El presidente del gobierno español tiene virtudes y defectos, como todo el mundo. Ni es el campeón inmaculado del progresismo europeo que pregonan sus acólitos ni es el monstruo corrupto que braman sus detractores. Unos y otros dan vergüenza ajena, instalados en una dinámica hooliganística en la que parece que si eres de un partido no puedes admitir ninguna autocrítica y, al mismo tiempo, eres incapaz de ver ninguna virtud en tu adversario. Se pierde el mundo de vista y la proporción real de las cosas y, por tanto, el debate político queda despojado de toda objetividad. En este sentido, nada es más patético que el concepto o la idea del “sanchismo” con el que el PP pretende comparar a Pedro Sánchez con el “castrismo” o el “chavismo”. Por suerte, España no es Cuba ni Venezuela, aunque estos países sean referentes ideológicos habituales de la izquierda dogmática española y catalana. Este contexto de retórica apocalíptica y guerracivilista de la política española, que ha degenerado en un ecosistema casi irrespirable en la capital borbónica, solo tiene en España a un beneficiario, que no es otro que Vox. La antipolítica es su abono y la pelea permanente y estéril entre el PP y el PSOE evidencia, más que ninguna otra cosa, que el sistema está en quiebra. Por eso, sin hacer nada, las perspectivas electorales de la extrema derecha española crecen. La última encuesta hecha pública en el País Valencià, en este sentido, detecta la subida de Vox en detrimento del PP y un bajón del PSOE. Deberían tomar nota en las calles de Ferraz y Génova.

Pero más allá de la pirotecnia y el insulto, está la realidad. Y la realidad es que el gobierno español social-populista de PSOE y Sumar es hoy un gobierno en minoría. Después de que Junts le haya retirado su apoyo por sus reiterados incumplimientos, Pedro Sánchez es hoy un presidente paralizado, incapaz de gobernar ni de aprobar iniciativa parlamentaria alguna. Mientras se pasea por el mundo como baluarte del progresismo y ariete contra Israel y EE.UU., tiene la casa hecha un desastre. Ni gobierna ni puede gobernar. Ha perdido la mayoría de la investidura y la confianza de buena parte de la sociedad civil que le apoyaba. Salva cada pelota de partido gracias a su retórica brillante y a la incompetencia del jefe de la oposición, pero la realidad más cruda es que el rey va desnudo. No basta con ser el yerno ideal; hay que afrontar con eficacia la problemática de la vivienda, del empobrecimiento de las clases medias, el fracaso escolar, el colapso de los servicios públicos, la degradación de las infraestructuras, la criminalidad crónica, el paro juvenil, la crisis climática, la presión migratoria y el reto demográfico, la politización de la justicia y la guerra sucia de algunos sectores policiales, por no hablar de la resolución del conflicto político con Catalunya. Ni hace ni va a hacer nada de todo esto, aunque termine el mandato simulando que no ha sucedido nada.

Mientras se pasea por el mundo como baluarte del progresismo y ariete contra Israel y EE.UU., tiene la casa hecha un desastre

La degradación institucional de España debería provocar, al menos, algunas reflexiones en los estamentos más ilustrados del país (si es que quedan, claro). Por ejemplo, ¿en qué momento normalizamos la idea de gobernar sin presupuestos? Un gobierno que no puede sacar adelante su ley más importante, la que recoge y refleja su línea política, es un gobierno deslegitimado que debería convocar elecciones. En la misma línea, ¿en qué momento normalizamos que los acuerdos políticos puedan incumplirse sin consecuencias? Una cosa es no poder cumplir un punto en concreto por circunstancias diversas y otra es firmar acuerdos sabiendo, a priori, que no piensas cumplirlos. Y los socialistas son, en este aspecto concreto, auténticos maestros. Incumplir lo pactado es su manera de hacer, de forma sistemática. Y lo hacen tanto en Madrid como en Catalunya, confiando en que este hecho será compensado por dos factores: por la militancia acrítica de su votancia y por agitar el espantajo de la derecha. "¡Que viene la derecha! ¡Qué viene la ultraderecha!" Y no se dan cuenta de que ellos son los principales motores de la llegada de la extrema derecha. Ya hablaremos otro día del tema, pero determinados discursos populistas del PSC provocarán un notable incremento del voto a Vox en sus ciudades del área metropolitana de Barcelona y la pérdida de mayorías socialistas. Algunos alcaldes ya están avisando.

Por eso no tiene mucho sentido que se critique de forma tan hostil a Junts por una decisión que era tan previsible como inaplazable. Había un pacto por cumplir y quien podía cumplirlo era el PSOE, y no Junts. Junts solo podía hacer dos cosas: denunciar y romper el pacto o seguir comiéndoselo sin obtener nada a cambio. Puedo entender que algunos puedan sentirse molestos, sobre todo aquellos que están acostumbrados a ceder sus votos a los socialistas a cambio de nada, pero hay que agradecer que partidos como Junts, el PNV o Coalición Canaria hagan valer sus votos porque tienen un compromiso con sus votantes, y no con el PSOE. La política debería hablar más a los electores como adultos, y no como adolescentes exaltados. La infantilización de la política es tan grave como el hooliganismo partidista. Estas últimas dos cosas son derivadas del populismo, y ya sabemos adónde conduce siempre el populismo: basta con mirar al resto del mundo y decidir si queremos ser los Países Bajos o queremos ser Argentina.