Cuando llegan las elecciones, los ciudadanos tienen la costumbre de responder a la pregunta precisa que en cada caso les hacen las urnas. Cuando les preguntan por su ayuntamiento, votan pensando en su ciudad. Si la pregunta versa sobre su Comunidad Autónoma, contestan sobre ello. Y si se trata de elegir un Parlamento y un Gobierno para España, eso es lo que hacen (si bien en este último caso nuestro voto viene cayendo repetidamente en saco roto, ya que en España se ha implantado lo que describió Michels en su teoría de “la ley de hierro de las oligarquías”: la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores). 

Este carácter singular de cada votación se agudiza en el caso de las nacionalidades históricas. Tanto Catalunya como el País Vasco como Galicia poseen ecosistemas políticos específicos en los que se da habitualmente el voto doble o hasta triple: el comportamiento del elector viene determinado más por el objeto de la votación que por consideraciones de fidelidad ideológica o de la coyuntura general. 

Una cosa es que el resultado del 25-S tenga consecuencias ex post para la política española; y otra es que los vascos y los gallegos hayan decidido su voto en esa clave. Su decisión responde claramente a las pautas típicas de unas elecciones autonómicas: 

Han ganado los partidos gobernantes. Primero, porque en ambos casos su gestión ha merecido una valoración ciudadana claramente positiva. Y segundo, porque se trata de organizaciones fuertemente arraigadas en sus territorios, con una gran penetración social y que disponen de eficaces mecanismos de influencia y control social. 

El PP es a Galicia lo mismo que el PNV a Euskadi o el PSOE a Andalucía. Lo mismo que, ¡ay! fue CiU a Catalunya antes de arrojarse al precipicio

El PP es a Galicia lo mismo que el PNV a Euskadi o  el PSOE a Andalucía. Lo mismo que, ¡ay! fue CiU a Catalunya antes de arrojarse al precipicio. Tienen que hacerlo rematadamente mal para perder unas elecciones autonómicas, y no es el caso: tanto Feijóo como Urkullu han sabido interpretar lo que sus Comunidades necesitan en este momento, mucho mejor que sus competidores. 

En las elecciones generales, crecen los partidos que incorporan referencias generales de política española. Y en las elecciones autonómicas crecen las fuerzas que se identifican con el territorio, normalmente con una identidad nacionalista. Por eso la candidatura asociada a Podemos (Catalunya Sí que es Pot) tuvo una pobre actuación en las autonómicas de 2015 e inmediatamente después, en la generales, En Comú Podem fue la más votada. Por eso las CUP tuvieron un buen resultado en las autonómicas/plebiscitarias y ni siquiera se presentaron a las generales (y si lo hubieran hecho, dudo mucho que hubieran conseguido escaños). 

En el conglomerado populista-nacionalista radical, lo único que ha ocurrido en Galicia y en el País Vasco es que se ha reordenado la distribución de las fuerzas a favor de las más nacionalistas. El BNG, que prácticamente desapareció en las generales, ha resucitado en las autonómicas y ha obtenido un meritorio 8% en detrimento de En Marea; y Bildu ha superado claramente a Podemos, invirtiendo el resultado del 26-J. 

Se ha premiado a los liderazgos conocidos, reconocibles e identificados con el territorio. Feijóo y Urkullu superaban de largo a todos sus rivales en nivel de conocimiento; pero a la vez representan mejor que nadie el “homo politicus” gallego o vasco. El buen desempeño del BNG seguramente tiene que ver con la excelente campaña de su candidata, que destacó sobre todos en el debate televisado. Y el protagonismo de Arnaldo Otegi en la campaña –sazonado de ese victimismo que siempre es nutritivo para el nacionalismo- sin duda ha ayudado a Bildu. 

Han sido derrotados con estrépito los partidos que no han querido enterarse de la naturaleza de estas elecciones: en especial, Ciudadanos y el PSOE. 

Ciudadanos tiene un espacio propio en Catalunya, el que se labró desde su nacimiento. En el resto de España, su crecimiento reciente se ha alimentado sobre todo del desgaste del PP. Pero en Galicia el PP ha resultado ser una fortaleza inexpugnable, y ese carácter parasitario del partido de Rivera no ha funcionado en absoluto. En el País Vasco, su resultado es hasta bueno teniendo en cuenta que es el único partido que en 40 años de democracia ha osado poner en cuestión el Concierto y el Cupo, que es como presentarse a la alcaldía de Sevilla con la propuesta de prohibir la Feria de Abril y tirar la Giralda para convertirla en un aparcamiento. 

En cuanto al PSOE… no sólo sigue pagando la factura de sus infaustos experimentos de gobierno en Galicia y en Euskadi (como el PSC paga el no menos infausto tripartito). Además, ha llevado a Galicia y a Euskadi la pornográfica reyerta que hoy ocupa y condiciona el 100% de lo que sale de ese partido. 

La última imagen que se vio en la campaña socialista fue a un desaforado Miquel Iceta soltando alaridos

Lo único que se sabía de los candidatos socialistas en estas elecciones es que eran partidarios de Pedro Sánchez. El único sentido que han sabido dar a su voto ha sido el de reforzar a Sánchez en su combate contra los barones y en su No es No frente a Rajoy. Nada que ver con la vida y los intereses de los gallegos y de los vascos. La última imagen que se vio en la campaña socialista fue a un desaforado Miquel Iceta soltando alaridos: “¡Pedro, mantente firme, líbranos del PP y de Rajoy, líbranos, por Dios, líbranos de ellos!” Quizá Iceta no se ha enterado de que la forma de librarnos de Rajoy y del PP es superarlos en las urnas y no hacerles engordar en cada elección que se repite.  

En todo caso, me imagino a un joven de Betanzos o a una amatxo de un caserío de Guipúzcoa, 48 horas antes de votar, con una tortilla francesa en el plato y contemplando atónitos en la televisión la surrealista escena. Es emocionante que 250.000 gallegos y 125.000 vascos hayan vuelto a entregar su voto a esa sigla, antaño gloriosa y hoy en derribo. 

Sánchez ha sido el verdadero candidato del PSOE en esta campaña, como Rivera ha sido el de Ciudadanos. Ambos han recibido el desdén de gallegos y vascos; el mismo desdén y la misma falta de respeto con que ellos han tratado a esos ciudadanos a los que se les pedía que eligieran el mejor gobierno para su tierra y no otra cosa. 

Ahora contemplaremos apasionados durante unas semanas cómo los socialistas se despedazan entre sí y terminan de destruir o conducir a la inanidad a la organización política más trascendente de la España contemporánea. Y cuando, encandilados por el espectáculo gore del PSOE, queramos darnos cuenta, estaremos convocados a unas terceras elecciones, a ver si esta vez acertamos y de una puñetera vez votamos a gusto de la jefatura. España insólita, asombro del mundo. Pedro, sálvanos.