Lo peor de los cinismos políticos consiste en disfrazar de principios políticos e incluso morales las tácticas más mezquinas para conseguir cuotas de poder por importantes o ínfimas que sean. El espectáculo esperpéntico de los pactos municipales en nombre del progresismo, en nombre del independentismo, incluso en nombre de la democracia y los derechos humanos, han puesto de nuevo al descubierto tanta hipocresía que no sé por qué los medios les prestamos tanta atención cuando todos sabemos que lo que se disputa no son ideas ni proyectos, sino sillas remuneradas por las que están dispuestos incluso a vender su alma.

En Barcelona estaban en juego, al menos, seis millones de euros sólo en salarios. Jaume Collboni, que se había comprometido a irse si no era el candidato más votado, ahora se jugaba la supervivencia política personal, y los comuns sufrían el vértigo de las colas en las oficinas de empleo y con muy poco currículum para ofrecer. Votar a Collboni era la única esperanza, sabiendo que, para que saliera la jugada, era necesario el concurso del PP o de Vox. Desde el día de las elecciones, los comuns no ha dejado de mentir descaradamente para enredar las negociaciones hasta el último minuto con el objetivo de acabar perpetrando lo que han hecho. Mal me está el decirlo, pero algunos lo habíamos previsto desde el principio. La mayoría progresista que decían perseguir la hacen con el PP. Después de jurar y perjurar que no participarían en la conjura del PP hasta el mismo sábado, lo han acabado haciendo, sabiendo que pasado el verano recibirán la recompensa. Ahora, también cabe decir que los discursos patrióticos de la dirección de Junts per Catalunya, por otra parte siempre vacíos de contenido, han sido el incentivo que necesitaban los halcones del PP español para ordenarle a Daniel Sirera la operación anti Trias.

​Hay que decir que no siempre es malo pactar con el adversario. Lo insoportable son las proclamas afirmando lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. Sin ir más lejos, el discurso de ayer de Ada Colau para justificarse puede figurar por mérito propio en los anales del cinismo político

Xavier Trias y Ernest Maragall merecen un monumento a la dignidad democrática. A Trias le arrebataron la alcaldía con el concurso de las cloacas del Estado. A Maragall, tres cuartos de lo mismo, con la intervención de los poderes fácticos dopando con medios y dinero la operación política encabezada por Manuel Valls. Y sí, ayer hablaron claro sin perder la elegancia. Ada Colau y Jaume Collboni han gozado y gozarán de los privilegios. Ayer aún se les notaba algo de vergüenza. Ninguna euforia, pero en el fondo se reconfortaban interiormente con la máxima del clásico español Luis de Góngora: "Ande yo caliente, ríase la gente".

"Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente”

Ya dijo Fraga Iribarne que la política hace extraños compañeros de cama y Barcelona no es una excepción. Catalunya, en este sentido, acaba de vivir una enorme orgía multipartidista. El president Aragonès y el dirigente de Junts, Jordi Turull, se han cubierto de gloria anunciando frentes patrióticos mientras los mutuos correligionarios iban por los pueblos a navajazos buscando el acuerdo con los socialistas para cerrar el paso al rival independentista. Esto demuestra que o bien Aragonès y Turull engañaban a la gente o es que han perdido toda autoridad. O quién sabe, tal vez ambas cosas. Y esto es muy significativo del desaguisado político en el que ha quedado inmersa la política catalana. Si encima insisten en que todo lo que hacen es para conseguir la independencia de Catalunya, es para enviarlos a la mierda. No es tolerable abusar tanto y tanto tiempo de la buena fe de la gente que ama el país.

En Ripoll se ha pervertido el discurso moral contra la extrema derecha para intentar asegurarse una parte del pastel municipal

Los pactos contra natura se han hecho, se hacen y se harán siempre, porque la política es esto y quien no sabe pactar, quien no tiene capacidad de acuerdo, se queda sin poder y sin hacer política. En los municipios, la prioridad es la alcaldía, pero también poder gobernar con alguien que, pese a pensar diferente, no te estará amargando la existencia todos los días. Por eso en muchos pueblos cuentan más las personas y sus relaciones que las posiciones políticas de la cúpula central, porque, al fin y al cabo, en la cotidianidad administrativa lo que cuenta es resolver problemas y trabajar tranquilo. Hay que decir que no siempre es malo pactar con el adversario. Incluso es necesario para terminar una guerra. Lo insoportable y también condenable es proclamar lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar incluso cuando la falsedad es una evidencia empírica. Sin ir más lejos, el discurso de ayer de Ada Colau para justificarse puede figurar por mérito propio en los anales del cinismo político

Si vamos al caso más polémico, el de Ripoll, resulta que todas las voces supuestamente progresistas fijaron la prioridad democrática, por encima de cualquier otra consideración, de cerrar el paso a la extrema derecha. Lo planteaban, y no sin razón, como una obligación moral. Y la aritmética lo facilitaba. Bastaba con votar a favor de la candidata que había tenido más votos de todos los grupos que habían perdido. Y esto no ha prosperado porque ERC quería la alcaldía y la CUP exigía entrar en el gobierno municipal, lo que pone de manifiesto que la prioridad no era cerrar el paso a la candidata xenófoba. Se ha pervertido el discurso moral contra la extrema derecha para asegurar una parte del pastel municipal. Claro que la candidata de Junts también pudo renunciar como segunda lista más votada, tampoco para ella cerrar el paso a Sílvia Orriols era la prioridad.

Catalunya, país insólito: en el país y en su capital gobiernan en minoría un presidente y un alcalde que tienen menos votos que los respectivos líderes de la oposición

Y, encima, aún tenemos que aguantar los lamentos vestidos de indignación democrática de quienes pierden aquí cuando han hecho allí lo mismo que critican a los adversarios. En Catalunya todo el mundo ha pactado con quien ha podido para ganar espacio de poder y cuando no lo ha conseguido es porque se ha despistado o no ha tenido suficiente audacia negociadora. En Barcelona el PSC pacta con el PP y en Sant Celoni con la CUP. Junts y ERC se reprochan los mutuos pactos con los socialistas, cuando todos han hecho lo mismo donde han podido. De Jordi Turull todo el mundo dice, y con razón, que es una buena persona, pero lo es tanto que cada dos por tres sus interlocutores republicanos le toman el pelo. Le han quitado en sus morros las diputaciones de Lleida y Tarragona y si se sigue distrayendo, echarán a Junts de la de Barcelona. Y encima la dirección de Junts, avergonzada por lo de Ripoll, cuando todos han ido a la suya, se autoflagela como si fueran los únicos pecadores.

Observando globalmente la situación política catalana, es difícil recordar tal desbarajuste en tiempos de paz. Basta con constatar que en el país y en su capital la gobiernan en minoría un presidente y un alcalde que tienen menos votos que los respectivos líderes de la oposición. Esto podría publicarse en el libro Guinness de los récords y hechos insólitos, pero lo sufren los ciudadanos.