Los hechos. El PP denunció que cuarenta y cuatro etarras figuraban en las listas electorales de EH Bildu, siete de ellos relacionados con delitos de sangre. Lo que no dijo el PP es que buena parte de estas personas fueron condenadas por pertenecer a partidos políticos abertzales ilegalizados. También calla el PP que no es la primera vez que hay ex presos en las listas de la izquierda abertzale. Es una cosa antiquísima. Es más, los hay que hace años que ocupan cargos institucionales. Hasta ahora, el PP no había convertido esta cuestión concreta en casus belli, a pesar de su obsesión viciosa por ETA. Vox ha reclamado y reclama ilegalizar Bildu ampliando el alcance de la ley de partidos —cosa que no tiene ninguna probabilidad de prosperar. Al llamamiento ilegalizador de la derecha radical —que querría también ilegalizar el independentismo catalán— se ha sumado con muchísimo entusiasmo Isabel Díaz Ayuso, pero no —al menos no todavía— Alberto Núñez Feijóo, quien sin embargo martillea a Pedro Sánchez para que prometa que no pactará nunca más con Bildu. Tanto Vox como el PP han decidido seguir insistiendo en el asunto —porque les parece que les va bien para sus intereses electorales— a pesar del anuncio de Batasuna de que los siete condenados por delitos de sangre no ocuparán sus cargos en caso de salir elegidos.

La ley. Ante la ley, los condenados, una vez han cumplido su pena, como es el caso, ya no le deben nada a la sociedad. Han saldado su deuda. Eso es así tanto para un ladrón de bolsos como para el más sanguinario de los asesinos. La ley se enfrenta —castigando pero también intentando reinsertar— a lo que considera reprobable, intentando vehicular y expresar la sensibilidad moral de cada momento. Una vez cumplida la condena, cualquier persona vuelve a empezar de cero. Ni el PP ni Vox no han dicho nunca que eso no tenga que seguir siendo así.

Feijóo, como Pablo Casado en su día, vuelve a flirtear con la extrema derecha; pero lo que suele pasar es que, cuando uno juega en el terreno de la extrema derecha, quien más acaba ganando es, justamente, la extrema derecha

La moral. Si bien desde la perspectiva legal no hay duda, otra cosa bien diferente es lo que cada uno pueda opinar sobre la inclusión en las listas electorales de etarras condenados por delitos de sangre. Es fácil de entender que haya gente —poca o mucha— que lo rechace y le parezca un comportamiento intolerable y falto de ética. Bildu ha manifestado que sus candidatos no accederán al cargo justamente con el fin de evitar ofender a las víctimas de ETA. Un razonamiento parecido hizo la izquierda abertzale cuando renunció a los ongi etorri, las bienvenidas populares a los etarras cuando salían de la prisión. Por parte del PP, la inmoralidad se produce cuando se apropia e instrumentaliza a las víctimas, cosa que ha estado haciendo desde siempre, también después de la desaparición de ETA, hace doce años. No solamente eso: el PP sitúa al PSOE al lado "de los verdugos", como si no hubiera víctimas en el lado socialista y, al mismo tiempo, despreciando el pluralismo de posiciones existente en este colectivo.

La política. El PP, con la ayuda inestimable de los medios de derechas españoles, ha conseguido situar esta cuestión cogida por los pelos en el centro del debate de la campaña. A estas alturas parece, además, que intentará estirar el chicle hasta las elecciones españolas de final de año. Feijóo, como Pablo Casado en su día, vuelve a flirtear con la extrema derecha. Pero lo que suele pasar es que, cuando uno juega en el terreno de la extrema derecha, quien más acaba ganando es, justamente, la extrema derecha. El caso de Ayuso es diferente. Ella es extrema derecha populista, trumpista. Ella, como el expresidente de los EE.UU., es una caricatura grotesca pero exitosa. Mucha gente que votaría a Vox, en Madrid, en cambio, votan a Ayuso, porque es como ellos. Feijóo se equivoca, y mucho, cuando se deja arrastrar por los medios de comunicación, por Ayuso, por Vox y por el odio visceral a Sánchez, a quienes los populares no han dejado de considerar un presidente "ilegítimo". No en balde, Feijóo repite que su meta es "derogar el sanchismo". En cuanto a Bildu, hay que interpretar la inclusión de etarras en las listas —seguramente un error— como un gesto dirigido al electorado más 'abertzale', que no puede alienar, aunque, como se sabe, la formación de izquierdas está intentando centrarse para poder estar en condiciones en batallar de tú a tú con el PNV. Si Bildu ha rectificado motu proprio o por las presiones del PSOE es discutible. Mi interpretación es que las dos cosas han tenido su peso. El PP acometía contra Bildu y Sánchez antes de la rectificación de los primeros y, obviamente, lo ha seguido haciendo después de la rectificación. Actúen como actúen Bildu y Sánchez, el PP seguirá intentando haciéndoles aparecer como los más malvados de la película.

España y la democracia. La estrategia del PP se basa, desde los tiempos de José María Aznar, en intentar excluir, en marginar, a los que piensan diferente. Por eso sigue con la cantinela de "comunistas", "terroristas" y "golpistas". Viene a decir que España son (solo) ellos y (en todo caso) también Vox, a quien no se enfrentan. Se trata de una visión sustentada en el odio al enemigo interno, en las dos Españas, en la demonización de la diversidad. No en dialogar y pactar —los fundamentos de la democracia— sino en combatir, en tratar de tumbar como sea, de eliminar, al enemigo. Es una actitud divisiva y antidemocrática. Negar el derecho del otro a ser escuchado inflige al mismo tiempo un mal terrible a España, visto su pluralismo interno constitutivo. Todo lo que sea reconstruir el mito de la anti España para utilizarlo en el combate, todo lo que sea desterrar, todo lo que sea proclamar "¡a por ellos!" debilita lo que la derecha españolista más dice amar, aquello que, según ellos, se encuentra por encima de cualquier otra cosa: España misma.