La Pascua de los cristianos sigue estando muy presente entre nosotros. En estas fechas se me hace muy difícil obviarlo y hablar de otra cosa. Seremos muchos los que estaremos celebrando la Pascua estos días, con más o menos intensidad. Porque la Pascua para los cristianos, que todavía somos unos cuantos, es totalmente fundamental. Por eso me atrevo a hablar, pero que quede claro: no soy un misero. De hecho, solo voy a las liturgias en los sitios donde me siento más acogido: Montserrat, la Cova de Manresa, Poblet, Sant Benet y la Geltrú. Me detesto a mí mismo por ir a misa en los sitios más exquisitos, cuando debería velar por mantener una práctica más regular. Lo confieso: no tengo parroquia estable. Por eso la Pascua ha sido demasiado a menudo una excusa para ir de viaje, eso sí, asistiendo al velatorio pascual, que por algo es la celebración más importante para los católicos de todo el año. Tampoco hay que pasarse de progre.

Tengo el recuerdo de la Semana Santa de los años sesenta por las películas en blanco y negro, estilo Marcelino Pan y Vino. Por las procesiones, cuando todavía en Catalunya eran importantes. Por las caramelles. Y por la celebración con la mona y los padrinos, con las inolvidables figuritas de chocolate, los pollitos, las plumas y los pasteles de sara. Era un parón raro, en el que las misas eran mucho más largas, más aburridas y, en mis recuerdos, los días eran de frío y lluvia. Esta Semana Santa fue sacrificada por las escapadas de esquí de adolescente. Las prioridades fueron otras, y esos días eran el momento ideal para ir inicialmente con la familia y luego con los amigos a buscar la buena nieve. Ya de mayor, primero con mis hijos y después sin, me ha encantado viajar por la España profunda y por el sur de Francia para detenerme a contemplar cómo los pueblos y las pequeñas ciudades viven la Pascua. Se podría llamar turismo pascual. Las celebraciones del velatorio tienen siempre, en estos pequeños pueblos, un sentido muy especial, y mucho más íntimo. El fuego inicial, la entrada a oscuras, los simbolismos del agua, de la resurrección. Las lecturas que resumen todo el viaje hasta la llegada de Cristo. En cada sitio se vive una forma muy próxima de acoger el misterio de la resurrección, que, como misterio, tiene un protagonismo central en la manera de vivir la fe en todo el mundo cristiano. Al menos sobre el papel, y especialmente en Occidente. Aunque poco practicantes y mal preparados, seguimos siendo un buen número. Bastante envejecido, eso sí.

Nos cuesta muy poco aceptar el misterio de la resurrección en la naturaleza, y no queremos aceptarlo en Dios

¿Pero somos un buen número de verdad? Por Pascua más que nunca. Las iglesias, a menudo medio vacías, se llenan. Los rituales se mantienen en muchos lugares. Y aunque solo sea por unos pocos días, el papel del misterio de la resurrección, en formato encuentros de la mona y del almuerzo del cordero, recupera cierto protagonismo. No me lo neguéis, que todos recordamos esos días quiénes han sido nuestros padrinos y nuestras madrinas. Y la habitual indiferencia con respecto al fenómeno religioso que impera sin lugar a dudas en Occidente se resquebraja un poquito. Quizás no vamos a misa, pero nos sentimos obligados a asumir que las procesiones todavía tienen un punto de belleza y solemnidad entre nostálgica y respetuosa, que pone la piel de gallina, especialmente en Andalucía.

Es una maravillosa coincidencia, o no, que después de Pascua lleguen las lluvias y el día se haga más largo. Y que con la primavera todo vuelva a vivir. Que todo resucite. Nos cuesta muy poco aceptar el misterio de la resurrección en la naturaleza, y no queremos aceptarlo en Dios. Y en un Dios que precisamente nos pide cuidar de todo: de la naturaleza, de los demás hombres y mujeres, y de todos los seres vivos. Decidme una forma más sublime de manifestar la fe en una divinidad que creer en su vuelta a la vida, una y tantas veces como sea necesario. Y que, además, nos pida creer que todo vuelve a empezar. Tenemos el privilegio de creer en el Occidente cristiano en un Dios que quiso hacerse como nosotros. Esto tiene de entrada una serie de contradicciones que requieren muchas explicaciones racionales y actos de fe como soluciones irracionales. Qué le vamos a hacer. Por eso, mossèn Ballarín no se cansaba de repetir como un mantra: "que Dios haga más que nosotros" y "No tengáis miedo de Dios". No tener miedo de Dios. No tener miedo. Confiar. Quizás sea el secreto mejor guardado de la Pascua. Y el misterio más entrañable. Disfrutamos de la Pascua, de una fiesta ancestral que celebra como nunca la confianza en la vida.