Nos hemos confiado a un país que no existe y lo ha pagado la lengua. Lo paga la lengua porque es la piedra angular de la nación, su termómetro cultural, la manera fácil de calcular por cuántos años más nos podremos seguir llamando catalanes antes de que España nos considere una región castellana más. En Barcelona no hay ni un solo distrito donde el uso del catalán que hacen los jóvenes de entre 15 y 34 años supere el 50%. La Catalunya donde la autonomía puede hacer de escudo contra la asimilación, donde la inmersión garantiza el traspaso de la lengua a las generaciones más jóvenes y donde la CCMA acerca la lengua a los recién llegados ha sido la ficción que nos ha precipitado a la inmisericorde realidad actual: estamos a la intemperie. Barcelona nos marca el camino.

El caso de Barcelona es el caso de Catalunya. La juventud barcelonesa habla castellano porque bilingüismo siempre quiere decir sustitución. Por fases, pero sustitución

"Somos un 36%. Si pasamos a un 20%, se ha acabado". Lo decía Gerard Furest, profesor y portavoz de la Intersindical, en una entrevista en Vilaweb. En Nou Barris se ha acabado. En Ciutat Vella se ha acabado. En Sants, Sant Martí i Sant Andreu está a punto de acabarse. En el Eixample, el distrito tópico de los jóvenes de Manel, tote bag de Gent de merda y comida el domingo con los abuelos convergentes, sólo un 35,9% de los jóvenes tienen el catalán como lengua habitual. El caso de Barcelona es el caso de Catalunya, porque es en la capital donde se libra la batalla de una manera más descarnada. Los jóvenes son el futuro del país y Barcelona, también. Hoy, la juventud barcelonesa habla castellano porque bilingüismo siempre quiere decir sustitución. Sustitución por fases —pero sustitución—.

La represión cultural sistémica y continua deforma el espíritu y con el espíritu deformado no estás nunca en el lugar desde donde defender nada, ni la lengua

Cuando se habla de lengua, siempre me parece que los discursos mejor fundamentados son los que suman el "tenemos un estado en contra con una lengua de 500 millones de hablantes" y el "es culpa nuestra porque somos un pueblo insensible y cobarde que siempre cede y no exige medidas prácticas a los políticos". Son los buenos porque un brazo no se entiende sin el otro y, en el fondo, los dos argumentos se dan la razón. La lengua está amenazada y lo estará mientras seamos administrativamente españoles porque los estados se hacen desde la homogeneización cultural y nosotros no formamos parte de la cultura homogeneizante. Desde esta certeza consagrada por la historia se puede entender eso que ahora denominamos "carácter catalán", que no es más que una deformación de lo que al principio debió ser el carácter catalán. Hoy estamos hechos para agachar la cabeza y rendirnos porque la represión cultural sistémica y continua deforma el espíritu y con el espíritu deformado no estás nunca en el lugar desde donde defender nada, ni la lengua. Tampoco estás nunca en el lugar desde donde poder atacar. Poner los esfuerzos en disimular cada día mejor nuestras taras ha sido la morfina maldita, la droga que hemos escogido para no tener que mirar la extinción a la cara.

La catalanidad es expulsada de la identidad barcelonesa y no nos debería sorprender que la propuesta de una alcaldesa que en sus ratos libres juega a ser influencer en castellano sea frívola, hipócrita y profundamente electoralista

Barcelona es el espejo del país que viene. Es un insulto a la inteligencia de los que vivimos el día a día de la ciudad pensar que basta con unos Jocs Florals digitales y generar motivación. La catalanidad es expulsada de la identidad barcelonesa y no nos debería sorprender que la propuesta de una alcaldesa que en sus ratos libres juega a ser influencer en castellano sea frívola, hipócrita y, claro está, profundamente electoralista. Verter las esperanzas en el juego de la seducción es la única estrategia de quien justifica todos y cada uno de los prejuicios contra el catalán y, además, los legitima. Con una mano, seducir. Con la otra, utilizar el castellano para dirigirse a los ciudadanos porque Barcelona es una ciudad diversa y de acogida. Llevar tiktokers a los institutos, sí. Romper con el tópico de que el catalán es una lengua de exclusión y no de integración, no. Esta es la propuesta del Ayuntamiento de Barcelona para calmar las aguas y su propia conciencia. Esta es la morfina que nos ofrecen.

El momento político ya no puede servir de excusa para dar la lengua por supuesta, para pensar que es el mal menor y para ignorar la crisis

La lengua es la piedra en el zapato de la política catalana porque pone cifras a su inacción: explica con datos hasta qué punto tenemos, tienen, afectado el espíritu. Es un tema tramposo porque hace de cebo ideal, por el sentido de la urgencia, al mismo tiempo que nos hace apartar la mirada del conflicto de fondo: una nación sin estado. Pero que sea un tema chapuceado por la clase política con afán de distraernos no lo hace menos vertiginoso ni menos necesitado de políticas que lo hagan aterrizar a la práctica desde hoy. Para hacerlo hace falta voluntad de afrontar la disputa, de hacer cumplir la inmersión, de recatalanizar TV3 y Catalunya Ràdio... De convertir la ficción en realidad. "Defender" la lengua desde las nubes es esperanzar a una nación —o lo que queda de ella— para tranquilizarla y adormecerla, para tenerla bajo control y evitar la colisión. El momento lingüístico no puede entenderse sin el momento político, de acuerdo. Pero el momento político ya no puede servir de excusa para dar la lengua por supuesta, para pensar que es el mal menor y para ignorar la crisis como si la supervivencia dependiera única y exclusivamente de la voluntad divina. Hasta que salga la siguiente encuesta que nos haga llevarnos las manos a la cabeza.