El impacto sobre el voto de un hecho traumático no suele aparecer en las encuestas del día después. Debe pasar un tiempo prudencial para que el acontecimiento sedimente, la población lo digiera y se traduzca en la declaración de intención de voto. Desde ese punto de vista, la encuesta que publicó ayer El País es la primera que refleja íntegramente el balance de daños del sábado negro del PSOE, 15 días después del siniestro. 

Metroscopia no ofrece un cálculo de escaños, pero este puede hacerse suponiendo (es una suposición contrastada por la experiencia) que la distribución territorial del voto de cada partido será muy similar a la de hace tres meses. Si damos por buena la estimación de voto publicada, el Parlamento resultante sería parecido a este: 
   


Esto es lo que, según esta encuesta, podría ocurrirle al Partido Socialista en las terceras elecciones: perder aproximadamente 1,4 millones de votos y 22 escaños, perforando estruendosamente su suelo histórico del mes de junio. 

En Catalunya, el PSC pasaría de los 7 escaños actuales a 5, perdiendo uno en Barcelona y otro en Girona. Sería superado por el PP, empataría en escaños con Ciudadanos y desaparecería en Lleida y en Girona. Peor aún estaría en Euskadi, donde el PSE se quedaría con un único escaño. Pese a esto, Patxi López y Miquel Iceta defienden numantinamente el "no es no" que conduce a abrir las urnas el 18-D. Por favor, que alguien explique esta repentina vocación suicida de gente con fama de razonable. 

El sábado reeligieron a Iceta como secretario general de un partido que ya se parece muy poco a aquel PSC que él ayudó decisivamente a construir y después a deconstruir. 

 

Hace sólo 8 años, el PSC llegó a tener 1,7 millones de votos en unas elecciones generales y 25 diputados en el Congreso. Ahora le quedan medio millón de votos y 7 diputados, que serían dos menos si vamos a esas terceras elecciones que Iceta preconiza. Habría perdido al 75% de sus votantes y pasaría de ser líder indiscutible en elecciones generales a disputar el farolillo rojo. Y, por supuesto, no cumpliría ninguno de los requisitos para tener un grupo parlamentario propio. Si hubiera divorcio con el PSOE, entre los de Mas y los de Iceta el grupo mixto estaría abarrotado de diputados catalanes. 

La pasokización aún no ha llegado al PSOE, pero es ya un hecho consumado en el PSC. Y no es sólo una cuestión de números. Hay aspectos cualitativos aún más importantes en esa jibarización política. 

Si Zapatero afirmó un día que el PSOE era el partido que más se parecía a España, aún más cierto es decir que el PSC llegó a ser un espejo de la sociedad catalana. Un partido mestizo y transversal, interclasista, obrero y burgués, catalanista hasta la médula pero no nacionalista, con una poderosa raíz municipal, tan local como europeo. 

Eso se acabó. A fuerza de mirar más a su ombligo que a lo que sucede a su alrededor, el PSC no sólo se ha hecho más pequeño, sino que ha dejado de parecerse a la sociedad en la que vive. Ni siquiera es ya una reproducción en miniatura de la Catalunya del siglo XXI: ha quedado fuera del mainstream, de las corrientes principales de su propio país. 

Más allá de sus oscilaciones electorales, el PSC fue uno de los ejes imprescindibles de la convivencia en la sociedad catalana, que por ser más compleja y plural que otras, está más expuesta a los fraccionamientos. Y también una pieza clave en el engarce de una Catalunya con identidad propia dentro de España. Sin el PSC, todo hubiera sido más difícil entre Catalunya y España en los últimos 30 años: y quizá su progresiva debilidad, producto de la desorientación estratégica, tenga bastante que ver con el desgarro actual. Quizá no todo sea culpa de Mas y de Rajoy.  

El hecho es que hasta hace poco hubiera sido inconcebible buscar una solución al conflicto de Catalunya en España sin contar con el PSC. Hoy es más importante sentarse con Colau y con Arrimadas que con Iceta. 

Y luego está lo de su relación con el PSOE. Una fórmula de asociación política de éxito probado en el pasado, pero preñada de elementos anómalos que saltan cuando llegan las vacas flacas. Una relación asimétrica en lo orgánico y, últimamente, abusiva en lo político.

La política catalana la decide el PSC y el PSOE lo respeta; la política española la decide el PSOE con la participación del PSC, y éste la respalda

El PSOE y el PSC son dos partidos distintos, y está bien que así sea. Pero el PSC participa y tiene un peso importante en la dirección y en las decisiones del PSOE, mientras el PSOE no tiene ningún papel –ni siquiera el de opinar– en la dirección del PSC. Siempre he pensado que es mucho más sano un modelo como el de CDU-CSU en Alemania: alianza política y diferenciación orgánica. 

La relación se ha sostenido sobre un pacto implícito: el PSC es soberano en lo que se refiere a la política catalana y apoya la política del PSOE en España (en cuya determinación, además, tiene voz y voto). 

Mal que bien, ese pacto se ha respetado hasta ahora. En el 2006 la dirección del PSOE no era partidaria de reeditar el tripartito, pero el PSC esgrimió su soberanía y decidió autónomamente. En el 2013 hubo una primera quiebra de la unidad de voto en el Congreso, pero se trataba de un asunto relativo a Catalunya, el derecho a decidir. Momentos difíciles, pero todo dentro del marco fundacional. 

Lo de ahora es distinto, porque se decide algo esencial para España: gobierno o terceras elecciones, un dilema hispano-español. 

Los numerosos representantes del PSC en el comité federal participarán en la decisión con sus opiniones y sus votos. Pero una vez tomada, si la desafían estarán poniendo en peligro el fundamento de la relación entre ambos partidos. La política catalana la decide el PSC y el PSOE lo respeta; la política española la decide el PSOE con la participación del PSC, y este la respalda. Amagar con lo contrario cuando el socialismo español se juega su supervivencia es algo muy parecido a un chantaje. 

Así pues, el reelegido secretario general del PSC tiene dos tareas por delante. La primera, que el partido que dirige vuelva a ser en Catalunya el PSC que conocimos, y no su actual caricatura irrelevante. La segunda, clarificar de una vez su relación con el PSOE. Esto último se hará, no lo duden. Si no es por las buenas, será por las malas y todos saldrán perdiendo; pero, finalmente, se hará.