Se cierra el año con la muerte de Brigitte Bardot, y con el fallecimiento de BB, pasa a mejor vida definitivamente la Nouvelle Vague, un movimiento cinematográfico que no solo simbolizó una manera de entender el lenguaje cinematográfico, sino también de comprender la vida. Sin el rock y la Nouvelle Vague, matar simbólicamente al padre no habría sido tan fácil, y la musa de toda aquella corriente de cineastas criados bajo los paradigmas de la revista Cahiers du cinéma y de su fundador, André Bazin, fue Brigitte Bardot, un icono sexual que ha sobrevivido al paso del tiempo y al propio envejecimiento de una actriz que ha fallecido a los 91 años. A BB siempre se la recordará joven, como sucede con todos los mitos cinematográficos, aunque perezcan viejos y arrugados como una pasa. Y de Bardot, como se la conocía popularmente, se harán mil y un programas del estilo Il·lustres execrables, porque la persona no estaba a la altura del mito, a pesar de haber abandonado los hombres machos por la atención hacia los animales —así lo declaró—, una postura loable que manchó con una ideología política lepenista y racista. La mujer que creó Dios dejó el cine cuando aún no había cumplido los cuarenta años, pero continuó ocupando portadas por una xenofobia nunca disimulada. Y con eso también fue una avanzada a su tiempo. La mujer moderna por antonomasia fue ideológicamente una avanzada, l’avant-garde de la extrema derecha que está a punto de hacerse con las riendas de Francia y de Europa. A pesar de sus indecencias ideológicas, me declaro un loco de Bardot, la actriz de Et Dieu... créa la femme, Les grandes manoeuvres, La verité, Vie privée, Le Mepris, Viva Maria o Masculin féminin. Un loco crecido sexualmente en el espejismo de una actriz justita en recursos técnicos y que desafinaba cuando cantaba canciones míticas como La madrague, pero que te dejaba hipnotizado por aquel no sé qué que tienen las estrellas convertidas en símbolos de un tiempo. La muerte de la Bardot me ha dejado huérfano, talmente como la muerte de Delon, otro execrable. Con los mitos cinematográficos pasa lo mismo que con los escritores convertidos en vacas sagradas. Si a estos, en general, más vale leerlos que conocerlos, los mitos del cine más vale mantenerlos en los paraísos de la ficción que convertirlos en compañeros de la cotidianidad. Así pues, le deseo a BB una corta estancia en el Purgatorio y una feliz vida en el Cielo, ya que la eternidad la tiene asegurada.
García Albiol es un político con ánimo de portero de discoteca populista, que, extrañamente, es de una modernidad retrógrada que produce escalofríos
En este final de año, algunos personajes han querido tener un papel preponderante en el belén navideño. Uno de ellos, García Albiol, ha demostrado que es un okupa de la democracia. Hace unos años, cuando yo escribía en El Mundo Cataluña, dije de él que su inteligencia política era como una tortilla española sin cebolla y servida con la patata cruda, y me equivoqué. Es la emocional la que tiene la patata cruda y no lleva cebolla. García Albiol no es BB, y más allá de algunos vecinos de Badalona, nunca conseguirá la categoría de mito. Pero García Albiol también fue un avanzado ideológicamente si recordamos el lema de campaña con el que ganó la alcaldía, Limpiemos Badalona, aparecido en épocas en las que el wokismo parecía que sería el pan nuestro de cada día. El wokismo y el albiolismo se parecen en su pasión por la censura, pero García Albiol es un político con ánimo de portero de discoteca populista, que, extrañamente, es de una modernidad retrógrada que produce escalofríos. El otro día, escuchando a algunos vecinos albiolistas que pedían, enzarzados, quemar el albergue donde malvivían los inmigrantes sin techo, pensé en las películas El 47 y La casa en flames, y en la intolerancia que suelen mostrar los penúltimos con los últimos en llegar, y que de aquí a unos años, los que protagonizaron el triste episodio badalonés queriéndose convertir en incendiarios, aparecerán en una película de Barrena con guion de Eduard Sola, en la que, milagrosamente, todos hablarán catalán. La reivindicación del nuevo charneguismo tiene estas cosas. Charneguismo frente a catalanismo, se entiende.
Siguiendo a Falgueras, ahora estoy en Sicilia alojado en La Gelsomina, una bodega situada a los pies del Etna, un volcán activo de 3.357 metros de altitud —el más alto de la placa euroasiática— que hoy, coronado de nieve, humea; una circunstancia que haría jadear de placer a todos esos incendiarios badaloneses. De todos los territorios italianos, Sicilia es el único que se rige por un Estatuto especial que le otorga una amplia autonomía política, administrativa y financiera. Y siento tener que hacer de turista para volver a Barcelona un poco descansado del populismo de hombres del saco como Albiol. En Sicilia, en Italia, también hay populistas, pero ya se las apañarán. Y siento, también, haber llegado a esta tierra con una idea preconcebida de un territorio castigado por los prejuicios impuestos por el cine. Y siento no vivir allí el tiempo suficiente para disfrutar de las cosas que hacen que ellos se sientan fervientemente sicilianos. No puedo pedir milagros si, como barcelonés, hace tiempo que me siento un apátrida en mi propia ciudad, un apátrida en mi país, un apátrida en mi continente por culpa de los políticos incendiarios, de los votantes incendiarios, de lemas incendiarios como a por ellos y, últimamente, haced lo que podáis, pero haced.
En la Rai 2 están transmitiendo una película de Brigitte Bardot llamada Les Petróleuses a modo de homenaje. Y con todas sus tendenciosidades políticas, tan xenófobamente francesa, BB, el mito, simbolizaba a una Europa que lideraba el intelecto del mundo y que ya no existe, sepultada, su modernidad, por una modernidad de tipo albiolista. Cuando BB paseaba su mito profundamente europeo, los españolitos queríamos entrar en Europa sin castigos xenófobos. “África empieza en los Pirineos”, decían despectivamente de nosotros en tiempos analógicos. Una vez los españoles pernoctamos definitivamente en el club de los ricos de Europa, nos comportamos como los penúltimos en llegar votando a Aznar, Ayuso, Albiol, algunos barones socialistas y toda una retahíla de políticos nuevos ricos de cosmopolitismo pero con cerebro de Torquemada dispuestos a quemar todo aquello que hace peligrar los valores caritativos del cristianismo.
