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Pablo Iglesias Turrión (Madrid, 1978) es el candidato a la presidencia del gobierno español que tiene una formación más sólida y una conciencia histórica más viva. Aunque haya utilizado la televisión para abrirse paso, no es un producto de la televisión como Sánchez y Rivera. Si Rivera es hijo del olvido y de la cultura del wikiquote, Iglesias es hijo de la memoria y de la indignación tozuda que a veces deja la derrota.

El líder de Podemos creció en el barrio de Vallecas, el barrio obrero por excelencia de Madrid. Su abuelo Manuel, un republicano acusado de delitos de sangre que fue indultado gracias a la intervención de amigos falangistas, publicó un libro sobre García Lorca en los años cincuenta. Dos décadas más tarde, el hispanista Ian Gibson le escribió una carta diciéndole que el libro estaba muy bien pero que faltaban algunas cosas. El abuelo del líder de Podemos le respondió que faltaba exactamente todo aquello que un represaliado no podía escribir en la España de Franco.

Iglesias es hijo de la rabia y las justificaciones que ha dejado la tradición de silencios impuestos por el miedo y la censura. El líder de Podemos no se entiende sin el poso de nostalgia y de hipersensibilidad que ha dejado el sueño de un país culto y europeo que ha perdido el tren muchas veces. La coleta de Pablo Iglesias es más que una coleta, por el mismo motivo que el Barça todavía es más que un club y que, después de 40 años, España aún no ha digerido el franquismo. Los ideales son un corazón viejo y el éxito del líder de Podemos radica en su capacidad de convocar a un mundo que hace tiempo que palpita en la imaginación de mucha gente sin que nunca haya cuajado en la realidad cotidiana. Si la madre de Rivera es una fan de las tertulias, la madre de Iglesias viene de las profundidades del ressentimiento antifranquista. Así, la señora dejó caer, cuando su hijo dio la sorpresa en las elecciones europeas: "Yo no tengo miedo, ya es hora de que el miedo lo tengan otros".

Si la madre de Rivera es una fan de las tertulias, la de Iglesias, dejó caer, cuando su hijo dio la sorpresa en las europeas: "Yo no tengo miedo, ya es hora de que el miedo lo tengan otros"
Admirador de Indalecio Prieto y de Juan Negrín, –aquel presidente republicano que dijo que antes se rendiría a Franco que permitiria la independencia de Catalunya–, Iglesias es capaz de empezar un libro citando un discurso de Robespierre, nombre que asusta siempre un poco. Para el candidato de Podemos la lucha por la democracia es "un proceso de socialización del poder" que, a pesar de las desviaciones y de los descalabros, ha ido avanzando desde los tiempos remotos de la Grecia clásica.

Iglesias se licenció en Derecho en el 2001 y es doctor en Ciencias Políticas, carrera que finalizó con el mejor expediente de su promoción. En el 2008 presentó una tesis sobre la desobediencia civil y recibió la mención "Doctor Europeus". Después fue consiguiendo becas para cursar másters sobre comunicación política e hizo estancias en Cambridge, Florencia, Glasgow, Bolonia, y México DF. Formado en el activismo antiglobalización, antes de montar Podemos también asesoró a los gobiernos de Bolivia y Venezuela, y a algunos partidos de izquierda en elecciones españolas.

Iglesias es un político lo suficientemente duro y maquiavélico como para negarse a firmar el pacto antiyihadista de Rajoy. También tiene el gusto lo bastante refinado para evitar sumarse a un frente español contra el independentismo. A diferencia de otros candidatos, da la sensación de tener ideas propias, no transmite la sensación de ser el títere de un poder superior. Cuando lo escucho, me parece que le pasa como a Ortega y Gasset o como a algunos intelectuales republicanos de izquierda, que la España que tiene en la cabeza en realidad no existe. Lo pensaba el otro día en el debate que mantuvo con Rivera y Sánchez para el diario El País. Durante un rato, Iglesias habló del derecho a la autodeterminación de Catalunya, y de la necesidad de que el Gobierno español organizara un referéndum y defendiera el no. Iglesias defendía la opción que aplicaría cualquier estadista del mundo civilizado que tenga en estima la dignidad de su país, mientras Sánchez y Rivera le decían que organizar un referéndum sería tirar la toalla.

Iglesias es la España castellana que se niega a olvidar, contra los esfuerzos del Estado que necesita extender el olvido para someter a la España catalana
A Iglesias, le duele España y la tendencia que el Estado tiene de aislarla y de vejarla para mantener su unidad. Como en el fondo es consciente de la fragilidad de su país ayuda a los indios sudamericanos y acentúa el radicalismo democrático hasta convertir la democracia en una utopía o un mito sustitutorio. Patriota y cosmopolita, su proyecto de vida no se acaba en la presidencia del gobierno. Iglesias aspira a formar parte de una élite intelectual global y me parece que es muy consciente de la importancia geopolítica que la península Ibérica y sus complejidades tienen en Europa y en el mundo.

Hijo de la tradición castellana que ha vivido contra el Estado desde el siglo XVI, no es casualidad que el color corporativo de Podemos sea el de los comuneros. Si preguntas a los militantes de los partidos españoles quién son los comuneros, seguramente pocos lo sabrán. Tiene gracia que Podemos haya salido a defender sus colores, justo cuando parecía que Aznar había conseguido que en Castilla las banderas violetas fueran sustituidas por las rojigualdas. Iglesias es la España castellana que se niega a olvidar, contra los esfuerzos del Estado que necesita extender el olvido para someter la España catalana. Por eso cuando Podemos cogió demasiada fuerza, no fue suficiente que Iglesias se reconciliara con el Rey, con el Ejército y con la Iglesia: alguien tuvo que hinchar el globo de Ciudadanos.

Iglesias es la República que vuelve, y se quiere servir de la fuerza democratizadora del independentismo catalán para modernizar el Estado. Es muy normal que su partido obtenga los mejores resultados en Catalunya, según dicen las encuestas, si defiende el derecho a la autodeterminación.