Clara Ponsatí es la tía joven y progre que me habría gustado tener en la familia. La conocí hace unos años delante del Sandor de Francesc Macià. Me quería comprar un par de libros míos, que entonces vendía en el mercado negro para no tener que coserme los calcetines y los calzoncillos.

Como me explicó que trabajaba en el CSIC entramos a tomar un café y me habló de la teoría de juegos, que es el campo de investigación principal de su carrera académica. En una servilleta hizo unos dibujitos y me dijo, con una sonrisa irónica: "Teóricamente, si el mundo fuera racional, Catalunya tendría que independizarse y España se tendría que sentar a negociar."

También me dijo que el motor de la investigación científica es la belleza y no la utilidad. "Cuando investigas no sabes nunca de qué manera las cosas que estudias acabarán teniendo una aplicación" -me dijo. No sé si entonces ya se había fundado la ANC, con la que llevaba a cabo tareas de promoción internacional cuando fue nombrada consellera de Enseñanza, la semana pasada.

Ponsatí es una mujer muy empática y sensible, con una inteligencia fría y calculadora. A las reuniones y a las conversaciones lo ve todo, pero calla más de lo que dice y osa actuar, si no ve el campo libre. Tiene una herida honda, que a menudo le humedece los ojos, y esta resistencia de buey típica de las mujeres de la tierra, que a veces se convierte en una fuente de padecimiento castrador.

Cuando la nombraron Consellera era la directora de la escuela de Economía de la Universidad de Saint Andrews, la más antigua de Escocia. Como le faltaban unos meses para acabar el contrato se disculpó apelando al deber patriótico, sin prever que la Universidad encontraría un honor tener una figura con poder político en Catalunya que había hecho un trabajo excelente en el centro.

Ponsatí nació en Barcelona en 1957, en la clásica familia del país de tenderos y artistas. Los padres regentaban un horno de pan que el bisabuelo había montado después de hacer la guerra con los isabelinos. El abuelo materno era el pintor Josep Obiols, padre del político Raimon Obiols, que pintó algunas dependencias de Montserrat durante la dictadura aunque trabajó por la Generalitat republicana.

Educada en la reserva india barcelonesa que leía en catalán durante la dictadura, creció rodeada de ejemplares de Cavall Fort, Serra d'Or y de volúmenes de la Editorial Selecta. Su escuela funcionaba sin libros para poder dar las materias con la lengua del país. Como no podía ser de lo contrario, los padres la apuntaron en una coral catalanista.

Joven flirteó con el comunismo y corrió delante de la policía. Decidió estudiar económicas influida por las teorías de Marx que dan preeminencia a las condiciones materiales como motor de la historia. El hecho de ir a los Estados Unidos a hacer la tesis doctoral le marcó la vida y, hasta hace muy poco, liberó su trayectoria académica de los problemas políticos del país.

Ponsatí ha sido profesora de la UAB, y ha pasado por la Universidad de California, de Toronto y George Town, donde chocó con el sectarismo previsible del ministro Margallo. Durante el gobierno de Zapatero dirigió el CSIC y en sus viajes a Madrid vio cómo los intentos de impulsar la ciencia morían en manos de las familias de burócratas heredadas del franquismo.

Lectora del Avui, no se volvió independentista hasta que el PSOE no pasó el cepillo al Estatuto. La independencia era una pregunta que le parecía demasiado teórica y que la gente de su alrededor no se hacía. Todavía ahora explica que su padre se apuntó al ANC con un entusiasmo que la cogió por sorpresa.

El nombramiento de Ponsatí tiene alguna cosa de prueba de vida. La han nombrado por el mismo motivo que no protestó ante el 9-N, porque parece fácil de engañar a través de discursos amablemente perversos. La independencia la ayudarán a decantar a los catalanes como ella, que todavía dudan a la hora de ejercer su libertad y de seguir su instinto; que han sido víctimas ideológicas del comunismo y del autonomismo y participan de este sentido pasivo de la bondad que ha deteriorado la fibra moral del país.

Si salimos adelante será una consellera de Enseñanza excelente, porque le interesa el campo y tiene un cerebro muy bien ambueblado. Pero primero hace falta que algunos catalanes como ella entiendan que sólo podrán empuñar la espada de Excalibur si vencen esta inseguridad y esta desconfianza en la vida que todavía les hace autoengañarse y bajar los ojos cuando el demonio les mira directamente a la cara.