La resistencia de los asalariados del procesismo en aceptar el referéndum de autodeterminación no se explica por las trabas que todavía hoy profesan nuestros burócratas exfederalistas, sino por la dificultad del soberanismo en aceptar y purgar que, hasta hace bien poco, el Procés era una máquina más ideada para presionar al Estado y renegociar el estatus de Catalunya dentro de Iberia que no urdida para romper definitivamente con España. De hecho, Artur Mas ya había prometido celebrar un referéndum en 2012 sin permiso del Estado, con lo que –tras la cuestión de confianza al president Puigdemont– es totalmente lógico que los electores independentistas vivan con la sensación de encontrarse en una cinta de ejercicios motorizada en jornadas históricas que siempre acaban en movimiento estático y sin que pase realmente algo substancial.

Pero los protagonistas pueden cambiar la historia y los ciudadanos no nos tragamos la sopa con idéntico jugo gástrico. Ahora ya sabemos que Mas renunció al referéndum para idear una consulta participativa que nunca quiso vinculante (el futuro dirá si lo hizo con inteligencia o con alevosía) y ahora Puigdemont se enfrenta a la misma y exacta dialéctica: la de intentar vender la moto de una independencia bien amueblada y acorde con el quiliágono llamado legalidad catalana o la de impulsar un proceso de ruptura con su consiguiente tensión ambiental. Estamos donde estábamos, pero ya no somos como éramos y ahora también sabemos que todos los que advierten como un loro eso de repetir un 9-N absolutamente inofensivo son los mismos pensadores que inventaron la criatura para que sólo tuviera un efecto balsámico.

El PSOE se ha ganado a pulso su feudalismo a base de cachondearse de la democracia directa como si ésta fuera un pobre tullido

Que el soberanismo viva con fervor las desgracias de su nuevo mártir predilecto, Pedro Sánchez, es igualmente comprensible y perverso: en efecto, el líder del PSOE se enfrenta a la misma batalla que los independentistas (romper la inercia de un sistema-país-partido de pequeños dictadores apelando a la democracia de base) pero también debe entenderse que el PSOE se ha ganado a pulso su feudalismo a base de cachondearse de la democracia directa como si ésta fuera un pobre tullido. Que ahora Sánchez apele a la voz de los militantes mientras ha bloqueado la gobernabilidad estatal por no aceptar un referéndum en Catalunya y que hace sólo dos días se chotease de la votación del Brexit es la fotografía perfecta del progresismo español: Sánchez, en definitiva, solamente muscula democracia para salvarse como líder mientras refunda su partido. 

O referéndum o referéndum sólo será una frase con significado real si Puigdemont la transforma en un O yo o Mas. Si el soberanismo no enmienda su hipocresía continuará como los alternativos del PSOE, que únicamente apelan a la democracia para salvar el culo. O Puigdemont o Mas quiere decir empezar a creer seriamente en la soberanía y en el carácter adulto de los catalanes o continuar tratándoles como un objeto de experimentación sociológica del vivir-eternamente-a-la-espera-del-éxito-inmediato. Si esto va de secesión en serio, no hay Puigdemont sin una enmienda al masismo. Los avances sólo llegan con dolor.