenía más de 3.000 mensajes intimidatorios de WhatsApp por haber rechazado a la mujer, motivo por el cual se ha abierto juicio oral por amenazas contra ella. Es decir, Eduard Pujol podía demostrar sobradamente, tal como ha hecho ahora ante los jueces, que no era verdugo, sino víctima. Podía demostrarlo, pero nadie tuvo interés en escucharlo

El resultado es conocido: expulsión de Eduard Pujol del partido, fulminación de su cargo parlamentario, destrucción de su carrera política y el rechazo de todos sus entornos. El juez Joaquín Aguirre, encargado de una de las querellas que presentó Eduard Pujol contra las dos mujeres que lo habían acusado, es demoledor con respecto a lo que hizo Junts en aquel momento. Aparte de considerar que el partido infringió toda la jurisprudencia sobre la presunción de inocencia, asegura que la sanción disciplinaria con la suspensión de militancia y la renuncia al cargo de portavoz, "vulnera todas las reglas del derecho a la defensa que tiene cualquier persona, no solo en el proceso penal, sino en cualquier ámbito disciplinario de la vida". Es decir, y en palabras del juez, Pujol ha sufrido un grave prejuicio político, económico y social a consecuencia, no solo de "la acusación calumniosa", sino también y sobre todo a causa de la "fulminante actuación de los gestores del partido político al cual pertenecía sin haber tenido la más mínima constatación de la veracidad de las acusaciones formuladas contra él". Una destrucción, pues, completa: destrucción de la carrera política, destrucción de su prestigio social, destrucción de su imagen civil, y destrucción de la mayoría de opciones profesionales a las cuales habría podido tener acceso. Convertido en paria, tuvo que vivir el oprobio en la soledad de los pocos que lo creyeron, tuvo que luchar en los juzgados por su buen nombre y, perdido abruptamente su trabajo, tuvo que espabilarse para poder vivir y pagar todo el proceso. Es decir, era la víctima, pero fue él quien sufrió la sentencia.

Pujol ha sufrido un grave prejuicio político, económico y social a consecuencia, no solo de "la acusación calumniosa", sino también y sobre todo a causa de la "fulminante actuación de los gestores del partido político al cual pertenecía sin haber tenido la más mínima constatación de la veracidad de las acusaciones formuladas contra él"

Dos años después empieza a ver la luz, sobre todo gracias a la contundencia con la que se han expresado y han actuado los jueces que llevan sus dos querellas. Además, las pruebas a favor de Pujol son tan abundantes y tan inapelables, que no se avistan tiempos fáciles para las dos mujeres querelladas. De hecho, el juez acaba de imponer una fianza de 92.278 euros a una de ellas. Por otra parte, su partido le ha restituido la militancia, aunque se ha hecho con la boca pequeña, probablemente porque, muertos de vergüenza, no saben dónde meterse. En este caso, dado que Pujol tenía vocación y talento político, y lo perdió todo por la precipitación de Junts, ¿no se tendría que haber ofrecido algún cargo que restituyera su honor? Sinceramente, creo que Junts no se portó bien y... sigue portándose mal. Finalmente, también recupera poco a poco su prestigio social, no en vano la convicción de que fue víctima empieza a ser general. Sin embargo, hay que repetirlo: ha tenido que ser él, a solas, quien demostrara que no era culpable.

Al mismo tiempo, aunque su caso tenga un final decente —es difícil considerarlo un final feliz, después de lo que ha sufrido—, ¿no haría falta una reflexión pública y contundente a raíz de lo que le ha pasado? Lo pregunto porque no es aceptable que la lucha contra la violencia de género y en favor de la igualdad, se convierta en una apisonadora contra los hombres, convertidos en sospechosos casi por defecto. Tampoco lo es que la presunción de inocencia de los hombres desaparezca en el primer instante en que una mujer sube la voz acusadora. Es evidente que la lucha contra la violencia de género es un tema urgente y prioritario, pero también es evidente que la lacra de las denuncias falsas estropea esta lucha, aparte de hacer un daño terrible a los hombres falsamente denunciados. Hay que recordar una obviedad que, sin embargo, parece dinamitada por la corrección política: ni las mujeres tenemos la razón por el solo hecho de ser mujeres, ni los hombres son culpables, por el hecho de ser hombres. ¿O es que resulta que no hay mujeres mentirosas, malas y vengativas...? Cosa que no excluye la ingente cantidad de mujeres que son víctimas. Es decir, y para repetirlo en bucle: ni las mujeres somos inocentes por naturaleza, ni los hombres son culpables por sistema. Si se hubiera aplicado este principio básico, Eduard Pujol no habría sufrido un calvario. Ni él, ni muchos otros.

Con un añadido de orden político. Aunque ya se sabe que la política se alimenta de la apariencia y que parecer tibio en un tema tan delicado es pura dinamita, todavía es más explosivo sentenciar a un líder político sin ningún indicio, solo para parecer impoluto. Lo que hizo Junts con Eduard Pujol fue eso, puro postureo, y el postureo les ha estallado en la cara.

Acabo con una preocupación que crece día a día: no puede ser que la corrección política se convierta en una imposición dogmática que juzga, sentencia y expulsa de la sociedad todos aquellos que no cumplen con el dogma. Y eso vale para este tema y para muchos otros. Nos estamos convirtiendo en apóstoles de una nueva religión ideológica, fuera de la cual no hay debate, ni argumentario, solo herejía. Y por este camino no creamos una sociedad más libre y civilizada, sino más opresiva y más asfixiante.