Series de corte más o menos clásico con malos, malos estilo mafia que se infiltran en la sociedad y le inoculan todo el veneno de su maldad y crueldad; y malos que viven infiltrados en nuestro propio entorno, los cuales, ni el poli más sagaz sospecharía nada, hasta que tiene que sospechar porque es la única salida lógica que queda, después de intentar descoyuntar el nudo.

Como es natural en las plataformas alternamos series mediocres, aunque bien envueltas —que incluso llegamos a tragarnos—, con series de primer nivel, que realmente dicen cosas, las dicen bien e inquietan por su temática al espectador. Es el caso de Laëtitia (2020, 6 capítulos, en Filmin, que ha traducido el título como Laëtitia o el fin de los hombres, es decir, como el del libro que relata los hechos de Ivan Jablonka (2011)). Y muy importante, hay que pronunciar el nombre —cosa que incongruentemente no se hace en todos los episodios— como Leticiá; igual que el nombre de su melliza, Jessicá, la otra prota.

 

La serie, basada, como digo, en hechos verídicos, empieza por el final (no hago spoiler): Laëticia, de 18 años, muere, parece que cerca de su casa —digo parece—, pues allí encuentran el scooter con que iba arriba y abajo. Gracias a varios flashbacks sabemos de su niñez y adolescencia, de sus diversas familias, de dónde y por qué vive ahora donde vive con su melliza —de carácter muy diferente—, Jessica, porque una estudia y trabaja y la otra ya trabaja. Con esta madera, poca, pero es suficiente para hacer una indagación, una casi disección, de su vida y de su melliza. La Gendarmería, el fiscal —un tipo arrogante— y un cada vez más implicado juez instructor, avanzan con muchas dificultades en la investigación de los hechos, hasta determinar quién es el asesino y cuál ha sido su comportamiento.

La producción no pudo ser rodada en el lugar de los hechos, debido a las protestas vecinales, aunque los nombres de los lugares sí que son los auténticos

Esto se complica y mucho, ante las trabas de la investigación. Se desata el populismo punitivo, encabezado, por una parte, por el padre de acogida de las mellizas —un pájaro, como veremos— y, cómo no, de un artista en las huidas hacia adelante como fue Sarkozy, quien no duda ni en encabezar la batalla del endurecimiento penal —sin aportar ningún medio, claro está— ni en poner en la picota a los magistrados. Finalmente, la serie adquiere cierta bicefalia temática; hasta aquí puedo leer.

La producción, sumamente esmerada y sin ninguna concesión a aquello que no sean los detalles necesarios, no pudo ser rodada en el lugar de los hechos, debido a las protestas vecinales, aunque los nombres de los lugares sí que son los auténticos. Ha sido dirigida y coguionada por el multigalardonado —incluso un Oscar por un documental— Jean-Xavier de Lestrade y Antoine Lacomblez, partiendo del libro sobre los hechos ya mencionado. El oficio previo de periodista de Lestrade queda bien y positivamente patente. La sobriedad de la serie se plasma también en el reparto, empezando por las jóvenes protas, con carreras ya reconocibles: Marie Colomb, como Laëtitia, y Sophie Breyer, como Jessica. Destacan por encima de la corrección y contención del resto, Noam Morgensztern como el histriónico asesino (y más cosas) Tony Meilhon, y el padre de acogida —y pájaro— Gilles Patron, interpretado por Sam Karmann —en la vida real a las antípodas de su personaje. Diría que es de visión obligada.

Entre la maldad y las infiltraciones de todo tipo, tenemos otra obra maestra de la TV: la 6.ª, y seguramente última, temporada de Line of duty (2021, 6 capítulos, en Movistar Plus, aunque en la BBC fuera en abierto). ¡No es la única diferencia!

 

Como sabemos, la cosa va de corrupción policial sistémica, cuando menos desde la 3.ª temporada. La unidad que se encarga es la AC-12 y tiene que luchar, no solo, contra los polis chorizos y abusadores que hay en todos los cuerpos policiales, sino contra algo más preocupante: que la institución policial sea en sí misma un instrumento de corrupción en manos de sus jefes y de apoyo de algunos políticos (os suena, verdad?). En esta última temporada, en el capítulo 6, hay una declaración del jefe supremo de la poli, uniformado, con medallas que no pasarían por el arco de metales de un aeropuerto: luchará para defender el buen nombre de los miembros del cuerpo que es ensuciado por enemigos de fuera —es decir, políticos honestos— y de dentro —es decir, polis que denuncian las irregularidades que el AC-12 tramita. Todo un programa de autoencubrimiento de la suciedad sin límite.

Este es el clima de la sexta temporada. Una lucha abierta contra el sistema corrupto y/o emparador de la corrupción, llena de traspiés, traiciones y algún hecho que calificar de error sería de una indulgencia imprudente. ¡Salvo algún rasgo de culebrón —en parte esencial en la trama— y de las expresiones estilo "Válgame Dios"! del comisario Hastings (Adrian Dumbar, impresionando como siempre), el guion es tan rotundo que parece llevar al espectador a espaldas de los investigadores y de los diversos protagonistas, en primera línea. La captura de la pantalla es como pocas. En el Reino Unido los espectadores —en abierto— se cuentan por millones (casi 13 para ser exactos). ¡Bajo suscripción, obviamente, no tantos!

¡Salvo algún rasgo de culebrón y de las expresiones estilo "Válgame Dios"! del comisario Hastings, el guion es tan rotundo que parece llevar al espectador a espaldas de los investigadores y de los diversos protagonistas, en primera línea

Adrian Dumbar está superior. Y no menos que sus dos subordinados Martin Compston como detective Steve Arnott y Vicky McClure como la detective Kate Fleming, los dos ascendidos esta última temporada. La invitada en la última manguera, que da luz a un personaje oscurecido por su biografía todo menos agradable, Kelly Macdonald, como detective jefe —y más cosas— Joanne Davidson. Tres intérpretes más: los ojos Shalom Brune-Franklin, como agente Chloe Bishop, son un espectáculo; la elegante Anna Maxwell Martin como la tirada, sesgada, tortuosa y bruja, la comisaria jefa Patricia Carmichael; y Tommy Jessop como la entrañable víctima del sistema Terry Boyle. La música de la canadiense Carly Paradis, una habitual del género, entre otras actividades, está a la altura.

El padre de la criatura es Jed Mercurio: guionista, productor y director de algunos capítulos (no en esta última entrega). Una auténtica máquina de crear situaciones de intriga, dramáticas y de denuncia, como el final del último capítulo de la sexta temporada. No es bueno perdérsela.